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TE VAS A MORIR DE HAMBRE
Finalizar la secundaria puede ser un alivio o un duelo, un desafío que entusiasma o uno que atemoriza. Tal vez la pregunta “¿Y después de la secundaria, qué?” sea la misma para todos, pero no la vivimos de igual manera ni la afrontamos con recursos similares. Podríamos decir que uno elige desde donde puede, desde lo que es y fue, y también desde lo que podemos y queremos ser y hacer.
Elegir nos interpela, despierta aspectos que solo nosotros podemos entender. La pregunta acerca de qué voy a hacer cuando finalice la secundaria impacta en diferentes áreas y despierta interrogantes: ¿Cómo será mi futuro?, ¿podré mantenerme?, ¿me irá bien?, ¿seré capaz de desarrollarme profesionalmente?, ¿podré tener un buen estilo de vida?, ¿perderé a mis amigos si elijo una carrera a la que tenga que dedicarle tiempo de estudio?, ¿cómo voy a hacer para sostener todo lo que me gusta y, además, estudiar?.
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Una elección reactiva o de salvataje sería aquella que se basa principalmente en evitar posibles riesgos u obstáculos, más que en elegir de acuerdo con los propios intereses. Entonces, cabe preguntarnos: ¿Desde dónde elegimos cuando elegimos? ¿Lo hacemos desde el miedo, las amenazas o las opiniones del entorno?, ¿desde los prejuicios, desde “lo conveniente”, desde las inseguridades? Muchas veces nos preocupamos por lo que perderemos o por lo que quedará atrás, tal vez por miedo a crecer, a pasar a una siguiente etapa que pareciera muy diferente de la actual. Elegir, desde este punto de vista, conlleva crecer, animarse a pasar a la siguiente etapa, soltar alguna que otra actividad para involucrarse en otras, atreverse a generar nuevos vínculos, salir de cierto lugar de comodidad, iniciar un camino personal, propio, auténtico.
Tal vez por esto elegir es tan difícil; implica hacernos cargo de nuestra decisión, hacer frente a lo que vendrá, correr el riesgo de la experiencia, afrontar la posibilidad de que las cosas no resulten (o sí) como pensábamos, comenzar a responder con mayor o menor seguridad a los que nos preguntan una y otra vez qué vamos a hacer cuando terminemos el secundario, lidiar con lo incierto del futuro, poner a prueba nuestras herramientas, cargar (en definitiva) con el peso de la elección. Un camino trabajoso, sí, pero que también traerá mayor independencia, nuevas amistades, la posibilidad de profundizar en nuestros intereses e incluir nuestra singularidad en aquello que emprendamos.
Vivir es un riesgo, pero ¿quién quiere enfrentarlo sin tener la certeza de cómo será, de qué va a pasar y de qué resultados obtendremos con nuestros recursos? Entonces prestamos especial atención a todas aquellas opciones que se nos presentan bajo el carácter de certeza, ya sea para considerarlas o para descartarlas: “Estudiá Ingeniería, que con esa carrera tenés el futuro asegurado”, o “Si te dedicás a la docencia te vas a morir de hambre”. Pero lo cierto es que es difícil sostener una elección cuando no hay un interés que acompañe. En el afán de visualizarnos de manera exitosa, muchas veces elegimos una carrera olvidando el recorrido que esta implica o hasta de nosotros mismos. En una elección disociada ponemos nuestra mirada únicamente en lo que la carrera “asegurará”, dejando de lado quiénes somos, los recursos que tenemos y lo que podríamos hacer con ellos. La propuesta sería entender la elección desde lo que podemos hacer a partir de una carrera, más que desde lo que una carrera hará por nosotros. Salir de la idea de ser moldeados (quedando atrapados) para pasar a la posibilidad de modelarnos dando lugar a la creatividad y rompiendo con estereotipos y repeticiones.
Durante mucho tiempo la pregunta que irrumpía cerca de nuestros 17 años era “¿Qué quiero hacer por el resto de mi vida?”, pero esta se daba en un mundo muy distinto al actual, caracterizado por grandes avances, un contexto cambiante y un futuro que redobla la incertidumbre. Por eso, una pregunta más amigable y acorde con nuestro presente podría ser “¿Por dónde quiero continuar?”, eligiendo una opción a partir de la cual querramos lanzarnos hacia adelante, haciendo de nuestras vidas una construcción constante de proyectos.
La elección de una carrera es el inicio de un vínculo con esta. Un vínculo que durará un tiempo, que tendrá alegrías, frustraciones, avances y retrocesos, sorpresas agradables y otras no tanto, aprendizajes y replanteos, dudas y descubrimientos. De la misma manera, luego continuaremos una relación con nuestra profesión, que también tendrá idas y vueltas, momentos de crecimiento y otros de amesetamiento, de alegrías y tal vez algún que otro fracaso. Una elección auténtica, trabajada y con sentido será de gran ayuda para afrontar los desafíos de nuestro viaje. Un viaje (más que una carrera con ganadores y perdedores) en el que podamos ayudarnos mutuamente a lograr nuestros objetivos, donde aprendamos y disfrutemos del camino, cada uno a su ritmo y respetando sus necesidades.
Elegir puede ser un proceso difícil y trabajoso, pero si nos ponemos a trabajar al respecto podremos resolverlo y entusiasmarnos con la idea de expandir nuestro potencial, inquietudes y creatividad. Animémonos a creer en nosotros mismos, a abrir nuestro propio camino y a descubrirnos a partir de las experiencias que la vida nos vaya presentando.

Lic. y Prof. Mariano Muracciole Director de “Orientación Vocacional armando”
IG:
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