Las Viudas Griegas y el Crecimiento de la Iglesia por Jorge de Barros En aquel año la Iglesia del Nazareno ganó todos los premios del distrito de Jerusalén. En Hechos dice: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (2:47). Las estadísticas explotaban. En vez de la palabra congregación, que nos es tan conocida, hallamos otra que se ajusta mejor a los números crecientes: multitud (5:2). Palabra que nos trae la imagen de una torrente que surge inesperadamente y hasta amenaza romper diques de una previsión ultraconservadora. Estudiantes del crecimiento de la iglesia penetran en este escenario como si entrasen en un laboratorio a procurar el descubrimiento que descifrará el código genético de ese fenómeno tan codiciado. Algunas veces emergen de sus estudios con brillo en los ojos y un entusiasmo contagioso. En otros instantes, sin embargo, aparecen con látigo en mano, listos a castigar a la iglesia de hoy por no ser igual a la de ayer, y de hallarse por ello luchando penosamente por el crecimiento anual de solo un dígito. Cierto, tenemos una obsesión por números. Es algo tan antiguo como el Libro Sagrado. ¿Será por eso que entramos de calculadora en mano en la arena del crecimiento de la iglesia? Por años pastoreé una iglesia cuya asistencia encabezaba las estadísticas del distrito. Era fácil caer en la tentación de considerarnos como “la mayor iglesia evangélica del país”. Mas nunca me olvidaré del espectáculo abrumador que nos ofrecía el cinema vecino donde millares se codeaban para entrar, a la misma hora en que centenares de los nuestros venían en “gotas” para el culto domingo en la noche. Como si le echara un poco de sal a la herida, alguien le recordó al pastor: “Y ellos pagan la entrada...” En tales ocasiones vamos en tropel al escenario de los Hechos de los Apóstoles, investigamos iglesias crecientes, leemos de super congregaciones en Corea y otros puntos del mundo y preguntamos: ¿Por qué no aquí? Obsesionados por las estadísticas, saltamos de
domingo en domingo en esa aritmética engañosa de “contar pies en vez de cabezas”, en un esfuerzo de promover el “crecimiento” de la iglesia. Pero necesitamos más que de números para alcanzar este objetivo. Yo, incluso, dudo que el elemento “número” sea prioritario cuando evaluamos la iglesia saludable. Por seis años fui capellán de un centro de detención civil de mi ciudad. Siempre me entristeció cualquier aumento de asistencia allí. Los números serán uno de los síntomas de una iglesia saludable, pero no prueba de eso. Hay restricciones de orden geográfico, social y económico que impedirán a ciertas iglesias un crecimiento espectacular en términos de miembros o de fondos. Mas no por eso dejarán esas congregaciones de ser estrellas que brillan en las tinieblas de este mundo. Sería interesante convidar a las viudas griegas de la iglesia de Jerusalén, mencionadas en los Hechos de los Apóstoles 6, a que presentaran un relato anual de la congregación, en lugar de oficiales cumpliendo su cargo. Mientras que los pastores tendrían la tentación de exaltar el crecimiento numérico explosivo, las viudas presentarían un ángulo algunas veces descuidado en la búsqueda de los números. La iglesia creciente no sacrifica en el altar de las estadísticas su identidad y su misión. Mientras que se extiende para abrazar al mundo, cuida también de sus miembros más humildes en todas las áreas de la vida cotidiana; al mismo tiempo que refleja y protege su presencia histórica y regional, la iglesia se universaliza en una vigilancia continua, alerta a discriminación de cualquier especie; mientras que escribe columnas impresionantes de números, ella sigue distribuyendo pan en actos compasivos donde hay mas sigilo y menos cámaras fotográficas. El Dr. Barros fue pastor en su natal Cabo Verde, y después ministró como director de la Casa Nazarena de Publicaciones en portugués en Kansas City, Missouri. Al presente está jubilado y sigue ministrando como maestro en Portugal y Estados Unidos.
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