Deflagración inminente

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RNA SÁ E S Z E L Á Z N O SÉ Mª G

NCHEZ

N Ó I C A R DEFLAG E T N E N I INM

JO

L BLOG SEOVICLLUA,LT20O11 E E D S E N IO C A IC L PUB


El Blog Oculto http://capiroba.blogalia.com


J OSÉ M ª G ONZÁLEZ -S ERNA S ÁNCHEZ

DEFLAGRACIÓN INMINENTE (101 HISTORIAS)

PUBLICACIONES DE EL BLOG OCULTO SEVILLA, 2011


Textos: José Mª González-Serna Sánchez, 2011. Imagen de portada: José Mª González-Serna Sánchez, 2011. Licencia Creative Commons.- Se permite el uso comercial de la obra y de las posibles obras derivadas, la distribución de las cuales se debe hacer con una licencia igual a la que regula la obra original.


A quien corresponda.

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Cuando leía Viva el pueblo brasileño, de Joao Ubaldo Ribeiro, inicié también mi vida virtual. Los seres humanos nos debemos a esas casualidades, así que, si bien poco tengo que ver con el comedor de carne humana de la novela brasileña, no pude evitar dejarme llevar por el atractivo del personaje y adopté su nombre como alias en mi primer blog, allá por el año 2002. Desde entonces no he podido liberarme del apelativo, que siempre ha vuelto a mí, pese a que he intentado derrotarlo en diferentes batallas. Cuando uno es vencido tantas veces lo más sensato es dejarse llevar y terminar pactando una paz inestable con los vencedores. En mi caso, las condiciones del armisticio incluían una cierta disociación de personalidad. Mi cara más presentable aparecería bajo el paraguas del nombre auténtico, mientras que aquello de lo que me avergüenzo se ocultaría tras el alias de Caboclo Capiroba. Sin embargo, el tiempo termina por confundir aquello que en principio parece ser diáfano. En estos años, lo presentable se ha teñido de lo oculto y la cara b de la personalidad, en consecuencia, dejó de tener sentido. La situación creada, como se figurarán, no me ha resultado satisfactoria. Es por eso que me he enfrascado en reflotar el viejo proyecto de reunir en un único espacio todo aquello que debiera haber permanecido en el anonimato. Esa es la razón de ser de El Blog Oculto y de estas ciento una historias, las primeras de muchas. Espero.

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1 Gusanos En torno a las cuatro de la tarde el sol comienza a azotar con fuerza inmisericorde la ventana de la cocina e inflama toda la habitación en una fiesta salvaje de luz, calor y pereza. Los gusanos, que viven en el estrecho mundo de su caja, se remueven asfixiados por la repentina subida de temperatura y buscan en los ángulos sombreados el frescor que el centro les niega. No es momento para alimentarse con las hojas de morera jugosas que forman un pequeño montículo de sabrosos placeres. Se hace necesario huir del alimento, interrumpir el crecimiento y ponerse a refugio de un astro capaz de disolver los cuerpos en jugos amarillentos y pestilentes. Hay que aguantar el tipo un par de horas hasta que el rumbo solar vuelva a dejar en sombra el limitado universo y la alimentación desenfrenada que conduce a la metamorfosis y la muerte se convierta de nuevo en actividad frenética. Esas horas eran las preferidas por ella para observar las pequeñas criaturas. Le gustaba mirarlas en su quietud, inmóviles en las pocas zonas en sombra mientras fumaba un cigarrillo tras otro. “Me relaja”, decía, “ver los gusanos, intentar sorprenderlos en su crecimiento. Es como contemplar el fluir del tiempo y el advenimiento de lo inevitable”. 9


Hacíamos bromas sobre su pequeña manía, le preguntábamos cada vez que nuestra actividad nos llevaba a la cocina: “¿Ya han mudado la piel? ¿Se mueven? ¿Han formado la crisálida?”. Ella siempre contestaba sin acritud, sin dar importancia a la ironía malintencionada de quienes no comprendíamos y despreciábamos las horas de observación paciente. Hoy se me hace evidente que no le importaban lo más mínimo nuestras opiniones, ya que ella se orientaba hacia horizontes que nos eran incomprensibles. Me arrepiento de no haber sido un observador paciente de quien escrutaba la vida de los gusanos. Quizás, si lo hubiese sido, habría entrevisto los signos del cambio que se operaban en su fisonomía y que no eran más que síntomas de una transformación espiritual más profunda inapreciable a simple vista. Solamente cuando dejó de hablar nos dimos cuenta de que algo había sucedido y que la razón de ser de dicho cambio estaba relacionada de una u otra manera con los gusanos de la caja de la cocina. Pero entonces ya era demasiado tarde. Los acontecimientos se precipitaron y en pocas horas del silencio pasó a una inquietante inmovilidad. Anduvo un tiempo olisqueando rincones hasta que encontró el que, al parecer, cubría sus expectativas. Desde luego, yo no hubiera escogido el mismo, pero supongo que la cuestión de los rincones es tan personal como cualquier otra, y la luz que unos gusta a otros molesta. Como decía, acabó recostándose en un rincón de la casa, el más umbrío y apartado, abrazándose las rodillas como quien se aferra al leño salvador del naufragio. La cabeza, sin embargo, no la hundió entre sus brazos, como cabría imaginar, sino que la mantuvo levantada, con los ojos bien abiertos en dirección a un invisible punto en la pared. Y allí quedó silenciosa e inmóvil. Acepto que la historia resulta conocida. La similitud con el drama de Gregorio Samsa es evidente, pero ¿qué puedo hacer? ¿no contarla? 10


¿llevar en secreto nuestra pequeña tragedia? Durante algún tiempo tomé esa determinación; no obstante, el silencio y la ocultación eran como un bocado en el alma. Además, se me planteaba un problema de no fácil resolución: ¿cómo justificaría su ausencia? Por ese motivo me he decidido a luchar contra mis vergüenzas literarias y me he sumergido en una inconexa y deficiente narración de los sucesos, arriesgándome a la burla del lector y exponiéndome al desprecio que todo plagiador merece. Sin embargo, pienso que no deben llevarse a engaño, pues este texto no es una vulgar copia de Kafka. ¡Ojalá fuese capaz de acercarme al menos a su capacidad para retratar ambientes opresivos! No, no soy capaz, reconozco mis deficiencias. Este relato no es un plagio, sino rigurosa verdad, acta de unos días extraños que cambiaron nuestras vidas sumiéndolas en la incertidumbre.

