Cuentos de mitología vasca para niños

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- Va a ser insoportable! -pensó- ¡Me van a volver loco con tanto ruido! ¡Tengo que poner remedio!

Así que provocó una gran nevada con la intención de que el mirlo no pudiera encontrar nada para comer, ni las ramitas necesarias para construir su nido. Pero el mirlo era fuerte, así que buscó comida entre las piedras y recogió material para seguir construyendo su nueva casa. Sin embargo, el esfuerzo fue tan grande que el pobrecito perdió su pico.

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Un día, cuando Mari peinaba su pelo en la entrada del hogar, estalló una gran tormenta. - Mari, ¡corre!, guarda los animales y

después ¡entra y cierra todas las puertas y ventanas! -le gritó su madre.

- No puedo, ama, me tengo

que peinar.

Su madre, enfurecida, le miró y con rabia le dijo: - ¡Maldita seas! ¡Ojalá te llevaran los

rayos!

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Mari • 43


Y es que los mamarro para entonces ya habían llegado hasta Kattalin, a la que secuestraron y llevaron ante Gaueko.

- ¿No sabes que mientras está de noche, la oscuridad y la soledad es lo único que tiene que recorrer los caminos? –

le preguntó Gaueko.

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- No es cierto. De hecho en este tiempo

me he encontrado con un pájaro que echaba fuego por el pico, con un morador de una cueva que cantaba sin descanso, con unos seres tan pequeños como insectos y contigo –le respondió descarada Kattalin. - Nosotros somos los genios de la

noche, dueños de las penumbras, pero tú no tienes cabida en ellas. Así que hasta que no lo entiendas y no estés dispuesta a obedecer y a no salir de casa de noche, no volverás a salir de mi morada . Y ahí sigue Kattalin, sin querer dar el brazo a torcer, presa de Gaueko que no le deja escapar. Los Señores de la Noche 71


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Pero no siempre habían tenido pan para darle, ya que mucho tiempo atrás sólo él sabía hacerlo. De hecho, algunos cuentan que un día los pastores se reunieron para hablar de cómo conseguir ese pan que olía tan bien.

- Tenemos que conseguir el secreto del pan - dijo uno de los más ancianos. - ¿Y cómo lo haremos? - Enviaremos al más valiente para que se lo robe a Basajaun. Todos se miraron entre sí. No querían enfrentarse a aquel grandullón, pero sí querían que el resto les considerara valientes. Sin embargo, nadie se prestó voluntario. Bueno sí, el pequeño Martín. El pan de Basajaun• 91


Piarres tenía frío, estaba mojado, no podía andar. Ya no podía más.

-¡Malditos seáis!

-gritó- ¡Parad

de una vez y dejadme en paz!

Mal hecho. Por todos es sabido que eso está totalmente prohibido. Nunca se puede gritar ni increpar al viento, ni a la tormenta, ni a la lluvia, porque los dioses que los provocan se ofenden y se enfadan muchísimo. De hecho, Ipar Haizea le oyó y le miró con furia. - ¿Quién eres tú para hablarme así? - le dijo. Alargó entonces sus brazos, lo rodeó por la cintura y se lo entregó a su hermana Luna. 82 • Cuentos de mitología vasca


La cara de la luna • 83


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Solía salir a hacer carbón, pero se aburría y se pasaba horas sentado, comiendo huevos y bebiendo vino. Vestía pantalón azul y camisola negra y se cubría la cabeza con una txapela. Su nombre era Olentzero. En la aldea no le querían demasiado, y por lo general solía estar solo.

Olentzero 117


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Al cabo de un tiempo, la mujer dio a luz un niño grande, mitad persona, mitad oso. Como no tuvo más remedio que criarlo dentro de la cueva, sin poder ver el sol, le contaba cuentos y le cantaba canciones para explicar cómo era el lugar en el que antes vivía, cómo eran los montes y los bosques que hacía tanto tiempo que no veía, qué olor tenían las flores y qué ruido hacían las hojas de los árboles cuando las movía el viento. Cuando el niño cumplió cuatro años le dijo a su madre: - Ama, ¿no quieres salir de aquí y ver un

poco de luz? - Claro que sí, pero la entrada está cerrada ¿No ves la gran roca? Hamalau • 145


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