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Nicolás García Uriburu
Coloración del Gran Canal, Venecia. 1968
Fotografia 70 x 102 cm.
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© Fundación Nicolás García Uriburu
La intervención inaugural de García Uriburu –teñir de verde las aguas de Venecia medio siglo atrás, durante (y a espaldas de) la Bienal– significó un punto de inflexión en la historia del arte contemporáneo. No solo en su capaci-dad de reflexionar sobre la catástrofe ecológica en curso, sino también en el rol y los modos en que el arte configura el mundo. Al brindar otras formas de visualizar nuestras acciones ya no individuales, sino como especie, y al ha-cerlo con una impresionante performance hasta entonces inimaginable sobre un soporte inaudito, el argentino con-siguió un impacto sin par que modificó para siempre la percepción del vínculo entre arte y paisaje. El carácter sagrado que la naturaleza cumplía en las sociedades tra-dicionales como fuente de vida y fundamento del orden humano fue barrido por la modernidad, que pensó ese vínculo bajo la forma de la apropiación y utilización de sus materiales como mero insumo industrial. Por su parte, las artes concebían la naturaleza como una de las fuentes dilectas de belleza, modelo sublime de la obra divina, no menos ajena a la acción humana. Es decir, también como insumo. Ante ella solo cabía la mímesis. La naturaleza era pura exterioridad, lo permanente, lo salvaje, lo que, en última instancia, no muta. Pero ese sueño romántico fue refutado por el devenir del mundo. La escena industrial y posindustrial invitaba a García Uriburu a erigir su alarma de forma perentoria, a dirigir un llamado que volvió visible la situación de catástrofe aceptada sin mayores tapujos por las sociedades, que miraban para otro lado.