Andrzej sapkowski geralt de rivia iii, la sangre de los elfos

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-Ciri -dijo Yennefer-. Sabe, que, pese a las apariencias, yo me enfado tan raramente como me río. No me has hecho enfadar. Pero al pedir perdón me has demostrado que no me equivoqué contigo. Y ahora toma la siguiente hoja. Como ves en ella hay cinco casitas. Dibuja otra casita... -¿Otra vez? De verdad que no entiendo por qué... -... otra casita. -La voz de la hechicera sufrió un cambio peligroso, los ojos brillaron con un fuego violeta-. Aquí, en este sitio vacío. No me obligues a repetirlo, por favor. Después de las manzanitas, arbolitos, estrellitas, pececitos y casitas le llegó el turno a los laberintos, en los que había que encontrar la salida muy deprisa, a las líneas onduladas, a las manchas que recordaban a cucarachas aplastadas, a otras imágenes y mosaicos extraños, a causa de los cuales los ojos bizqueaban y la cabeza daba vueltas. Luego vino la bolita brillante en el cordel, a la que había que mirar fijamente durante largo tiempo. Mirar fijamente era más aburrido que un día sin pan, Ciri solía quedarse dormida. Yennefer, extrañamente, no se molestaba por ello, aunque algunos días antes le había gritado amenazadora durante un intento de echar una cabezada sobre una de las manchas de cucarachas. De atrafagarse sobre los textos le comenzaron a doler el cuello y la espalda y cada día que pasaba le dolían más y más. Echaba de menos el movimiento y el aire libre y en el marco de su obligación de ser sincera se lo contó a Yennefer. La hechicera se lo tomó muy bien, como si se lo esperara desde hacía tiempo. Durante los dos días siguientes, ambas se dedicaron a correr por el parque, saltaban setos y cercas ante las miradas divertidas o llenas de piedad de las adeptas y sacerdotisas. Hicieron gimnasia, ejercitaron el equilibrio, andando por la cima del murete que delimitaba el jardín y las construcciones de labranza. A diferencia de los entrenamientos de Kaer Morhen, a los ejercicios con Yennefer siempre les acompañaba la teoría. La hechicera le enseñaba a respirar, controlando los movimientos del pecho y del diafragma con una fuerte presión de las manos. Le explicó las leyes del movimiento, la acción de los huesos y músculos, le demostró cómo descansar, distenderse y relajarse. Durante uno de aquellos relajos, estirada sobre la hierba, mirando al cielo, Ciri hizo la pregunta que le quemaba. -¿Doña Yennefer? ¿Cuándo terminaremos por fin estos tests? -¿Tanto te aburren? -No... Pero me gustaría saber ya si valgo para hechicera. -Vales. -¿Ya lo sabes? -Lo sabía desde el principio. No muchas personas son capaces de percibir la actividad de mis estrellas. Muy pocas, en verdad. Y tú lo percibiste al momento. -¿Y los tests? -Terminados. Ya sé lo que quería saber de ti. -Pero algunos de los problemas... No me salieron muy bien. Tú misma decías que... ¿De verdad estás segura? ¿No te equivocas? ¿Estás segura de que tengo capacidades?


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