Edición Nº8 Letras de Parnaso

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El último chambilero a hielo Las fotografías tienen un extraño poder porque pueden conmovernos y hacernos revivir las cosas como existieron, las que pudimos vivir y las que no, asomándonos por las brumas de un tiempo inaccesible y despertando nuestra memoria como una potencia del alma por la que se retiene y recuerda el pasado. Viendo fotografías antiguas, incluso arrugadas y desvanecidas, observamos el tiempo congelado colocado frente a nuestros ojos. Lugares, gentes y paisajes que ya no son, en el hálito misterioso del tiempo, de los años y de la vida, sobre la que siempre acaba pasando la inflexible guadaña del tiempo, quedándonos la imagen y el recuerdo de lo que fue. Todo ha cambiado a un ritmo vertiginoso en escasos veinte años, habiendo dejado atrás unas estampas que solo la fotografía impide que desaparezcan para siempre. Miradas breves que captaron el instante de lo que permanece. Fotografías unas veces serenas y otras impulsivas que asaltan nuestra mente como una rápida reflexión, mostrando lo que pudo ser pero no fue, lo que anduvo siendo y después cambió. Una fotografía sencilla pero que emociona es la del último chambilero a hielo en Cartagena, a quien fotografié junto a su carrito tomando como fondo un nuevo e inmenso hipermercado. Antes debo apuntar que chambi es como se conocía al resultado de colocar un poco de helado entre dos pastas, moldeado con un aparato asimismo artesanal, y su nombre deriva de los tiempos en que al Arsenal de Cartagena llegaron ingenieros ingleses para dar un nuevo giro a la construcción naval y su inclinación por tomar algo rápido comiendo sándwiches, colocando una loncha de carne entre dos rebanadas de pan de molde. Aquella comida frugal les permitía alimentarse sin desatender el trabajo o lo que llevaran entre manos, y aunque los heladeros siguieron apreciando los beneficios de una buena comida a la mesa, y los de la siesta después,

adoptaron aquella moda intentando una forma promocional por la que presentar sus dulces sorbetes helados, empleando un nombre adaptado a ese mismo que había oído pronunciar: el chambi helado. La situación circunstancial era curiosa y el aire de aquel tipo me gustó, tal vez porque la insolencia de poner un carrito artesanal atracado frente a ese diplodocus de cemento resultaba entrañable a la par que divertida; la pose con la que el artesano me obsequió, vestido con pantalón de rayadillo gorra y mandil blancos, fue colocar uno de los brazos a la cadera y el pie contrario sobre la rueda de aquel minúsculo carromato hecho a mano hasta en los rótulos pintados de la publicidad. Hoy que se amontonan las imágenes y los iconos en la pantalla del ordenador hasta la frontera de lo inimaginable me viene a la memoria la dignidad casi chulesca de quien se sabría como carnero de cinco cuartos frente a la máquina de carne, pero carnero libre al fin y al cabo. Por entonces utilizaba una cámara Zennit del 67 con carrete de 35 mm.; cuando el obturador fue accionado y el espejo de la cámara se elevó quedé tras el visor en un instante de oscuridad; aunque aquel hombre, el último chambilero a hielo, ha seguido erguido ante el tiempo, manteniendo aquella pose y aquel aire de dignidad de quien riñe ante un desafío a espada. De aquello nada existe y el hipermercado ya ha cambiado hasta de nombre, pero el chambilero permanece en una luz que ya no ha querido apagarse porque forma parte de su desafío, de su misterio. Vicente CEPEDA CELDRÁN, Fototurismo.org - asesor

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