EL IMPERIO DE LO EFIMERO: LA MODA Y SU DESTINO EN LAS SOCIEDADES MODERNAS de Gilles Lipovetsky

Page 91

consideran a sí mismos y son cada vez más considerados por los demás artistas sublimes. En esa época aparecen los primeros tratados sobre el arte del peinado, especialmente los de Le Gros y Tissot. En su Traite des principes et de Fart de la coiffure, Lefévre, peluquero de Diderot, escribía: «De todas las artes, la del peinado debería ser una de las más apreciadas; la pintura y la escultura, esas artes que dan vida a los hombres siglos después de su muerte, no pueden disputarle el título de cofrade; no pueden negar los apuros que pasan para acabar sus obras.» Comienza la era de los grandes artistas capilares; peinan vestidos con traje, con la espada al costado, escogen a su clientela y se llaman a sí mismos «creadores». Le Gros colocaba su arte por encima del de los pintores y abrió la primera escuela profesional bautizada «Académie de Coiffure». Algo más tarde se impone el nombre de Leonardo, quizá el peluquero más famoso, a propósito del cual Mme. de Genlis decía en 1769: «Finalmente ha llegado Leonardo; ha llegado y es el rey.» Triunfo también de los zapateros sublimes, esos «artistas de los zapatos»1 y, sobre todo, de los comerciantes de moda consagrados como artistas en moda, como sugiere L. S. Mercier en su Tabkau de Parir. «Las costureras que cortan y cosen las piezas de la indumentaria femenina, y los sastres que hacen los cuerpos y corpinos, son los albañiles del edificio; pero el vendedor de modas que crea los accesorios, imprime la gracia, le da el pliegue adecuado, es el arquitecto y el decorador por excelencia.»2 Los comerciantes de modas, que desde hacía poco habían dejado su negocio de mercería, hicieron fortuna y gozaron de una gloria inmensa: Beaulard era considerado un poeta, Rose Bertin, «ministro de modas» de María Antonieta, es ensalzada en verso por el poeta M. Delille; su nombre puede hallarse en cartas de la época así como en memorias y gacetas. En aquel momento el refinamiento, la afectación y la impertinencia estaban presentes entre aquellos artistas de moda de facturas exorbitantes. Rose Bertin responde con cinismo a una de sus clientes que discutía sus precios: «¿Acaso a

1. Edmond de Goncourt, La Femme au XVIIF siéck (1862), París, Flammarion, 1982, pp. 275-276. 2. Citado por Anny Latour, Les Magiciens de la mode, París, Julliard, 1961, cap. 1.°. Trad. castellana en Acervo, Barcelona, 1961.

92


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.