Con c de confin 1

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Juan María Hoyas

Solo, separado de mis amigos y con muy poco dinero, así me vi en Calais. Aquella noche dormí, arropado con mi saco, junto a una torre de elevación de agua. Al día siguiente bajé en autostop hasta París. Cierto es que durante el viaje conocí a personas interesantes y encantadoras, pero también lo es que así dio comienzo una de las semanas más negras y angustiosas de mi vida. Se comprenderá ahora por qué este viaje tenía que servir para restañar viejas y dolorosísimas heridas. A las nueve nos vamos para la zona de embarque. Nuestro barco no sale hasta las once y media, pero queremos probar suerte. En la taquilla nos dicen que por el módico precio de catorce euros podemos partir dos horas antes. No es que nos importe mucho esperar, pero teniendo en cuenta la hora a la que vamos a llegar a Francia aceptamos. Si al entrar en el país nos miraron hasta los empastes, a la salida no hay ni un alma, ni siquiera un triste verificador de billetes. Qué alegría la de volver al Mundo Libre. Muy poca gente en el barco y la mar bastante más calmada que al venir. Cuando nos damos cuenta estamos entrando en Calais. Queremos ir a dormir al Cap Blanc-Nez, pero al salir del puerto equivocamos la dirección y tenemos que circunvalar toda la ciudad. Luego, por una carretera estrecha llegamos a Escalles y ascendemos al cabo. Los aparcamientos se hallan limitados por gálibo, pero hay una zona libre en la que pernoctan una docena de autocaravanas. Después de tantos días en soledad, acosados, perseguidos por un país que en el mejor de los casos ignora a los autocaravanistas, este lugar significa para nosotros la más cordial de las bienvenidas. Hace frío y hay estrellas. Aparcamos con el mayor sigilo posible, tratando de no molestar a los dormidos. Nos vamos caminando hasta la punta del cabo. Más allá de los aparcamientos existe


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