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quiso significar con ella. Luego agrega [...] Los nativos del archipiélago de los Chonos, al contrario [en referencia a otros indígenas vistos anteriormente al sur del golfo de Penas] cultivan gran parte de estas islas, en las que ellos obtienen trigo, avena, habas y papas; también varias clases de frutas, tales como manzanas, peras duraznos, ciruelas, cerezas y una variedad de hierbas. También crían caballos, ovejas, cabras, cerdos y gallinas en abundancia [...] Una cosa, con todo, ellos no cazan lobos en este tiempo que era la razón de nuestra búqueda 58. Aunque, por otra cita previa referida a su paso por el territorio magallánico (archipiélago de la Reina Adelaida), hemos tenido la impresión de una exageración notoria en lo concerniente a la descripción del ambiente natural y los recursos, especialmente los forestales, impresión que se ratifica a la vista de la enumeración de los cultivos realizados por los indígenas y los frutos obtenidos por los chonos en sus islas, y sin embargo de ella, debiera aceptarse una intención en ese aspecto descriptivo, motivada por alguna razón especial. En efecto, creemos que la había. Morrell, hombre muy religioso, estaba involucrado en un proyecto para establecer una misión evangélica entre los indígenas de la parte meridional de América del Sur, y que había surgido en el seno de la congregación a la que pertenecía en la ciudad de Nueva York. Así, uno de los motivos de su libro era el de hacer conocer a sus cofrades lectores las posibilidades que se daban para el proyecto, describiendo y ponderando con generosidad excesiva rayana en la exageración las bondades naturales de algunos lugares, como era el de que se trata. Morrell recomendará después a la península de Taitao como uno de los dos lugares, junto con la costa norte del estrecho de Magallanes, para el establecimiento de un centro misional protestante59. Exagerada y todo la descripción, debe aceptarse cuando menos que el capitán mercante norteamericano encontró efectivamente gente nativa poblando el archipiélago. Pero diez años después, al pasar por esos mismos lugares Robert Fitz Roy y Charles Darwin, en su periplo mundial de trabajos hidrográficos y reconocimientos científicos, tuvieron una impresión del todo diferente, la del vacío poblacional. En referencias separadas pero concordantes, lo que sugiere una opinión compartida probablemente conversada, uno y otro dejaron constancia de una impresión semejante. Así, el capitán Fitz Roy al comprobar la ausencia de vida humana y trayendo a la memoria las expediciones ocurridas durante el siglo anterior, escribió: [...] algunos de estos viajes [misioneros] se emprendieron y completaron

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indudablemente con recta intención, pero sospecho que otros responderían a fines muy distintos, y que su objeto principal era conseguir esclavos robustos para el trabajo en las minas de Chiloé o del sud de Chile [¿?]. Me agradaría convencerme de que estas suposiciones son infundadas 60. No entendía este prestigioso marino cómo podía explicarse el estado de abandono que observaba en esa región, es decir, su ausencia de población, si no era por el maltrato que imaginaba habían recibido los indígenas que allí habían habitado otrora. El naturalista a su vez consignó en su Diario un comentario insidioso: [...] en esta parte del país [cabo Tres Montes] la raza está extinguida gracias a los cuidados que tuvieron los católicos de transformar a la vez a los indios en católicos y esclavos 61. Ante lo sustancial de este doble aserto, cabe pensar sobre qué pudo suceder en una década para que al cabo de ella no se divisara traza alguna de habitantes autóctonos. Es posible que las navegaciones de Morrell y Fitz Roy hayan tenido lugar en parajes marítimos diferentes o con distintas penetraciones hacia el interior insular, con resultado de tan opuestas observaciones; pero puede ser que efectivamente en ese lapso haya descendido otra vez la población, que de cualquier modo debería tenerse por relictual hacia 1820. En este caso ¿cuál pudo ser la causa? Sabemos que por allí, entonces y desde tiempo antes, merodeaban balleneros y foqueros norteamericanos e ingleses, quienes en un eventual trato ocasional con los indígenas pudieron contagiarlos con algunas enfermedades que quizá devinieron epidémicas para los mismos. Aceptable o no la posibilidad, u otra referida a hechos de violencia innecesaria con resultados fatales en la que aquéllos pudieron igualmente estar involucrados, lo cierto es que al promediar la cuarta década del siglo XIX, los aborígenes que restaban en su territorio histórico eran poquísimos. Estos al fin parecen haber sufrido la agresión brutal de los cipreseros chilotes que, de acuerdo con la tradición debió haber sido de tal grado como para hacerlos responsables de la extinción de relicto indígena chono. El capitán de fragata Enrique Simpson, de la Armada de Chile, debió recoger esa información y tenerla por veraz, tanto que en el informe elevado al Supremo Gobierno al cabo de su segunda expedición (1871), no dudó en consignar a modo de irrefutable denuncia: Indios chonos: Todos los restos y vestigios de esta raza, ya considerada desaparecida a manos de los hacheros, quienes tienen a mérito destruir a todos los que encuentran de esos, para ellos, abominables gentiles 62.