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2 E sp ac i o Me miraba con esos ojos de reproche que no soporto, como diciéndome que no podía hacer nada por evitar su presencia, que había tomado ya posesión del espacio y que, o lo compartía con ella o debía ser yo el que apartase la mirada. Supongo que no esperaba una respuesta tan inmediata a su provocación y que en su pequeña cabeza, en su limitado mundo, no se contemplaba la posibilidad de que sucediese lo que pasó, pero a veces soy un hombre decidido, tanto que incluso llego a asustarme de mis reacciones. Lentamente apoyé mi pie sobre su cabeza y apreté, suavemente al principio, creciendo en la presión, gustándome, diría ahora, hasta que ese sonido característico me confirmó su final. La primavera provoca que nuestro mundo se vea invadido por estos seres indignos que piensan que, porque probablemente sean los únicos supervivientes de un ataque nuclear, tienen derecho a presentarse en nuestras casas con agravio de nocturnidad y robarnos nuestro espacio. La cucaracha murió como mueren todas, luchando por escapar, sufriendo terribles dolores, supongo. Espero que alguna de sus compañeras pudiera contemplar su agonía para que contara al resto que conmigo no se juega, que no me ando con tonterías. 12


3 A r e na Nos gusta dibujar en la arena mojada de la bajamar, sobre todo en las tardes de agosto, cuando el sol comienza su descenso hacia el poniente. Humedad en el aire y olor a tranquilidad. Este año la figura estrella es el pulpo cabezón y bracilargo, y el barquito de pesca que se le acerca por la espalda -¿tienen espalda los pulpos?-. Sobre ellos, un sol infantil que sonríe ante la escena.Sonríe el sol, como sonríe el niño que vende toallas por la playa, orilla arriba y abajo, cargadito y mirando los grupos de veraneantes que tuestan sus carnes al sol -¿risueño?- de la tarde.A veces, el niño de las toallas se para a mirar nuestro dibujo y los ojos parece que le brillasen. Se detiene, como el sol dibujado, a contemplar la extraña escena de niños y adultos arrojados al suelo y armados de piedritas con las que arañar la arena. No puedo evitar pensar en por qué le brillan los ojos al niño que vende las toallas. Se me ocurre que, quizás no hace mucho, también él dibujaba formas en la arena de la bajamar de las playas de Tanger o de Nador o de Tetuán. Es posible que también él dibujase soles sonrientes y pulpos y estrellas de mar y, un día, una barca. Y puede ser que,

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jugando, jugando, se montase en la barca de fantas铆a de la arena del anochecer y la barca zarpase y el dibujo lo trajese, jugando, jugando, a estas playas del lado opuesto en las que ya no puede dibujar en la arena, sino pasear la playa cargadito de toallas y, de vez en cuando, pararse a mirar c贸mo pintan las familias sus pulpos y sus soles en la arena de la bajamar.

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4 E l bosque La casa que buscaban se encontraba al final del camino en el que les sorprendió la noche. De repente, se hizo el oscuro. Aquello fue como si alguien hubiera pulsado un interruptor y se apagase el cielo: azul eléctrico, primero; azul muy oscuro, después; negro, al final. Recuerdan quienes lo vieron que el niño se puso a temblar de frío, de miedo tal vez, al tiempo que la mujer creemos que lo tomó de la mano mientras seguían los pasos de un hombre que, a corta distancia, parecía ser el guía de tan triste expedición. En tan sólo unos segundos, las manos de la mujer y el niño se separaron, que poco dura la protección cuando la noche llega decidida. Sin estridencias, la mujer fue rezagándose, alejándose del muchacho que la miraba con unos ojos incapaces de verter lágrimas por una pérdida que se le antojaba inexorable. El hombre, por su parte, seguía marchando, y también el niño que, pese al llanto contenido, no se atrevía a apartarse de las huellas que marcaban la ruta hacia la casa del final del camino. La mujer quedó atrás, engullida por una noche dispuesta a celebrar la nueva pieza cobrada con una algarabía de aullidos, rumor de maleza y baile de ramas. Cuando al fin desapareció, la casa aún no asomaba ante los ojos de los caminantes. 15


Hombre y muchacho quedaron solos en el camino que atravesaba el bosque, devorados por la oscuridad y asaeteados por ruidos desconocidos que se clavaban en sus cuerpos como flechas disparadas por el más diestro y villano de los enemigos. Con los ruidos, con la noche y su soledad, se presentó también el miedo en forma de sombra que recorría los pasillos formados por las hileras de árboles. El niño comenzó a temblar, pero el hombre no se detuvo. - ¡Papá! No puedo andar más, no voy a llegar a la casa. Seguía caminando, aunque con pasos cada vez más breves. El padre miró a su hijo, vio su dolor y se dirigió hacia él. No le dijo nada porque no solía hablar mucho, le faltaban palabras y probablemente situaciones en que emplearlas. Solamente tomó su mano y condujo al muchacho hacia un ensanchamiento del camino al borde del cual crecía un árbol junto a una gran roca manchada de musgo verdinegro. Allí pararon, porque el lugar parecía ofrecer una mínima protección frente a las voces del bosque y sus sombras. Se sentaron, y el padre apoyó su espalda contra la roca, acarició la cabeza del muchacho y éste también se recostó sobre el brazo derecho del hombre. No tenían mucho de qué hablar y en ese momento no parecían tener el valor necesario para nombrar lo que verdaderamente les preocupaba. Es seguro que ambos recordaban a la mujer, la madre, recientemente perdida en el camino. Ella había sido siempre el nexo de unión, faro y punto de referencia de la familia. Sin embargo, ya no estaba. El chico seguía temblando de frío y de miedo. Se abrazaba a la cintura del padre con una fuerza inusitada que reclamaba una protección que el hombre, pese a su deseo, no estaba en condiciones de proporcionar. Silencio y ruido. Frío y oscuridad. Miedo y necesidad de protección. Impotencia. El bosque en todo su esplendor.

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Las sombras que antes se veían a lo lejos cada vez estaban más cerca del reducto improvisado en el que hombre y muchacho habían decidido aguantar sus miedos hasta el amanecer. La primera que llegó se estrelló contra la piedra protectora y ese accidente enseñó a las otras cuál era el camino a seguir. Poco a poco, el viento negro móvil del bosque fue tomando posiciones en los árboles cercanos, en el borde del camino y en las inmediaciones de la gran roca. El niño no hacía más que temblar mientras el padre lo miraba sin encontrar la manera de evitar el peligro indudable que sobre ellos se cernía. La muerte era en aquella noche mucho más que una posibilidad; era una figura con cara de sombra y cuerpo de sombra que se abalanzaba sobre el padre y el hijo con determinación clara y contundente. Por mucho que el hombre cobijase al niño en su seno no podría –lo sabíaevitar la victoria final de tan poderoso enemigo. Sus cuerpos crujían de dolor y miedo mientras la noche, el bosque, la lejanía de la casa al final del camino y los recuerdos ganaban terreno en la batalla. Cuando todo estaba ya irremisiblemente perdido, el padre comenzó a entonar una salmodia al principio inaudible que fue ganando cuerpo a medida que crecía en entidad. Érase una vez, comenzaba, y tras esas palabras brotaron de sus labios como a chorro las palabras que componían una historia; y con cada frase parece que se levantara una columna; y de cada columna se diría que brotaban vigas que terminaban por sustentar un techo protector. A medida que la historia avanzaba, las palabras, las ideas, los personajes poblaban la ínfima construcción hasta completar un hogar improvisado para padre e hijo. Solamente con la mentira final se cerró la puerta del refugio de palabras. En el engaño del fueron felices pudieron cobijarse hombre y muchacho hasta que la luz del alba volvió a mostrarles el camino largo, pero libre, que conducía a la casa. De las fieras sombras que tan cerca estuvieron de conseguir su objetivo sólo supieron que les seguían

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a un tiro de piedra, esperando, probablemente, una nueva ocasi贸n en la que lograr su objetivo.

