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de su libro “La construcción de Puentes Romanos en Hispania”, por Santiago Palomero

Un segundo comentario a la obra de Manuel Durán Fuentes, con motivo de la segunda edición de su libro "La construcción de Puentes Romanos en Hispania": De lo que aconteció a un Quijote gallego (Manuel Durán) y un Sancho manchego (Santiago Palomero) en una Venta y de un Final Feliz.

Santiago Palomero Plaza

Fue en Toledo y no en otro sitio, donde tuvo lugar el feliz hallazgo de la Segunda Parte del Quijote y el presunto responsable un tal Cide Hamete Benengeli, el que encontró el manuscrito nada más y nada menos que en el Alcaná (Mercado junto a la Catedral) de Toledo, entre judíos, trujumanes y lazarillos. Pues bien igual que las segundas partes del Quijote no sólo fueron buenas, sino mejores, lo mismo podemos decir de la segunda edicción de la obra de nuestro amigo Manuel Durán Fuentes, desprovista del "lujo" de la primera y del prólogo de D. Manuel Fraga, casi diríamos que se vende todavía mejor, pues son sus textos, sus planos, sus fotos y su contenido los que la siguen haciendo obra obligada de consulta.

Esta segunda y afortunada edición de 2005, corregida y aumentada, y editada por Galaxia, sigue teniendo el mismo resultado que la primera, o sea que todo el que quiera investigar sobre puentes romanos tiene que empezar por aquí.

Ya en el número 1 de El Nuevo Miliario hacíamos una crítica razonada de los muchos aciertos de este trabajo, que empezó por Galicia y se extendió después a toda Hispania y que hoy la hacen obra obligada de consulta y de aprendizaje de casi todos los aspectos relacionados con la construcción de puentes en época antigua.

También expresamos en el citado número algunas paradojas; por ejemplo yo había protestado respecto al número de puentes romanos en Hispania, por lo que entendía era un "numerus clausus" de 35, pero Manuel Durán en realidad tampoco lo daba por un número cerrado y él mismo me indicó que ya había descubierto en Portugal otro puente que habría que añadir a la lista. Lo que si es indudable y eso hay que agradecerselo a Durán es haber "desmitificado" por completo la masiva existencia de puentes romanos en Hispania, esa historia de que "todo puente de sillares" es romano, después de su trabajo, "ha pasado a la historia" y calculabamos los dos en el calor de la venta manchega en que habrá que hacerse a la idea de no más de 50 puentes de carácter constructivo "romano" en toda Hispania. El hecho de conservarse más en la mitad occidental que en la oriental, es, para Durán una consecuencia de los propios cursos hidrológicos. En este sentido cabe equiparar la obra de Durán para puentes con la de Isaac Moreno para calzadas y vías romanas, dos obras eminentemente prácticas y realizadas desde el punto de vista de la ingeniería, pero de indudable valor para los arqueólogos. La lección parece clara y evidente: Se abre un horizonte común de intereses entre ambas profesiones; por eso desde esta revista se va a trabajar por el sentido común y el entendimiento y no por el falso enfrentamiento, pues creemos que se puede y se debe aprender unos de otros.

Pero volvamos a las paradojas, porque Manuel Durán, vino a Ciudad Real para presentar una ponencia sobre "Ingeniería hidraúlica romana en Castilla la Mancha: Los Puentes" y aunque no conocemos el texto escrito, en la intervención simplemente se limitó a señalar que una buena parte de los citados en Castilla La Mancha como puentes romanos son "prácticamente de antes de ayer" (se refiere a los clásicos puentes de sillares de las cercanías de muchos de nuestros pueblos, cuyo topónimo de Puente Romano se debe más a una admiración por la durabilidad de las construcciones romanas que a la romanidad misma de las obras de fábrica).

Respecto a algunos más conocidos como el de Alcántara, en Toledo, a pesar de ser un candidato, Durán no ve casi ninguna de las 14 características técnicas, por lo que no se inclina a considerarlo ni siquiera como de "tradición romana", asunto que choca con algunos sillares con inscripciones romanas, aunque bien es verdad, que las refacciones en época califal y taifa, así como las posteriores remodelaciones medievales cristianas y renacentistas, debieron afectar mucho a la construcción primitiva. Durán hizo un recorrido, a nuestro juicio demasiado rápido (en su favor hay que reconocer que venir de Galicia hasta la Castilla Profunda y Extensa a buscar puentes en invierno es todo un mérito) por la Región y sin criterios cronológicos claros, salvo el de negar la romanidad de casi todos: Nos hubiera gustado mejor obtener de él una pequeña "Historia del Puente" en la región, con un ejemplo claro

de puente romano, medieval, moderno, ilustrado o contemporáneo, que una negación romana general a la mayor, que es lo que hubo.

