Pág. 108
Pág. 109
La historia de Letras de Parnaso se caracteriza por una constante innovación y por la incorporación de nuevos formatos. Hemos intentado desde el principio dar cabida a autores y textos de valía que encuentran en esta revista un lugar donde publicar su talento y sus ideas. Por ello, y siguiendo la misma estela, incorporamos a partir de este número una sección donde aparecen escritos, partes de obras, que no han podido ver la luz hasta ahora. Por lo tanto, ofertamos la oportunidad de publicar manuscritos de ingente calado que permanecen inéditos pero que por su calidad merece la pena que los demos a conocer al público. En ese sentido intentamos realizar la labor de servicio esencial que los medios de comunicación tienen encomendada. Por la impronta de los textos que ya manejamos verán que nos aguardan gratas sorpresas.
Memorias amorosas de un afligido Por Jesús I. Callejas * “Una simple mirada nos muestra dos enemigos de la felicidad humana: el dolor y el aburrimiento”. (Arthur Schopenhauer)
Sobre memorias amorosas de un afligido Queridos lectores, es para mi un honor compartir con ustedes al escritor Jesús I. Callejas, prosista narrador cubano radicado en los Estados Unidos . Jesús ha publicado cuentos, prosemas, noveletas y novelas. La primera de un tríptico es Memorias amorosas de un afligido publicada en 2004. Es deliciosamente irónica, nihilista y erótica. Memorias amorosas de un afligido evoca la historia de un hombre agobiado por las circunstancias que le ha tocado vivir. Es una voluminosa novela escrita en pequeños capítulos cuyos títulos evocan las novelas de caballería y la picaresca. La novela se desarrolla en tres sitios diferentes: Ataraxia es el lugar donde transcurren nacimiento, infancia y parte de su juventud. El segundo lugar es Epojé, donde vemos parte de su tragedia, el desenfado y el sibaritismo. En Quimera la culminación de la juventud y parte de la madurez. La Revista comentada por Luis de la Paz dice: “Las cuatrocientas páginas de esta novela corren como un torrente desenfrenado, algo que resulta difícil en un libro donde prevalece una prosa pulida y muy adornada, pero a Callejas le funciona bien, y ese es uno de los logros de esta obra, atrapar a lector y hacerlo sentir parte de ese mundo ardiente, donde se escalonan las situaciones a modo de imágenes fílmicas, donde frente a los ojos pasan raudas las escenas. Eso también podría ser Historia amorosas de un afligido, una película de acción y reacción en forma de libro”. Es una novela sin trama escrita en forma lineal, los capítulos dan continuación a la existencia del narrador como dice Manuel C. Díaz: “Una novela en la que
no hay sorpresas argumentales y que sin embargo, tiene la garra de un page turner.” La fluidez narrativa, lo eventos que transcurren a la vida de este ser sin nombre que narra en primera persona despierta un morbo curioso a las desventuras del personaje, la extraña fascinación que provoca las escena de sexo complementadas con referencias cinematográficas, o de literatura, porque este libro está escrito por un esteta de la prosa con una erudición enciclopédica. M. C. Díaz dice: “Y es que Callejas no ha cambiado; sigue escribiendo con la misma gongorina intensidad. Su prosa sigue siendo un torrente de palabras tan frescas, que parecen recién inventadas.” Si este personaje de Memorias amorosas de un afligido sufre, despotrica sobre todo y de todos, presenta en ese espacio la incomprensión el abuso, es el ojo visor que nos lleva por ese mundo de la irracionalidad y ternura desbordada. José Díaz Díaz dice en su reseña: “Callejas inicia una Crítica de su Tiempo, directa, profunda y desgarrada, tanto en lo conceptual, como en el propio argumento de su ficción (o sus memorias). Evidentemente, el adolescente que nada entre lagos de semen, el borracho que nada entre lagos de licor, el promiscuo insaciable; se constituye en la metáfora perfecta para abofetear una sociedad a la cual considera mediocre.” Estela Luz Macias (Repres. Cultural)
Capítulo XXXVIi En el que un nuevo reto amoroso dispone de sus inacabables recursos.
A
vergonzado por el modo tan injusto en que había tratado a Rebeca decidí abandonarla. Intenté evitarle mi amarga nocividad por haberla encontrado a destiempo. Ella esperaba mucho de mí y muy pronto; no soy hombre que pueda funcionar de esa manera. Yo sólo quería, por el momento, un poco de sexo cariñoso, pero su urgencia de compromisos me saturó. Recién exprimido de la intensa relación con Elli no mucho quedaba para otras. Se presentó la ocasión de irme gracias a Saúl, quien me condujo, tras confesarle yo mis conflictos entre rebuscadas vacilaciones, a una prima suya que, enviudada de un diplomático, requería de mayordomo. Saúl me acompañó a ver a aquella angulosa, distinguida dama que representaba poco más de cincuenta años pero que en realidad tenía sesenta y cinco. Espigada y delgada, cargaba un macizo pelucón cenizo, como helado batido, y fumaba cigarrillos negros moviendo sus bellas manos con mareante elegancia. Conjeturé que en sus mejores tiempos pudo ser bellísima; una foto que vi posteriormente lo confirmó: Fue bellísima. Había pasado la mayor parte de su vida en Europa. Me trató con cálida cortesía y a instancias de su primo le hablé francamente de mi situación mientras ella escuchaba atenta, tras lo que me ofreció un sueldo y dispuso mis funciones: Hacer las compras de víveres, transmitir sus órdenes a la cocinera, a la sirvienta, y a la lavandera, quienes vivían fuera; conseguirle taxis; hacer depósitos bancarios; tomar men-
sajes telefónicos, entregarle la correspondencia, y hacerle café. A dos días de la entrevista ya estaba acomodado como “amo de llaves” en la última habitación de las tres del lujoso condominio; la de doña Elena junto a un balcón terraza plagado de plantas en macetas y ópimas enredaderas. Mi patrona no soportaba los ruidos y gustaba de pasar la jornada vespertina en su territorio favorito. En las tardes, tres veces por semana, iba a jugar “bridge” con sus amigas en un club o bien a casa de alguna de ellas. Dormía hasta las doce del día y cuando me necesitaba, lo cual podía suceder a cualquier hora, como cuando pedía café durante la madrugada, mientras veía películas por cable, tejía, jugaba solitarios o leía revistas y novelas de amor, me llamaba con un timbre de discreto registro y daba instrucciones protocolarmente. No reía con frecuencia. Al hacerse más y más coloquial conmigo asumí que era una depredadora sexual que irrumpiría inesperada a medianoche con su tambaleante bastón en mi habitación para seducirme entre sicalípticos gemidos o me llamaría para recibirme perfumada en su espumoso desavillé naranja. Nada más incierto. Llegó a demostrarme respetuosa estimación. Meses pasados y yo aún dudaba entre seguir la paranoica sinfonía o escapar a Quimera de una vez por todas ya que mi situación legal no vislumbraba solución posible. Ahorraba bastante dinero pues sólo gastaba en cine y alcohol -este con temporal moderación-, mis únicos compañeros, además de la lectu-