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5 E n e l aut obús Una mujer observa las vidas de otras personas mientras viaja en autobús. Es una actividad tan repetida que se ha convertido en rutinaria y mecánica. Casi siempre se trata de los mismos viajeros, lo que ha creado entre ellos una cierta familiaridad que no llega a traspasar la frontera invisible de la palabra intercambiada. Tan sólo ráfagas visuales de reconocimiento. El vicio de esta mujer es la mirada que busca penetrar en la vida de las gentes que con ella comparten el trayecto. Probablemente espera encontrar consuelo en la comprobación de que cada día es igual o parecido al anterior. Nadie falta, nada cambia, todo está bien.Un día, sin embargo, sucede algo extraño. Alguien lleva en las manos un libro inadecuado en ese contexto y provoca en otro viajero un destello de sorpresa en sus ojos. A lo largo de las siguientes jornadas, la mujer asiste callada a un diálogo entre libros leídos que no llega a comprender porque no entiende de letras escritas, aunque sí de gestos, comisuras de labios, acercamientos y miradas. Por eso sabe que los libros han provocado que nazca la complicidad entre sus dueños. No se atreve a imaginar hasta dónde puede llevarlos.También asiste, quizás, a la ruptura, cuando uno de los dos se presenta desnudo de lectura. Es 19


posible que los viajeros objeto de espionaje dejen de coincidir por algunos días y la intriga por la razón que explique la ausencia se adueñe del pensamiento de la mujer. En otro momento, se producirá el reencuentro. Pero nadie cruza palabras, solamente impera la narración y el desvarío de la mujer que es testigo de la historia.

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6 L a t ar de La culpa fue de la línea de sombra que partía de través la pared encalada y también supongo que algo tendría que ver el calor de la media tarde. La diagonal de luz y oscuridad atraía su mirada hacia ella, capturaba el pensamiento y lo esclavizaba de tal manera que lo único posible en ese instante era volcarse sobre la balconada y dejarse vencer. No corrían tiempos de heroicidades y la línea de sombra y la balconada eran demasiado atractivas. La derrota era, sin duda, su mejor opción, vistas las circunstancias. Su cuerpo cayó al vacío, despacito, y mientras comenzaba la caída, sintió el roce de la baranda sobre su vientre. Todavía no se ha podido saber por qué, pero fue justo en ese instante que deseó con todas su fuerzas no haberse visto atraído por la línea de luz ni haber oído la llamada de la derrota. Se arrepintió, y mientras su cuerpo bajaba, el arrepentimiento se hizo rabia, y después tristeza, tan sólo tristeza, enorme tristeza. Algunos de los testigos afirman que justo antes de que el cuerpo se estrellara contra el pavimento, vieron como de sus ojos fluían gotas de un líquido rosado -lágrimas, las llamaron- que terminaron por inundar

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la calle de nostalgia. Otros creyeron ver que el cuerpo quedaba como suspendido en el aire, que no terminaba nunca de bajar, como si no quisiera destrozarse en el pavimento. Me dijeron que luchaba por trepar el aire, por devolverse a la balconada. Pero la mayoría de los presentes solamente cuentan que lo vieron romperse como cristal, y lloraron con el estrépito de los huesos quebrados, y todo fue tristeza y la línea de sombra sobre la pared encalada contemplaba el cadáver y se retiraba, poquito a poco, como queriendo marcharse sin ser vista.

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7 Re p e t i c i one s Al igual que Dante y tantos otros, quiso iniciar en su madurez un camino de perfección. Coincidió con Pierre Menard en que no existía otra vía posible que la ya experimentada. Como Villon, su rastro se perdió al final de una soga o de una escalera.

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8 D e sar m ado Se me quedó mirando, con el cuerpo contraído y la cabeza hundida entre los hombros. El tiempo -gato escaldado- hizo un paréntesis de incertidumbre que llegó a su fin con tres palabras pronunciadas como tres aldabonazos que rompiesen el himen virginal de la mañana. - Preferiría no hacerlo. Al sentarse, volvió a sumergirse en un mar de papeles que amenazaban con desbordar los límites de la mesa. Me retiré porque intuía que aquel no era un buen día para batallar.

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9 Fi nal Competí con el sol escondido bajo las sombras de un jardín florido, fui vapuleado por una diosa ingrata entre canales y campos venecianos, bailé con la muerte en la sala de un palacio y una calle de Mantua sirvió como refugio a mi desolación. Hoy, en este cementerio, se certifica lo que soy: un pobre muchacho convertido en instrumento inconsciente de un plan secreto. Todo acaba sobre esta losa, amores y también odios. Asistid a mi fin, llorad mi desventura y congratulaos porque el mundo, al final, parece estar bien hecho.

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10 C uat r o c i udade s He vivido en varias ciudades sin abandonar nunca la misma. La primera es lugar abierto de callejones, almacenes y río; ciudad que muere en el atardecer para renacer con las primeras luces del alba. Domina el esfuerzo y el trabajo, aunque en los vericuetos de su geografía se oyen risas y gritos de niños que persiguen un sueño con forma de balón. La segunda explota en primavera con un bullicio constante de la mañana a la noche: mercado, capillas, tabernas, gentes que vienen y van, un dedo que apunta al cielo en el límite de hierro negro que parte la corriente del río. En la tercera siempre es verano. Hay velas que cubren las calles y las preservan de un sol abrasador. Las estrechuras se encuentran y confunden, el sonido de los pasos acaricia con suavidad los oídos antes de ascender y perderse en el azul del cielo a través de la brecha de luz que hiere el tejido humano de la tierra. Aunque no parece que abunden los árboles, macetas, enredaderas, geranios y naranjos pugnan con la piedra y la cal. Hay tapias de conventos que ocultan

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altos cipreses, pasarelas de la gracia que se mecen al son de las campanas. En la cuarta ciudad todo es exilio y lejanía. Se vive entre ecos y sombras de las ciudades hermanas, sin ser más que engaño o recuerdo o rabia. Espacios abiertos y vegetación sin sentido, tranquilidad engañosa, cómoda modernidad.

