silencio

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Escruté su rostro, buscando el más mínimo movimiento en falso. No iba a discutir detalles sobre la vida después de la muerte con él, pero necesitaba la confirmación de que Rixon se había ido para siempre. —¿Cómo lo sabes? ¿Se lo has dicho a la policía? ¿Quién lo mató? —No sé a quién tenemos que agradecerle, pero sé que se ha ido. Las noticias viajan rápido, confía en mí. —Vas a tener que hacerlo mejor que eso. Puedes tener engañado al resto del mundo, pero yo no caeré tan fácilmente. Abandonaste un auto en mi camino de acceso la noche que fui secuestrada. Luego huiste a esconderte... New Hampshire, ¿verdad? Perdóname si la última palabra que me viene a la mente cuando te veo es ―inocente‖. Creo que no hace falta decirlo: no confío en ti. Suspiró. —Antes de que Rixon nos disparara, me convenciste de que yo realmente soy un Nefilim. Tú eres la que me dijo que yo no podía morir. Eres parte de la razón por la que huí. Tenías razón. Nunca iba a terminar como la Mano Negra. De ninguna manera iba a ayudarle a reclutar más Nefilim a su ejército. El viento atravesaba mi ropa, respirando como escarcha contra mi piel. Nefilim. Otra vez esa palabra. Siguiéndome a todas partes. —¿Yo te dije que eres un Nefilim? —pregunté con nerviosismo. Cerré mis ojos un momento, rogando que él se corrigiera. Rogando que hubiera estado usando las palabras ―no puedo morir‖ en sentido figurado. Rogando que ese fuera el momento en que él explicara que él era la última parada en un elaborado engaño que había comenzado la noche anterior, con Gabe. Un gran engaño, y la broma estaba dirigida a mí. Pero la verdad estaba ahí, agitándose en ese turbio lugar donde mi memoria una vez había estado intacta. No podía racionalizar eso en mi cabeza, pero podía sentirla. Dentro de mí. Ardiendo en mi pecho. Scott no lo estaba inventando. —Lo que quiero saber es por qué no puedes recordar nada de esto —dijo—. Pensé que la amnesia no era permanente. ¿Qué pasa? —¡No sé por qué no puedo recordar! —estallé—. ¿De acuerdo? No lo sé. Desperté hace unas noches en el cementerio sin nada. Ni siquiera podía recordar cómo había llegado hasta ahí. —No estaba segura de por qué sentía el repentino impulso de contarle todo a Scott, pero ahí estaba. Mi nariz comenzó a chorrear, y pude sentir lágrimas formándose detrás de mis ojos—. La policía me

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