Monolito x

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Territorio tomado Por: Araminta Gálvez

Al sentir ese putrefacto olor, mezcla de desechos humanos y carne en descomposición, sentí la urgente necesidad de vaciar allí mismo la chuleta de cerdo y sus maravillosas grasas y el puré de papas degustado hacía no mucho. Ahora de nada servía el arrepentimiento por mi voracidad durante el almuerzo. Las arcadas se intensificaban y era casi inútil mi esfuerzo por contenerlas. Dejé de respirar, desesperada para no sentir esa hedentina, obligué a mis pensamientos a transportarme a otro lugar. Las montañas delineadas en la distancia fueron mi salvación.

Las imaginé emborrachadas de trinos, frescura y semillas que en sus entrañas ocultaban bosques enteros. Intuí su frescura y esa brutalidad de olores a tierra húmeda, descompuesta y configurada por millones de vidas minúsculas que morían y sobrevivían devorando y siendo devoradas. El rocío, con sus caudales de brillos e iridiscencias, se posaba en el temblor de las hojas, al tiempo que el sudor irreverente se deslizaba hasta la división de mis pechos, estremeciendo mi soledad. Relajé cada uno de los músculos y órganos de mi cuerpo. Sentí las paredes de mis costillas abrazándome el corazón. Escuché su ritmo de percusión mientras me drenaba la vida. Tomé conciencia del estallido de ruidos secretos que abarrotaban mi abdomen. Me identifiqué con la suavidad de líquidos que amortiguaban mis ojos defendiéndolos del impacto de luz y color, que sin misericordia, constantemente me poseían.


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