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11 D i v i na t r aged ia Casi no me conociste y, sin embargo, estás ahí, quieta y expectante. Al borde del precipicio del desaliento intentas adivinar en los gritos y en los fogonazos que laceran los cuerpos pecadores si mi llegada está cercana. Me esperas, sí, pero no sé si es amor, inercia u obligación lo que te mantiene en pie por tan largo tiempo. Esa es la miseria en que vive quien te ha creado. Te he construido y te he adjudicado un papel en esta farsa, pero olvidé esculpir también tus sentimientos y ahora, ya viejo, la incertidumbre me destroza. Pronto llegaré a la puerta del cielo y sé que allí encontraré tu mano, tu cuerpo, tu dulce mirada, tu compasión y tu virtud. Sin embargo, mi dulce Beatrice, cambiaría todo eso, el mismísimo paraíso que me he prometido cambiaría, por el recuerdo vago de una mirada de amor.

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12 Ú lt i m a t ar de de v er a n o El viento acaricia, codicioso, cada centímetro de la piel. Sensación de terciopelo. Las conversaciones más dispares se confunden. Una radio que vomita música extraña asesina el silencio con tanto esfuerzo conquistado. El rumor lejano del mar. Un coche vierte sobre el paseo un fluido de colores y plásticos mientras un balón y una cometa huyen en la última tarde del verano.

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13 D e t r ue que s y p é r d id a s He perdido un recuerdo sobre un trueque, lejano y creo que pleno de sentido. Ya nada queda de él. ¿Qué cambié? ¿Qué obtuve? No soy capaz de encontrar la forma de los objetos en el maremagnum de la memoria. Sin embargo, aún puedo tocar con la yema de los dedos el regusto placentero del cambio. Poco me queda: la reacción de los adultos que no podían comprender mi insensatez; quizás la certeza infantil de que no era comprendido por quienes me rodeaban; y, desde luego, el sabor agrio de aquella tarde partida entre la felicidad por el trato realizado y la culpa por haber sido, al parecer, engañado. Mientras, la televisión, todavía en blanco y negro, inundaba el comedor con un Tarzán que besaba a Jane bajo la atenta mirada de un simio estremecedoramente parecido a mí mismo.

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14 Cada t ar de una av en t u r a Cada tarde una aventura. Había que atravesar el parque para llegar hasta la seguridad del comedor. Árboles y palomas, enormes edificios, un laberinto. Mi hermana, mi guía, siempre tenía prisa y las piernas más largas. Por cada paso suyo, dos de los míos. Y la maleta de cuadernos y la cartilla Palau que pesaba mucho más al atardecer que de mañana. Y la angustia porque siempre me quedaba atrás. Y las ganas de llegar por una vez antes que ella. Una carrera y una risa; otra más, otra. Al final, lo inevitable: el laberinto que me devora, el llanto entre los setos. Oigo que gritan mi nombre, pero soy incapaz de establecer la procedencia de la voz. ¿Dónde está que no me ve? ¿Dónde estoy que sólo veo verde y piedra y cielo a mi alrededor? ¿Cómo he podido perder el rumbo en una ruta cotidiana? El miedo me paraliza y me salva la vida. Al poco tiempo -una eternidad-, el encuentro. Descubro, asombrado, que el pavor no se ha instalado solamente en mí. Su rostro desencajado; las manos que tiemblan, heladas; rota la voz; el paso alterado.

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Qué raras son estas aventuras de cada tarde, viajes cotidianos que siempre -gracias a Dios- terminan en Ítaca, ante un tazón de cacao.

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15 C am p os de labo r En la llanura cubierta de cereal, un montículo coronado por un león recuerda una derrota. Muy cerca, el vivac del Emperador: una estatua y un breve jardín. La suavidad del verano retrasa en los campos el amarillo de las espigas y los atardeceres de junio son allí verdes y solitarios. Aún huele a pólvora y todavía resuenan los pasos de la Vieja Guardia sobre el lodo. Ney se equivoca, se está equivocando. No cuenta con los dragones escoceses emboscados, los flancos caen y el último galopar de húsares y granaderos se estrella contra la realidad. Todo se perdió en la llanura belga de Waterloo, y anochece.

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16 La pr ofundi dad de los r a íl es Sentado en el columpio del porche en qué piensa Atticus. Lentamente ha extendido su brazo derecho y lo hace descansar sobre el respaldo del asiento. Ya ha caído la noche de otra día más, de otro verano lento y cálido. Fija su mirada en el árbol hueco de la calle -¿En qué piensas, Atticus?-. No fuma, no hace nada, solamente parece dejar pasar el tiempo. Atticus trabaja desde temprano y vuelve a casa roto para comenzar la verdadera batalla de cada día. Soledad entre los juegos infantiles ¿realmente va contigo esta guerra, Atticus?-. Supongo que cada noche se sienta en el columpio en la misma postura y piensa que mañana no volverá del trabajo, que al salir del despacho caminará por la calle mayor pero no girará a la izquierda como cada día, sino que continuará caminando en línea recta hasta llegar a la estación -¿Hay estación de tren en tu pueblo, Atticus?-. Allí, el operario del ferrocarril le saludará -”Buenas tardes, señor Finch”- y quizás le agradezca lo que un día hizo por él y su familia. En el columpio de su porche, esta noche, Atticus se imagina sentado en la misma postura en el banco del

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andén mirando la profundidad de los raíles. Casi puede oír el ritmo metálico del convoy de la tarde acercándose. Pero hoy Atticus no siguió caminando, volvió a casa como siempre y saludó a la vieja vecina medio loca, como siempre, sus hijos explotaron un instante al verle y en seguida volvieron a sus juegos en torno al árbol hueco, como siempre. Al anochecer, la cena, los ritos repetidos ¿leerás a tu hija un cuento, verdad, Atticus?- y el sueño y la noche y sólo la soledad al marcharse Calpurnia a estrellarse con su otra vida pensando en que tampoco hoy el señor Finch la había invitado a sentarse un momento en el columpio del porche. Sentado al aire de la noche mira el árbol hueco y piensa que mañana irá a la estación, que subirá al tren y que llegará al final de la profundidad de los raíles. Silencio. Todos. El señor Atticus Finch se marcha.

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17 A sfalt o Beberte el asfalto no entraba en lo pactado. Te lo dije un día hace ya mucho, mucho tiempo, pero no quisiste escucharme; todo te parecía una bobada, precauciones propias de mentecatos sin sangre en las venas. No lo habíamos pactado, no habíamos hablado de que acabaras vomitando petróleo. Acelero. A tope. Me gusta ver la línea discontinua transformarse en una estela blanca y cómo el coche parece engullir el firme a grandes tragos. La aguja del velocímetro ya debe estar medio loca: acelero, freno, vuelvo a apretar. Adentro y afuera, como si me la follara, como si me follara esta carretera de mierda que me conduce a la ciudad. Habíamos pensado en otras situaciones: la vejez, los hijos que nos abandonan en un asilo -¿ya no te acuerdas?-. Me decías que nos cuidaríamos uno al otro, que éramos inseparables. No habíamos pensado en tu cara arrastrada por el pavimento. Tocar la palanca, apretarla como si estuviera exprimiendo un limón, sacarle su jugo una y otra vez. Y el coche que salta, se queja, ronca porque lo llevo al límite, porque lo hago sufrir en este atardecer de medias luces y formas difusas.

