Etienne de la Boetie - Ensayo sobre la servidumbre voluntaria

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con él; le enviaron un agente diplomático, el libertino VitroIles. A éste Fouché le dijo estas palabras que muestran la astuta politica de ese miserable: “Salvad al monarca, que yo me encargo de salvar la monarquía”. Y, en efecto, los Borbones pusieron los pies en polvorosa, y llegó Bonaparte también él con su manía de reinar; Fouché fue su ministro; Fouché lo traicionó más tarde y, tras pactar con los aliados para mandarlo a Santa Elena, permaneció como ministro de otro libertino, Luis XVIII, quien no sintió la más mínima repugnancia de trabajar con el hombre que había condenado a su hermano a muerte y de forjar con él las listas de prescripción que señalaron su retorno. Los sangrientos antecedentes de ese execrable monstruo convenían, en efecto, a la hipocresía y a la cobarde crueldad de Luis XVIII, a quien no faltaba más que el valor del crimen para ser el más feroz de los tiranos. (N. de Ch. T.) ¿Qué diría hoy el bueno de Etienne de nuestros doctrinarios, de nuestros liberales de la restauración y del asqueroso “justo medio” que tanto han abusado, y con tanta frecuencia, de este santo nombre? (N. de Ch. T.) No es en el libro De las enfermedades, que cita La Boétie, sino en otro titulado Sobre los aires, las aguas y los lugares, y en el que Hipócrates dice (§ 41): “Los pueblos mas belicosos de Asia, griegos o bárbaros, son los que, al no ser gobernados despóticamente, viven bajo las leyes que ellos mismos se imponen, mientras que allí, donde los hombres viven bajo reyes absolutos, son necesariamente muy tímidos”. Se encuentran los mismos pensamientos más detallados aún en el § 40 de la misma obra. (N. de Ch. T.) Al extenderse una enfermedad pestilente en los ejércitos de Atajerjes, rey de Persia, este príncipe, aconsejado de recurrir en esta ocasión al asesoramiento de Hipócrates, escribió a Histanes, gobernador de Helesponto, para encargarle que atrajese a Hipócrates a la corte de Persia, ofreciéndole todo el oro que quisiese y asegurándole, de parte del rey, que sería tratado al igual que los grandes de Persia. Histanes ejecutó puntualmente esta orden; pero Hipócrates le respondió en seguida “que disponía de todo lo necesario para la vida y que no le estaba permitido gozar de las riquezas de los persas, ni emplear su arte para curar a los bárbaros que eran enemigos de los griegos”. La carta de Atajerjes a Histanes y la de Histanes a Hipócrates, de las que Jenofonte extrae estos detalles: se encuentran al final de las obras de Hipócrates. (N. de Ch. T.) Hierón o retrato de la condición de los reyes. Coste tradujo esta obra y la publicó en griego y en francés con notas, Amsterdam, 1771. (N. de Ch. T.) La Boétie es muy generoso al interpretar así las intenciones de nuestros monarcas. Si hubiese visto a los suizos del famoso Carlos X disparando sobre el pueblo de París, sin duda no hubiera dicho que esos buenos suizos estaban ahí para salvar a los hombres. (N. de Ch. T.) Terencio, Eunuq., act. 3, sc. I, v. 25. (N. de Ch. T.) El texto latino es el que sigue: “... Quaeso, inquam, Strato, eon es feroz, quia babes imperium in beluas?” (N. del T.) ¡Como si no viéramos en nuestros días repetirse el engaño! Los Osages y la jirafa; los banquetes populares de los Campos Elíseos en los que tantas veces se distribuyen vino, jamones y salchichas; los desfiles y las revistas; las cucañas y los globos; los torneos y las representaciones gratuitas; las iluminaciones y los fuegos artificiales; las carreras de caballos en el Campo

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de Marte; las exposiciones en los museos, o en los grandes bazares industriales; aun muy recientemente el famoso y tan costoso barco de cartón; y, finalmente, los juegos de la Bolsa, aún más infames, y que, naturalmente, los antiguos desconocían. (N. de Ch. T.) Reunión de hombres del pueblo, agrupados y enrolados de diez en diez, y alimentados a expensas del tesoro público. (N. de Ch. T.) Título de una de las obras de este filósofo; ficción, es cierto, pero admirable, y que podría realizarse, si los hombres tuviesen todos la virtud del sabio que los hace hablar para instruirlos, del divino Sócrates. Moneda de plata entre los romanos cuyo valor mínimo era aproximadamente de 5 fr. 50. (N. de Ch. T.) Este historiador dijo: “El sector más embrutecido del pueblo acostumbrado a los placeres del circo y de los teatros, siendo el más corrompido de los esclavos, el mismo que, tras derrochar sus bienes, ávidos de desórdenes, no sobrevivía más que para alimentar los vicios de Nerón, quedó sumido en el dolor”. (N. de Ch. T.) “Una vez fijado el día de los funerales, se elevó una pira en el Campo de Marte, cerca de la tumba de Tulio; y frente a la tribuna destinada a los discursos, una construcción dorada según el modelo del templo de la madre Venus. En él descansaba un lecho de marfil cubierto de oro y de púrpura, cuya cabecera estaba coronada por un trofeo y por el vestido que llevaba cuando lo apuñalaron... En los juegos funerarios, se cantaron versos para fomentar el dolor por la muerte de César y la indignación contra sus asesinos... Por único elogio, Marco Antonio hizo pronunciar por un heraldo el senatus consulto, que confería a César a la vez todos los honores humanos y divinos, y el juramento por el cual se comprometían todos a defenderlo; él mismo no añadió más que unas pocas palabras. Magistrados en ejercicio, o fuera de sus funciones, llevaron el lecho funerario a la plaza pública; unos querían quemarlo en el Capitolio, otros en el santuario de Júpiter, otros aún en la sala del senado, construida por Pompeyo, cuando, de pronto, dos hombres, con la espada a un lado y armados de dos lanzas, pusieron fuego al lecho con antorchas. En seguida, todos los que estaban alrededor apilaron ramas secas, bancos, los asientos de los jueces y todos los regalos que habían llevado; después, los flautistas y los actores, despojándose y desgarrando las túnicas triunfales que llevaban para la ceremonia, las arrojaron a la hoguera; los legionarios veteranos arrojaron las armas con las que se habían adornado para los funerales y, la mayor parte de las damas, sus ornamentos y las de sus hijos. El duelo público fue total; naciones extranjeras siguieron el ejemplo; todas organizaron, cada una a su manera, una ceremonia funeraria en torno de una pira y, sobre todo, los judíos, quienes la celebraron varias noches consecutivas”. (Suetonio, Vida de César, § 84.) (N. de Ch. T.) Una columna maciza de cerca de veinte pies, hecha con piedras de Numidia, fue levantada después en la plaza pública con la inscripción: Al Padre de la patria. (Suetonio, Vida de César, § 85.) (N. de Ch. T.) Es La Boétie quien habla; no lo dudes en absoluto, lector, y sobre todo, ninguna alusión... si puedes. (N. de Ch. T.) Esta vez, se diría que La Boétie escribía adelantándose a la historia. ¡Basta con ver qué sucede en cierto país desde 1830! (N. de Ch. T.)

EL DISCURSO DE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA / 79


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