Dossier

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'Casablanca' había nacido más como un filme de propaganda política que como la historia de un amor inmortal, cuyo exotismo sería reconstruido enteramente en los estudios e incluso algunos decorados, como la estación de París, fueron reciclados de otras películas de la Warner, en este caso "La extraña pasajera". El título que se barajó al principio fue el de la obra de teatro en la que se basaba, 'Everybody Comes to Rick's' (todo el mundo viene a Rick's), aunque se decidió el título final para repetir el éxito de 'Argel', rodada tres años antes. Así, a trompicones, se forjaba una de las películas con más momentos inolvidables y rememorados, ganadora de tres Óscar, llena de diálogos inolvidables, interpretaciones antológicas de Bogart e Ingrid Bergman (así como Claude Rains y Peter Lorre en papeles secundarios) y una música de Max Steiner para la eternidad. Michael Curtiz, forjado en las aventuras coloristas de 'Robin Hood' o 'La carga de la brigada ligera', fue el inesperado artífice del milagro, ya que tampoco llegó como primera opción, que era el maestro del melodrama William Wyler. Pero todo ese equipo de "suplentes" desplegó tal sinergia que impuso su "amor" hasta eclipsar a esa Marsellesa, que sonaba ya en los créditos, a ese mensaje de oposición a los nazis en un proyecto que se empezó a gestar un día después del ataque japonés contra Pearl Harbor. Rick e Ilsa, los amantes a los que el tiempo y la Historia querrá separar continuamente, daban al melodrama clásico de Hollywood un plus de amargura, rematado con ese final realista tan poco acostumbrado en la época. Un amor a destiempo, cuya potencia no podrá vencer ya no tanto a la adversidad, sino a la mera conveniencia. Un mazazo a las segundas oportunidades y una victoria para la derrota. Dado que Paul Henreid y Claude Rains llegaron tarde al rodaje porque se había dilatado su película anterior, la primera escena que rodaron Bogart y Bergman fue su encuentro en el piano, pero ya entonces la química quedó patente. Bogart quedaba en los anales con la gabardina y el cigarro empapados, o en la barra de su propio bar con un whisky doble vestido de esmoquin blanco. Bergman lo hacía con pamela y con la mirada desbordada por las lágrimas. Una pareja perfecta filtrada por la magia del cine, pues él tuvo que colocarse cajas y cojines para contrarrestar los cinco centímetros que le sacaba la actriz sueca. Y aunque la canción que les remontaba a su pasado se llamaba "As Time Goes By", se quedaron congelados en la retina de la audiencia.


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