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No nos habĂ­amos dicho nada del estruendo, ni del pecho abierto en canal atravesado por la barrera. De eso no habĂ­amos hablado, no, no lo habĂ­amos hecho.

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18 U ni dad Siempre nos ha gustado hacer cosas en familia. Vemos películas mientras nos atiborramos de palomitas, jugamos con las muñecas o pasamos las tardes de invierno en torno a un tablero de parchís. A veces salimos para perdemos entre los vericuetos de la ciudad. Siempre juntos, mientras el tiempo no se nos ponga de cara y los vientos de la edad no decidan llevar cada barco por una derrota diferente. Sabemos que esta conjunción tiene fecha de caducidad. Sin embargo, no perdemos el tiempo que nos queda en lamentarnos por algo inevitable. Simplemente vivimos, sin excesos, sin querer apurar cada instante como si fuese el último. De esta manera, las actividades que acometemos no dejan en nuestro interior sensación de final. La costumbre nos hace estar seguros de que encontraremos algún otro momento especial; aunque también asumimos que algún día no aparecerá ese instante. Cuando se de esa situación ya tendremos ocasión de valorar las alternativas y, llegado el caso, siempre podremos apelar al recuerdo.

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Esta noche nos espera uno de esos momentos especiales que hacen familia. Mi hija mayor ya tienen edad suficiente y lleva algunos meses entusiasmada con el momento de salir a cazar conmigo. Juntos esperaremos hasta que la luna llena reine en la noche y despuĂŠs saldremos a la calle. No iremos muy lejos, porque es su primera vez. Hay una calle poco transitada a la espalda de nuestro bloque de pisos. Esperaremos pacientemente y atacaremos a algĂşn vecino nocherniego. El primer aullido es inolvidable.

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19 C ade r as No creo que haya cosa más hermosa que dejar resbalar la mano por la curva de tus caderas. Sentir la suavidad de tu piel acariciando mis manos y notar el calor que emana de ti, aunque no te ame, aunque no quiera compartir el resto de mi vida contigo y poblar el mundo de retoños, es hermoso. Esto no tiene nada que ver con el amor, pero sí con la belleza y con la curvatura y con la perfección y con el sopor de las tardes de veranos tempranos. - Sí, pero además yo te amo -dijo ella. Y el círculo se cerró, la tarde se llenó de sentido y la sombra de la perfección cubrió sus vidas por un instante.

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20 E l E x p e r i m e nt o N i k l a u s Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Mt 19, 23-30

Mediado el siglo XX, los principales medios de comunicación de la época se hacían eco de la propuesta de Arpad Niklaus de conseguir hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Frankfurter Allgemeine Zeitung se congratulaba por la iniciativa del físico de ascendencia renana, pues, defendía, sin duda acabaría trayendo como consecuencia una relación más igualitaria entre los seres humanos al abrir una esperanza de salvación ultraterrena a las clases potentadas. De esta manera, se expresaba el editorialista, no podía caber la menor duda de que estas personas, una vez eliminada su frustración transcendente, alterarían los comportamientos terrenales y sus relaciones con otros tipos humanos. En línea similar al diario alemán se posicionaban otros rotativos, como The Guardian, Ya, Le Monde, Los Ángeles Tribune y, sorprendentemente, el soviético Pravda.

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Aparte de la valoración social que los medios de masas aportaron, el experimento del doctor Niklaus también tuvo su acogida en las páginas de bastantes publicaciones específicas, si bien en todos los casos se trataba de revistas con clara vocación divulgativa. Scientific American, sin ir más lejos, situó en primera plana el proyecto, centrándose, sobre todo, en las consecuencias positivas de desarrollar la capacidad de descomposición de la materia visible y tangible en un hilo de fuerza electromagnética que, sin llegar a perder la memoria de su estructura original, pudiera desplazarse en el tiempo y el espacio lo suficiente como para permitir el paso por el angosto hueco de la aguja. Pese a que la mayoría de los agentes de opinión y la práctica totalidad de los corrillos científicos del momento manifestaron su entusiasmo por la iniciativa, desde ciertos sectores minoritarios se cuestionaron algunos aspectos del proyecto. Un casi desconocido columnista de L’Osservatore Romano y colaborador asiduo de las revistas Mondo Cane y Papeles de Molocay sugirió la posibilidad de que tal experimento podría romper el equilibrio asimétrico de la balanza entre el bien y el mal. La alteración de las proporciones de la receta divina, según Ambrogio Della Valle, que así se llamaba el articulista, ocasionaría sin lugar a ningún género de dudas una ruptura del plan divino para el hombre. La posición de Della Valle fue ferozmente negada en un artículo de fondo firmado por Lucca Stampi, consejero jesuítico para asuntos bíblicos, que el propio rotativo vaticano publicó algunos días después. La tesis de Stampi, como parece obvio, se centraba en la idea de que los caminos del Creador son inexcrutables para el ser humano y que, por ende, toda acción humana está contenida en el Plan de Dios, sea cual fuere su orientación. Los artículos de Della Valle y Stampi generaron un auténtico río de tinta que recorrió como un torrente la geografía occidental. Teólogos, periodistas, filósofos, economistas y políticos de toda índole expresaron

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sus opiniones a favor o en contra de la quimera de Niklaus, exploraron las aristas más afiladas y escondidas de la cuestión y defendieron o refutaron el libre albedrío humano, así como la capacidad para abandonar los planes divinos. Curiosamente, el mundillo literario se hizo escaso eco de la iniciativa científica y la posterior disputa. Entre la información que he podido manejar, tan sólo el mexicano Juan José Arreola dedica unas páginas de su Confabulario a la obra de Arpad Niklaus. En ellas, el autor se limita a glosar la vida y obra del científico, explica sucintamente las bases teóricas del experimento y valora el mismo desde un punto de vista que se antoja algo cínico. Arreola alaba, creo que de manera desmesurada, la tarea iniciada, independientemente de su éxito o fracaso, pues tanto en lo uno como en lo otro adivina posibilidades de transformación positiva para la humanidad. La marejada que hace ya casi más de medio siglo provocó la hipótesis de la posible desintegración de un camello fue calmándose lentamente, como suele suceder. Otros acontecimientos oscurecieron las noticias en torno al experimento: las guerras en Corea e Indochina, la tensa paz entre bloques o la crisis del petróleo al finalizar la década de los setenta sepultaron definitivamente el interés por mamíferos ungulados y agujas. Sin embargo, nos consta que Niklaus y su equipo perseveraron en su trabajo, calladamente. Las últimas noticias sobre el proyecto aludían a la muerte de su iniciador y la subsiguiente migración del equipo a una pequeña población en las cercanías de Tübingen, en el estado alemán de Baden-Wurtemberg. Se sabe que siguieron trabajando en la desintegración e integración de la materia y que las primeras pruebas tangibles arrojaron un cierto nivel de éxito que justificaba la entrada de nuevos inversores. Así se desprende de la nota salmón que apareció en diciembre de 1989 en el Financial Times, en la que se informaba sobre la ampliación de capital de una