Asuntos interesantes en los famosos 14 características técnicas para distinguir la romanidad, según Durán, son las marcas de cantero (nunca las hay en puentes romanos), las muescas de palanca, los tipos de cimentación y las simetrías o asimetrías de los tajamares, el uso del hormigón romano y los característicos sillares "a hueso", entre otras.

Y es que esta es otra de mis paradojas, no me acabo de fiar "sólo" de las características técnicas, considerando sin embargo algunas muy importantes como las marcas de cantero , las muescas de palanca, los sillares a "hueso" y el "opus caementicium", porque el atender las famosas 14 características a rajatabla es algo así como aceptar que los romanos fabricaban los puentes "como los churros en el aceite , en dos tamaños o pequeños o grandes" y perdonen la expresión.

Me da la sensación que la construcción, incluso de una calzada con miliarios, como la de Cartago-Nova a Segóbriga (la Losilla, Chinchilla, por ejemplo) nos proporcionará todavía muchas sorpresas tanto a arqueólogos como a ingenieros y lo mismo digo de los puentes .

A Manuel Durán y a mí, aparte de muchos amigos gallegos comunes, nos une haber sido partícipes de la serenidad que se manifiesta en el puente medieval de Allariz (muy bien restaurado por él)en Orense, en el que a pesar del tráfico rodado, todavía hoy uno puede sentir esa "seguridad" de puente antiguo y esa emoción de entrada y salida, de antes y después.

Como buen gallego, se definió en la Mancha Profunda como "un aprendiz", reconoció no ser "historiador", ni visitador excesivo de "archivos" pero sí un pertinaz estudioso de la técnica constructiva. Azote desmitificador y Quijote de puentes romanos, Maleus Maleficarum de eruditos "herejes", pero a la vez, con su postura iconoclasta, "pontificó sobre puentes", como un revolucionario, en el mejor sentido de la palabra.

A un tipo así, no puede por menos que regalársele un "puente metafórico paradójico" como final feliz, que se merece por haber logrado remover un mundo tan estático. Sólo otro ingeniero, Rafael Sánchez Ferlosio, podría hacerlo desde el Primer Libro de la Historia de las Guerras Barcileas, trasunto de lo contado en mas amplitud en "El Testimonio de Yarfoz":

"El rio Barcial separaba desde los tiempos más antiguos los territorios de hecho de los dos pueblos contendientes: los Grágidos y los Atánidas. Era un río caudaloso, peligroso, de impróvidos deshielos, largos estiajes y muy enrevesado, sirviendo de límite más o menos aceptado entre los dos pueblos. Dotado de un servicio de balsas permanente a través del Vado de la Bola, acabó, con el tiempo, por albergar el primer puente de la historia barcilea, construido en la Tercera Paz, en la que Los Príncipes Concordes de uno y otro pueblo, decidieron en un Paseo por el vado de la Bola, construir un Puente que uniese ambas orillas. La condición era que cada pueblo hiciese su proyecto independientemente, al arbitrio y gusto de los maestros constructores de cada nación. Pero fueron los "problemas técnicos"los que frenaron el proyecto inicial, pues según los Maestros grágidos el puente había de tener 56 ojos, mientras que según los cálculos atánidas debían ser 64. Pero eso fue solo el principio, pues cuando ambas Comisiones se mostraron recíprocamente los Proyectos se vió que no sólo eran distintos en los materiales, aparejo y estructura, sino que ni la altura sobre el nivel del agua, ni la anchura entre pretiles eran las mismas. Al final, Estagecio por los grágidos y Ispifús por los atánidas fueron encargados de consturir su mitad, con arreglo al proyecto de cada pueblo, repartiéndose los ajustes necesarios, subsanando la incongruencia de medidas con suplementos extraños a la obra misma y siempre postizos y desmontables, como la rampa de macizo entarimado desmontable que permitiría salvar a los carruajes el escalón que había de quedar en el punto de contacto, un desnivel, por lo demás, no excesivamente grande".

El que quiera saber el cogollo de esta historia deberá leer a Ferlosio, un placer por otro lado, pero algunas pistas, útiles además para el Final Feliz, dedicado a Manuel Durán, dejaremos en el camino. Por ejemplo, el ingeniero Ispifús, dijo: "No jugamos aquí a ver quien termina antes, sino a hacer una obra buena, hermosa y duradera...no es el tiempo en construirlo el que debe preocuparnos, sino el tiempo que el puente haya de perdurar después".

Esperamos que el final feliz haya sido digno de la gran obra de Durán y que sea nuestro común amigo, Xosé Carlos Sierra, el que pueda contar y cantar esta historia, como Homero, acompañando los ditirambos con un cayado, desde lo alto del puente de Allariz y acabemos dándole todos la razón a Fernández Ordoñez, que siempre citaba a Palladio, para demostrar la "iustitia" de los puentes bien construidos y los libros bien hechos, ayer y hoy.