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Para la quinta operación, se le trasladó al hospital universitario de Washington donde, como él mismo señala: «Era una celebridad. Tenía el peor caso de osteomielitis que habían visto». La noche anterior a otra cirugía más, su equipo de médicos entró en su habitación con actitud sombría. Finalmente obtuvieron las radiografías precisas, que mostraban que la infección ya no se limitaba a su columna. Se había esparcido a su pelvis y abdomen, al igual que a sus dos piernas. Según le dijeron, para librarlo de esto, tendrían que abrirlo de arriba a abajo. Le dijeron que con este procedimiento podían garantizarle que le curarían la infección. Pero también le aseguraban que perdería el uso de la pierna derecha. —Yo seguía las enseñanzas del gran metafísico llamado John Wayne. Cuando alguien en una de sus películas le decía a Wayne que debían cortarle la pierna, él respondía: «Está bien, háganlo, adelante» —señala McBride. Pero entonces los médicos siguieron explicándole que si la infección era tan grave como todos pensaban, también perdería el pie izquierdo y el control de sus esfínteres, y había probabilidades de que sufriera impotencia sexual como resultado. —Francamente —dice McBride—, ahí fue donde cometieron el error. »No sé ustedes, pero yo llegué a este planeta como un hombrecito que se gustaba a sí mismo. No pasó mucho tiempo hasta que aprendí que la gente que tenía la autoridad sabía más acerca de mí que yo mismo. Aprendí que necesitaba prestar atención y que los maestros eran quienes me dirían si era bueno en la escuela; los entrenadores decidirían si tenía habilidad para el deporte. Desde el principio aprendí a mirar hacia fuera para entender quién era. »Es probable que les hubiera dejado cortarme una pierna —prosigue McBride —, pero cuando los médicos empezaron a insinuar que no había manera posible de que saliera entero de la cirugía, en ese momento decidí que nadie me diría quién era yo. Esa misma noche decidí que nunca más ninguna persona que llevara una bonita etiqueta con su nombre determinaría mi destino. Esa fue la noche en que cambió su vida. McBride, que había estado estudiando los principios espirituales, anunció a todos los presentes (el equipo de cinco médicos, su esposa y su hija de dos años) que había un poder en el universo y que él lo iba a utilizar para sanar y liberarse. Cuando empezó a decir estas cosas, todo el mundo decía: «¡Muy bien! Sigue tus sueños». Pero después de diez cirugías, la gente empezó decirle que debía «afrontar la realidad», que dejara de enfocarse en sus prioridades personales, egocéntricas y mezquinas. —Estamos hablando de prioridades personales egocéntricas y mezquinas como tener un cuerpo sano y una espalda con la suficiente fuerza como para cargar a mi


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