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empresa denominada Niklaus Corporation. Precisamente fue esa nota económica la última referencia al proyecto de la que hemos tenido noticias fidedignas. Tras ella no ha habido nada más digno de mención: la compañía se mantiene estable, reparte dividendos con regularidad y a nadie parece interesar la naturaleza de su negocio. *** En febrero de 2006 conocí a George Stapleton. El día había sido duro y antes de regresar al hogar paré a tomar un café. En la mesa contigua, un hombre de unos ochenta años, barba cerrada y profundas entradas, apuraba un enorme vaso de whisky puro. No le presté demasiada atención y me sumergí en la lectura del Confabulario de Arreola al tiempo que el café negro hacía renacer la vida en mi interior. El hombre del whisky se me dirigió en un castellano complicado. Al parecer tenía ganas de charlar y, entre sorbo y sorbo, pude conocer su nombre, su nacionalidad y su oficio. La conversación, siempre gobernada por el viejo, acabó derivando hacia el tema de la casualidad, momento en el que tomó en sus manos mi libro y me preguntó si ya había leído la historia titulada En verdad os digo. “Se centra en un experimento científico en el que participé”, continuó Stapleton, “Sí, yo trabajé con Niklaus”. Me sorprendió sobremanera cómo el azar juega con nuestras vidas, confirmándome en la idea de que no somos más que simples figuras prescindibles en un ajedrez eterno. Había detenido mi coche para tomar un último café y ese hecho posibilitó mi encuentro con alguien que bien podría ser un personaje de la ficción que en ese momento leía. No pude evitar participar en el juego del destino y me dirigí al anciano para averiguar si el experimento había dado resultado, ya que el texto de Arreola no arrojaba ninguna luz sobre la consecución de los objetivos. “Sí”, respondió, “conseguimos que el puto camello atravesara el ojo de la aguja”. Ante la incredulidad que debió vislumbrar en mi rostro,

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Georges Stapleton me miró fijamente y, de manera categórica, lanzó un “ya se irá enterando” que resonó en la cafetería como una terrible amenaza. Al momento, el hombre apuró su copa y se marchó. Su figura renqueante salió de mi vida para no volver. Casi cinco años han pasado desde ese encuentro. En este tiempo el mundo ha entrado en un laberinto que los analistas económicos más expertos son incapaces de explicar. El recurso más extendido es la alusión a los mercados como detonantes de la situación, aunque hasta el momento nadie ha podido identificarlos. Los mercados no tienen cara ni cuerpo ni dirección social. Solamente son, y juegan con las finanzas mundiales a su antojo. Las economías nacionales sufren ataques que las empobrecen y la desesperanza se ha instalado en el cuerpo social. Grecia ha reventado ya, al igual que la verde y melancólica Irlanda. Portugal, Bélgica, España, Italia, están bajo sospecha. Los mercados, nos dicen, parecen estar dirigiendo un ataque soterrado contra la economía del euro y el llamado estado del bienestar. El dinero cambia de manos a la velocidad del rayo sin que exista la más mínima claridad sobre su destino final. En estos tiempos oscuros, el recuerdo del texto de Arreola y el breve encuentro con George Stapleton me hacen pensar en una posible relación de lo que está sucediendo con el Experimento Niklaus. Si es verdad, como confirmó Stapleton, que al fin pudo hacerse pasar un camello por el ojo de una aguja, ese viaje debió provocar una reacción en cadena que escapó al control humano. Es de creer que tras el tránsito del camélido los ricos pudieron por fin hollar los senderos celestiales. Quienes acostumbraron en vida a jugar con el esfuerzo y la esperanza de todos no creo que hayan abandonado una tarea para la que estaban genéticamente programados. Más bien pienso que se habrán reforzado desde la posición de poder ultraterreno que ahora deben ocupar.

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21 P r i nc i p i os y fi na l es Hace unos años lo que me gustaban eran los finales: "dejónos harto consuelo su memoria", por ejemplo, o "a las aladas rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero", pongamos por caso. Últimamente, en cambio, lo que me apasionan son los principios: "Yo tenía una granja en África" o "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...", por poner sólo dos ejemplos. No sé si tendrá que ver con el hecho de que uno se hace mayor y empieza a preferir las promesas a las realidades acabadas.

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22 U na bala Me queda una bala. Solamente una. He decidido reservarla hasta el último momento y utilizar mientras tanto munición convencional, aunque sé que es inútil en estas circunstancias. El impacto de la posta de mi escopeta sobre el pecho de estas alimañas produce un terrible dolor a juzgar por los alaridos, pero no termina con sus vidas, simplemente retrasa lo que ya es inevitable. La manada me tiene cercado en este claro del bosque bañado por la luz suave y azulada de la luna invernal. Las fieras avanzan lentamente, cerrando el círculo con prevención. Están tan próximas ya que puedo ver los hilos de saliva que penden de sus belfos, las encías encarnadas que brillan con breves destellos y el blanco sucio de sangre antigua en sus colmillos. Disparo sobre ellas una y otra vez. Cargo y vuelvo a hacerlo. ¡Qué absurdo baile de cuerpos! Me queda una sola bala en el tambor del revólver y creo que ya ha llegado su turno en esta trágica farsa. Deposito con movimientos medidos la escopeta sobre el suelo. No quiero hacer ningún gesto brusco que lance la violencia final del ataque. Con la misma

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parsimonia desenfundo el arma corta, introduzco el cañón en mi boca y acaricio el gatillo. Presiono y me parece sentir cómo la pequeña pieza de plata inicia su tarea destructora. La muerte es instantánea; sin embargo, aún tengo tiempo para arrepentirme de haber retado al líder de la jauría, mi padre

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23 C lar e nc e El bonachón de Clarence no sabe cómo asumir los fracasos repetidos y ahoga en un vaso su incapacidad. La última vez llegó un instante tarde; tan sólo lo que dista entre la contemplación del discurrir furioso del río y el salto hacia la nada. El pobre viejo del cabello blanco no comprende tampoco que alguien tenga la lengua tan afilada como para llamar “salto del ángel” al paso adelante del suicida: brazos abiertos, pies juntos y caída en picado hasta hundirse en la frustración. Por eso, una vez más, moja sus labios en el licor mientras piensa en qué mentiroso pudo llegar a ser Frank Capra.

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24 C ur i osi dad -No es amor, sólo curiosidad -dijo él. Silencio. Después, estrépito de sueños rotos. -Sólo curiosidad. Se cruzaron las miradas y, pese a lo que cabría esperar, sus labios rozaron las mejillas del hombre mientras las manos acariciaban su cuello en un gesto de comienzo que era, a la vez, ceremonia de despedida. Ella era una diosa y él un canalla.

