No me olvides pdf

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Cheryl Lanham

Dark Guardians

— No, claro — respondió Jean, pesarosa —. Además de todo lo sucedido, estoy confinada. Al menos por un tiempo. — Muy bien, entonces te veo mañana en el colegio. ¿Pasarás a buscarme? ¡Oh! Lo siento. Me olvidé otra vez. Supongo que te llevará tu madre, o algo así. De todas maneras, yo iré con Terry. Hasta mañana. Jean se estremeció. Santo Dios, qué humillante era toda esa situación. No sabía por qué de pronto le resultaba tan difícil hablar con Jennifer, pero así se presentaban las cosas. Tal vez fuera porque, a pesar de que su amiga siempre cacareaba alguna palabra compasiva, tenía la impresión de que, en el fondo, su mejor amiga se alegraba de verla con el agua hasta el cuello. Pero ése era un razonamiento despreciable. No bien cortó, se dirigió a la puerta. — Bajo en un segundo, mamá. — Jean no deseaba abandonar el santuario de su cuarto. Se apoyó contra la pared y contempló el acolchado de su cama, con rulitos de satén y encaje blanco, el empapelado con diseños de flores en amarillo pastel y blanco, con las terminaciones de madera pintadas en blanco brillante. Una habitación digna de una princesa, como había dicho mi padre alguna vez. Sin embargo, en los últimos tiempos se había sentido muy lejos de la realeza; más bien, como escoria. Enfrentarse a su madre era lo último que quería hacer en ese momento. Las caras largas y los sermones que ya había soportado le alcanzaban para toda la vida. Después, fijó los ojos en su escritorio y en la computadora que sus padres le habían regalado para su decimoquinto cumpleaños. La biblioteca, con sus estantes blancos repletos con sus viejos libros favoritos de ciencia ficción y novelas de amor, prácticamente había caído en el olvido; siempre estaba demasiado ocupada como para dedicarse a leer. Sonrió con tristeza. Ahora tendría bastante más tiempo para la lectura. — Jean — la llamó su madre, impaciente Entre suspiros, se volvió y abrió la puerta. No podría esconderse eternamente. Bajó las escaleras a toda velocidad y encontró a su madre de pie junto a la puerta principal golpeteando su zapato de tacón alto contra el lustroso piso de roble. Eileen McNab era una rubia alta y atractiva. Llevaba un traje gris oscuro, una blusa azul claro y discretos pendientes de oro. Su imagen reflejaba la realidad con absoluta fidelidad: era una ejecutiva de gran poder. — Esta noche tengo una reunión en Los Ángeles — anunció —. En la heladera tienes ensalada de atún para la cena. — ¿Conducirás hasta Los Ángeles de noche? — preguntó Jean —. ¿No será un poco tarde? — No me quedan muchas alternativas — respondió su madre sin rodeos. Como me has hecho perder el día en la corte, me retrasé en mis tareas. — Oh. ¿Y papá? — preguntó Jean, con interés. Si bien existía una gran tirantez en la relación con sus padres, no quería quedarse toda la noche sola en una casa vacía. Eileen se encogió de hombros y tomó su portafolio. — Trabajará hasta tarde. Seguramente comerá un sándwich o algo rápido en la oficina. Jean se tragó su desilusión. — ¿A que hora crees que llegarás a casa?

No me Olvides

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