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El mismo explorador encontró en 1875 una sola familia chona, de apellido Lincomán, viviendo en el canal Puquitín entre las islas Ascensión y Guaiteca. Todavía al fin del siglo XIX, Francisco Vidal Gormaz, a la sazón Director del Instituto Hidrográfico de la Armada de Chile, dejó constancia de que En las Guaitecas queda aún una familia paya, la última reliquia de sus antiguos pobladores; vive de la pesca, de la corta de madera de construcción y poco de la agricultura. Es semi civilizada y se encuentra en frecuente trato con los labradores chilotes, que explotan las islas 63. Si algunos pudieron escapar de la hostilización y vejámenes de los hacheros chilotes, es posible que emigraran hacia el sur, más allá de la península de Taitao, hasta Guayaneco y otras islas magallánicas. Allí de todos modos acabarían insumiéndose en la escasa

humanidad kawéskar, que hacia fines del siglo ya se había replegado hasta lugares de más al sur, como el área de Puerto Grappler, cada vez más disminuida en número. Del modo visto, al concluir el siglo XIX el ámbito geográfico de la actual Región de Aysén era un territorio vacío de vida aborigen. La antigua etnia chona presente allí con sus ancestros a lo menos desde cinco milenios antes, sólo dejaría para la posteridad la singularidad de sus topónimos. Definitivamente pues, en los comienzos del siglo XX cuando los foráneos llegaron a establecerse de manera permanente, Aysén era un territorio totalmente despoblado. Habiendo sido el último en ser ocupado, una situación semejante no se conocía en la historia de la República.

TABLA I POBLAMIENTO ORIGINARIO DE AYSÉN*

Niveles culturales. Cronología determinada y posible ARCHIPIELAGO

ZONA SUBANDINA ORIENTAL

11250 + 50 11240 + 50 9200 + 80 9070 + 50 8950 + 60 8950 + 50 8945 + 40 8890 + 90 8880 + 50 8850 + 50 8530 + 160 8440 + 60 (¿9000/8000?)

Sitio Baño Nuevo 1 “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ Cueva Río Pedregoso

5020 + 90 Sitio GUA 010 (I. Gran Guaiteca)

5340 + 190 4830 + 60 4720 + 60 4720 + 60

“ “ “ “

Cueva Las Guanacas “ “ “ “ “ “ Río Ibáñez 22

2430 + 80 “ CH 11 Rep. 22 (¿Repollal?)

2830 + 80 2830 + 70 2580 + 50 2560 + 90 2290 + 90 2120 + 40 2110 + 60

“ “ “ “ “ “ “

La Gruta (Río Ibáñez) Baño Nuevo 1 Alero Entrada Baker Alero El Toro Río Ibáñez 50ª Alero Entrada Baker Cueva Las Guanacas

690 + 10 570 + 40 500 + 100 460 + 90 450 + 70 420 + 40

“ “ “ “ “ “

Cueva Las Guanacas P. Ibáñez Cementerio Chenque 1 “ “ “ “ “ “ Alero Fontana (RI-22) P. Ibáñez Cementerio Chenque 12

410 + 50 410 + 40 390 + 50 370 + 40 360 + 40 340 + 50

“ “ “ “ “ “

Alero Río Ibáñez 5 El Juncal Alero Entrada Baker P. Ibáñez Cementerio Chenque 12 “ “ “ Cueva Las Guanacas

410 + 70 “ CH 11 Ben 01 (¿Isla Benjamín?)

* Tomado de Mena (2000) y Reyes (2002) y modificado por el autor.


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