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25 E l ap r e ndi z El microcuentista había aprendido el oficio contemplando las manos del coronel Aureliano Buendía engarzar pececitos de oro. Lo abandonó tras verse envuelto una y otra vez en un interminable regreso a Ítaca.

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26 E duc ac i ón p ar e n t a l He decidido que mis hijas, las tres, sean escritoras, como las Brönte o los Goytisolo. El objetivo se antoja difícil, porque las distracciones y falta de constancia son terribles enemigos que pueden dar al traste con el proyecto si no se actúa con firmeza. Por ese motivo, desde muy pequeñas he ido sembrando en ellas la semilla de la creatividad con sentido. A veces ha sido duro para las pequeñas y también para mí, qué duda cabe. En esas ocasiones puntuales tuve que ser drástico y encadenarlas por separado para impedir que perdiesen el tiempo jugando con muñecas. Poco a poco fueron comprendiendo que su mundo debía reducirse al espacio de la biblioteca familiar, donde disponían de entera libertad y saltaban en jugueteo caótico e infantil de Goethe a Homero, de Montaigne a Camus. Los primeros pasos por los senderos de la poesía, no obstante, fueron especialmente complicados. La blandura de mi sistema pedagógico posibilitó que llegase a sus inocentes manos algún libro de Gloria Fuertes. Fue un error que subsané con celeridad: estuvieron tres noches seguidas sin dormir mientras sonaba en su habitación un disco compacto en el que había grabado algunos versos de Keats, Álvaro de 52


Campos, Mallarmé y el último Juan Ramón. La situación se recondujo por sí sola. La mayor de las tres está ya entrando en la adolescencia y con su evoución psicológica he debido asumir también un cambio de orientación en el acercamiento literario. Quiero que ahora sea más práctico y que sienta como sintieron los más grandes. He detectado que la niña-mujer manifiesta cierta inclinación hacia la lírica, así que vamos a comenzar esta nueva línea de trabajo siguiendo la estela de Baudalaire. Esta noche se inyectará su primera dosis de heroína. No he podido encontrar absenta. Ya veremos cómo resulta.

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27 M e m or i a ge né t ica El hombre malo que en el parque espanta las palomas y traba los pies de los niños que juegan a policías y ladrones murió hará dos noches. Su comportamiento sociopático se explica más claramente después de leer el informe del genetista: había sido, por este orden, sátrapa, burgrave de Nuremberg, inquisidor, oficial de La Bounty, coronel británico de fuerzas expedicionarias y economista.

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28 C ar g a de t r aba j o En el hospital de Cluj-Napoca, adscrito a la Facultad de Medicina y Farmacia Iuliu Hatieganu, en Transilvania, las semanas de plenilunio son especialmente agotadoras. Los aquejados de porfiria ven reducido en estas fechas su protagonismo nocturno y miran recelosos las mutaciones de quienes padecen teriomorfismo. El jefe de la guardia mĂŠdica se prepara para unas intensas noches de aullidos, rechinar de dientes, ojos vidriosos en la oscuridad y lamentos de toda Ă­ndole. Durante el turno matinal, el personal de servicios no da abasto con la limpieza de los sillones de la sala de espera, sucios de babas, semen y pelos de lobo.

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29 E l r e galo Desde pequeña había tenido complejo de feílla. Su abuela, cuando presumía de nietas, siempre decía que era muy graciosa, mientras que de la prima Rosa alababa sus mejillas de porcelana, mirar negro como la noche y dedos de pianista. Además, tenía poco pecho, muy poco. La lisa, la llamaban en el colegio; pobrecita, se lamentaba la madre, qué trabajito va a costar encontrarle novio. Esta Nochebuena la familia se ha juramentado. Hay que hacer algo por esta chica, así que entre todos -madre, padre, abuela, la tía Paqui y la prima Rosa, incluso- han decidido poner fin al sufrimiento callado y le van a regalar unos pechos turgentes y voluminosos. Saben que es lo que más ilusión le hace, mucho más, dónde va a parar, que un aparatito de música nuevo o un collar de cuentas brillantes. Unos pechos para enamorar y salir, al fin, de casa. Tras la cena, el reparto de regalos: un jersey nuevo para papá; bibelots, bagatelas y chucherías para las mujeres. Un libro también, que mientras yo viva tiene que venir un libro a esta casa por Navidad, sentencia el padre, antiguo sindicalista, ya jubilado y creyente fiel en

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las bondades de la letra escrita por su misma esencia y no tanto por la lectura. Colgando de la mismísima estrella del árbol hay un sobre pequeño, de papel verjurado, muy elegante. “Para María”, puede leerse en una bonita letra inglesa. La chica lo abre con ilusión y lee: “Vale por un implante en los pechos”. Una sonrisa entre el rubor y el agradecimiento. Cogida con un clip lleva una tarjeta de visita: “Raúl Huertas. Taxidermista”. La abuela aporrea la botella de anís Arenas y entona Fun, Fun, Fun. El salón familiar resplandece con la iluminación navideña y la mesa repleta de sucedáneos de caviar, marisco y champán. Sobre el televisor descansan las facturas de la luz y del agua. Hay también un aviso de desahucio.

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30 Or de n Ya está todo recogido. Hay, por fin, silencio. La mesa grande ha recuperado su milimétrica ubicación; la cristalería -esa supervivienteduerme el sueño de los justos en la vitrina y desde allí aguarda un nuevo advenimiento más festivo y frívolo; la vajilla de porcelana, lavada, blanca y dorada, sin muescas en los bordes como por milagro, encuentra su acomodo en la cápsula del tiempo donde hiberna; los ceniceros limpios recuerdan aún, es verdad, el horror de los días pasados; el aire helado se cuela por las ventanas abiertas y borra el aroma pesado que se niega a retirarse sin presentar batalla. Parece que nada haya sucedido. El tiempo acaricia el rostro. Hace frío. Molicie. Hoy sí habrá una noche de paz.

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31 Re e st r uc t ur ac i ón de p er s o n a l Cerbero, el perro de Hades, murió. Ahora es el gato de Poe quien vigila esta orilla de almas muertas. Caronte se fugó con una de las Furias. Dicen que está en el Walhalla viviendo a todo tren gracias a los óbolos sisados durante décadas. Su puesto ha sido ocupado por un tal Santa Claus, hombre afable y grande, pero con una sospechosa tendencia a perder la verticalidad. Las malas lenguas, que siempre las hay, aluden constantemente a sus mejillas y nariz sonrosada; quieren dar a entender que el nuevo viajero de la Estigia no es más que un santo bebedor, perezoso y de poco fiar. Los esclavos de la moda critican su indumentaria por poco apropiada al puesto que debe desempeñar. La Empresa hace oídos sordos a los comentarios. El volumen de negocio se mantiene estable.

