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La experiencia de navegar

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Bienvenido a bordo

Bienvenido a bordo

La plataforma de acceso al velero divide dos mundos, la tierra y el mar. Es la primera sensación que se advierte con claridad al subir a un velero. diferencia de otras embarcaciones, la de este barco es una superficie sólida y robusta, algo que da confianza y seguridad antes inclu so de partir, una sensación muy similar a la que produce el hogar.

El Kalima está pensado, de hecho, para ofrecer el mayor confort a grupos de hasta 12 personas que pueden navegar durante un día en esa especie de “hogar flotante” con un amplio francobordo sobre el nivel del mar.

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En el caso del Kalima, puedes caminar a lo largo de casi 16 metros de eslora, con una proa amplia que te permite contemplar el horizonte en todo su esplendor.

“El Kalima es un barco noble, robusto, a la antigua usanza. Tiene cruceta recta y mucha superficie vélica, por tanto es también un barco rápido y muy asentado, ya que cuenta con una quilla de más de 7.500 kilos de peso y casco grueso”, explica Jose del Alamo al referirse al Kalima, el velero insignia de la empresa y una embarcación sólida que otorga una estabilidad única para la navegación en charter. Sobre el Kalima viajamos hoy nueve personas, entre ellas dos niños de 7 años y el patrón de barco. Los menores son los primeros en explorar la embarcación. Indagan en la bañera de popa, formada por una mesa desplegable y dos bancos, luego se mueven por el lateral hacia la proa y allí se sientan, con los pies flotando sobre el aire, el mar abarcando toda su mirada y una sensación de seguridad que tranquiliza.

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Antes de partir, el patrón informa sobre las condiciones del clima y sus recomendaciones para escoger una u otra ruta. Aparte de sus responsabilidades técnicas al mando del velero, el patrón está atento a los tripulantes para cualquier duda, dando las indicaciones precisas cuando se izan las velas y aleccionando sobre la características del mar y la zona durante la travesía.

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Con un viento de 14 nudos, el sol de media tarde y con Génova y la Mayor desplegadas, ponemos rumbo a la Isla del Barón, en el Mar Menor, una de los cinco relieves de origen volcánico que es posible visitar en La Manga y que ayudan a dibujar paisajes de ensueño en esta laguna salada, un centro único para navegantes que se inician en cualquier disciplina de la navegación a vela.

“Todos están descubriendo algo nuevo, algo que se sale de los estándares de la vida rutinaria en la ciudad. Navegar en el Mar Menor, por ejemplo, es encontrar siempre abrigo o refugio en esas cinco islas en las que se puede fondear y bañarse frente a ellas. Aunque soplen vientos de levante o de lebeche, siempre te vas a sentir protegido”, explica Del Alamo.

Por momentos, tomando un aperitivo y conversando entre amigos, olvidas que estás sobre un velero, pero al alzar la vista observas que todo alrededor es mar, y esa es una de las sensaciones más liberadoras que puedan existir. A medida que ese velero se aleja de puerto, son minutos en los que se acrecenta la sensación de paz y armonía, todas las sensaciones, en realidad, asociadas al contacto más directo con el mar abierto.

No es sólo, ni mucho menos, una experiencia visual. Es el olor de la brisa marina o las sensaciones táctiles que provoca, como el frescor que emana de ese viento que surge como bruma del agua. Apenas hay sonidos en el silencio de la navegación, más allá de alguna gaviota ocasional y sobre todo el casco del barco rompiendo sobre el agua.

“La sensación que te aporta el poder sumergirte en ese mundo de la navegación y poner rumbo hacia donde el mar te lo permita… Esa sensación es única. Navegar es conocer zonas nuevas, acantilados, aguas cristalinas… Esta zona (La Manga) es un privilegio a la hora de la navegación”, afirma Del Alamo.

Al llegar frente a la isla del Barón, el patrón fondea el velero. En la proa hay una pequeña plataforma para saltar y sumergirte en el agua, a una profundidad de más de 4 metros y aguas con un crisol de tonalidades verdes. Quedan pocos minutos para el atardecer y la luz perfila la isla desde el horizonte, iluminándola con una claridad excepcional. Es el momento de mayor relajación, donde todos disfrutamos de un baño refrescante y los niños juegan en un amplio solarium sobre el agua.

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La sensación que te aporta el poder sumergirte en ese mundo de la navegación y poner rumbo hacia donde el mar te lo permitA”...

Unos y otros vamos buscando la conversación distendida o los momentos de silencio y descanso, secándonos sobre el velero o nadando en aguas profundas. Es el preludio a la puesta de sol y a los últimos brindis antes de iniciar la travesía de vuelta. En esos momentos todos sabemos que esa experiencia no podrá olvidarse. Y es tan gratificante, que con total seguridad todos nosotros la repitamos. Como decía el poeta Edwards Cummings, “siempre nos encontraremos a nosotros mismos en el mar”.

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