Entrevista a Carlos Garaicoa

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una especie de grosor semántico. Y de hecho he tenido que negar muchas de mis posiciones. Lo que me ha llevado a entender la obra como una estética de la autorreflexión. Yo pienso que es algo que le debería suceder a la mayoría de los creadores. Teatral y cínica si lo es totalmente, por cuanto me he dado cuenta de que la sociología no es una praxis real. Te mueves dentro de un mundo de las utopías. El arte no puede ser más allá que eso, no es más que un sentido de la autorreflexión, un sentido para iniciados, algo que solamente podemos leer tú y yo y otros tres o cuatro. Cuando llegué a esa conclusión me di cuenta que de cierta manera había perdido el tiempo, pero me quedó ese lastre de las intervenciones. Todas las primeras obras que yo empecé a hacer demuestran que yo realmente me creí la idea de la intervención. Hice obras como el 39, el Hotel San Carlos, incluso el 6, y me hacía la idea de que era posible realmente intervenir en la calle, que era posible hacer reflexionar a la gente sobre un fenómeno como era el espacio urbano. Pero después me di cuenta de que no, que tú a la gente de la calle no le puedes pedir que te entiendan un texto en la calle; es decir, puedes crear un sentido (de hecho, lo creas) pero no es nunca lo que tú pretendes. Tiene que haber un estudio más profundo, incluso sociológico, un intercambio más fuerte, incluso con el poder, una intención de poder. Yo llegué a un punto en que me di cuenta de que yo quería que mis obras no fueran para nada un poder. No quería que mis obras ejercieran poder sobre nadie. Solamente que fueran signos vacíos, signos que estuvieran. Me interesaba la idea del texto anónimo, negar totalmente al autor. Yo quería que fueran obras informativas. Y después noté que cuando las metía en la galería se convertían en lo mismo que había sido toda la tradición conceptual, porque de hecho me lo leían los artistas y me lo leían los críticos. Y entonces de ahí empezó toda esa historia de la arqueología que ya más o menos conoces. La arqueología es el gesto más cínico que adquiere mi obra. Nosotros somos hijos de la postutopía. Somos la gente que pensamos en un momento que ya no era necesario hacer nada que tratara de cambiar nada, sencillamente nos dimos cuenta de lo que había sucedido con las intenciones de cambio. Nuestros paradigmas finales eran El objeto esculturado censurado, una diáspora tremenda, Angel Delgado preso, cosas que están muy cerca de uno porque son mis amigos. Entonces te das cuenta de que cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo. Más allá de cualquier intención de cambio o cualquier intención de transformación –que incluso en mi obra estaba muy arraigada- ésta tenía que ser mirada desde otro punto de vista. Entonces caí en la cuenta de que al final todos nosotros estamos revisando cosas. Yo empecé a hacer obra fotográfica también revisando la propia historia de la pintura cubana. Una obra como la que expuse en la Cuarta Bienal de La Habana, en el ISA, que se llamaba De las maneras de ser bandera, era un poco la posición que se había tenido con respecto a la bandera durante todos los ochentas, y cómo se había perdido en tres años y nadie quería hablar de la bandera. Cada vez que uno veía una obra como la de Fernandito o Los Carpinteros era un discurso bonito acerca de la bandera. Eso


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