Nayagua, revista de poesía, nº. 24

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Y el homenaje a la Guerra Civil continúa en “15”, la composición que cierra el poemario, con un subtítulo en catalán: “(Plaça del milicià desconegut)” (p. 42). Sintomáticos son los versos de este mismo fragmento: “Ahora a la guerra de clase la llaman turismo, / la llaman movilidad”. (p. 43), denunciando el neoliberalismo imperante y la corrosión del carácter (Richard Sennet dixit) que genera la flexibilidad laboral y la incertidumbre vital en la que vivimos. Aunque no deja de haber algún otro retrato de estirpe realista (pp. 18-19) donde aparecen la madre del autor y su abuela: “Pronto el autobús huele a chorizo fresco y a campesino dormido”. (ibíd.). Pero no dejan de aparecer problemáticas contemporáneas representadas en sirios, libios (p. 41), o kurdos (p. 13) para recordarnos que esta paz europea está hecha a base de sangre del resto de pueblos dominados, o a sabiendas de que esos pueblos necesitan una ayuda más allá de la acción huma­ nitaria de las ONG. Y dice: “No es posible la paz / mientras algún estado / pueda adquirir a otro / por herencia, / cambio, / compra / o donación” (p. 17), comprendiéndose que “(Y aun así hay paz mientras nos heredan, nos cambian, nos compran, nos donan)” (ibíd.), resaltando las contradicciones de Europa —la que estamos construyendo, hacia la que nos dirigimos— y la modernidad —posmodernidad incluida— que nos ha tocado vivir. Contradicción, en suma, que tiene su crisol en el sujeto poemático, en la propia voz verbal de los poemas, que con la distancia de la tierra propia —las raíces— va adquiriendo perspectiva: “De lejos envejezco / mejor que mi pueblo, // porque no vivo en él puedo serle / amargo / y leal”. (pp. 20-21). Europa, en este caso simbolizada por Inglaterra como bien se lee en el poema “12”, subtitulado “(El alma inglesa)” (pp. 36-37), en contraposición con Asturias y el valle asturiano: en medio nuestro autor —supongamos que coinciden autor y voz protagonista— encarna al sujeto poético para hablarnos de nostalgias de vida y quejas sociales como las que se podrían apreciar en How Green Was My Valley (1941), la inolvidable y legendaria película de John Ford, y que nos recordaría algún fragmento de Una paz europea, como en “11” (pp. 33-35). Fruela Fernández nos ha entregado un libro honesto fruto de una voz en expansión, abierta y madura, y por eso —y otras cuantas cosas más que dejamos para otra ocasión— Una paz europea es un libro importante que queremos recomendar a los lectores.


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