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32 Rut i nas anuale s Con el último bocado, el incendio que nace de lo más profundo. Combustión espontánea llaman al proceso mediante el cual la carne arde sin aparente causa externa transformándose en energía calorífica, luz, humo y, al final, cenizas. Polvo eres... Un espectáculo cromático repetido en el instante de la muerte de cada año. Poco después, superado ya el desconcierto provocado por la deflagración, se produce el milagro de la reinvención: las cenizas cobran forma modeladas por manos invisibles y los hombres-fénix surgen en la madrugada para iniciar un nuevo ciclo anual de quimeras, banalidades y deseos.

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33 C uar t o c r e c i e nt e La esposa del licántropo sonríe en silencio mientras sus amigas de bridge se quejan del desapego de sus maridos. Ella tiene la certeza secreta de disfrutar cada veintiocho días de una noche de sudores, placer y bestialismo. Con el discurrir de las fases lunares ha aprendido a interpretar y comprender el brillo en los ojos de los zoófilos. Eso es tolerancia, se dice al tiempo que siente cómo el tuétano de sus huesos se hace espuma. Gana una baza de corazones, mira a través de la ventana y muerde con suavidad su labio inferior al contemplar el cuarto creciente.

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34 D e m i D i ar i o 29 de diciembre de 2010. Ayer firmé el contrato. El jefe de personal sonreía y mis futuros compañeros miraban a través de la cristalera con la felicidad atascada en la garganta. Se les notaba. Me han dicho que mañana mismo puedo incorporarme al puesto de trabajo. Me parece que es una buena empresa, con gente amable y trato distendido.

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35 Fi lt r ac i one s Alguien les inform贸 de las secretas intenciones de Herodes. Envolvieron al hijo en una manta y lo llevaron a Bel茅n. Por poco llegan tarde.

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36 C ult o al c ue r p o Él prefería devorar carne roja y sangrante que cazaba con sus propias manos y engullía a grandes y ansiosos bocados. Ella, en cambio, disfrutaba con la suavidad aterciopelada de las aves apresadas en una red trenzada con delicadeza. Ese día aciago comieron fruta porque una vocecita en su interior les hablaba de la necesidad de dar variedad a la dieta. La colesterolemia, sobre todo en el caso de Adán, puede ser una asesina silenciosa. Además se estaban poniendo algo fondones.

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37 C i c lo v i t al He nacido y crecido; me he desarrollado y reproducido; he envejecido y muerto. A nadie parece haberle importado: ni una mirada de complicidad ni una sonrisa de conexi贸n ni una palabra.

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38 Br om as Muy serio él, don José fingió su muerte el 28 de diciembre. Alguien debería informarle de que las bromas se hacen pesadas al cabo de veintidós años.

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39 C onfusi ón “Ajo, idiota. Es ajo”, pensaba al apartar con la mano izquierda una rama de laurel que dormía el sueño de los justos sobre la almohada. La sangre de aquel ignorante no desmerecía en cantidad y calidad la del catedrático de Literatura comparada que había degustado la semana anterior, no señor.

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40 E r r or de c álc ul o Se confundieron. Con la última carga de fluido neurotemporal, la máquina del tiempo les había llevado a la Jerusalem de Herodes Antipas. La criaturita recién nacida, por tanto, siguió madurando, rozagante, aunque con una mirada lóbrega que helaba el corazón.

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41 Inoc e nc i a Tenía un blog con más de cien visitas diarias y se consideraba, pues, un autor consagrado. Tomó, en consecuencia, tres determinaciones de capital importancia en su vida: se dejó crecer la barba, tocaba su cabeza con un sombrero negro y comenzó a fumar en pipa.

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42 E sc e na de alc ob a La escena en los aposentos del matrimonio reinante. La claridad de la mañana comienza a penetrar en la dependencia y recorre el cuerpo de una mujer con ritmo matemático desde los pies hasta el regazo. Allí parece detenerse un instante para iluminar el extremo de una labor de costura interminable. Tras la brevísima parada, el rayo de luz continúa su andadura hasta acariciar el rostro de la mujer, que levanta suavemente el mentón y dirige la mirada hacia un hombre encapuchado, andrajoso y derrotado. PENÉLOPE: Llegas tarde (Vuelve, tras sus palabras, los ojos a la labor y sus manos continúan un movimiento que ha termindo por convertirse en gesto mecánico). ODISEO: El trabajo, ya sabes (Abandona el hombre un arco y su correspondiente carcaj sobre una silla cercana colocada al efecto). PENÉLOPE: Mientes, pero gracias. La claridad termina de iluminar la escena completa y cae el Telón. Cuchicheos en el patio de butacas que se preguntan sobre la actitud de TELÉMACO, vistas las circunstancias.

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43 Or g ani z ac i ón Como cabeza de familia me veo obligado a tomar decisiones que, a veces, resultan molestas; sin embargo, sin ellas esta casa sería un sindiós ingobernable. Tenemos que ser fuertes y, sobre todo, sensatos y racionales, ya que el espacio es limitado y la amalgama de cuerpos e ideas, aunque enriquecedora en un principio, acaba derivando en confusión que no conduce nada más que a la pérdida del tiempo y la anarquía, enemiga de la creatividad. Por ese motivo me he visto obligado, dado el discurrir de los acontecimientos en las últimas fechas, a establecer unas fronteras férreas e impermeables. Así, los personajes del fanfic de mi hija mayor verán reducido su deambular exclusivamente al espacio de su habitación, permitiéndose que la inventiva de la muchacha transforme el habitáculo en bosque, castillo o páramo según gusto o necesidades del relato. Los peluches y muñecas en miniatura solamente podrán interactuar en el cuarto de la mediana y pequeña, quedando terminantemente prohibido el canibalismo y la hibridación, así como la filtración a cualquier dimensión desconocida que suponga traspasar el término establecido. En tercer lugar, los entes que pueblan las pesadillas de la madre no

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abandonarán bajo ningún concepto el dormitorio matrimonial y, a ser posible, limitarán su horario de aparición en aras de la tranquilidad espiritual de la familia. Finalmente, mi yo multiplicado habitará en las estrechas lindes del despacho, con el fin de que la angostura del lugar contrarreste la tendencia hacia el infinito preocupantemente manifestada. De esta manera, los moradores reales del hogar podremos disfrutar de cierta paz y descanso en el salón, cocina y baños. No obstante, soy consciente del aislamiento que puede provocar la nueva distribución espacial, por lo que cada viernes, en un horario previamente pactado, celebraremos un encuentro entre seres reales y ficticios con la intención de vertebrar la familia, conocer qué sendas transitamos, sugerirnos desenlaces y apropiarnos, llegado el caso, de las criaturas o situaciones ideadas durante la semana.

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44 N at ali c i os Hans Peter von Rosencraft fue padre de una preciosa niña en la primavera de 1871 que recibió el poético y trisilábico nombre de Lorena. Algún tiempo después, el matrimonio se vio sorprendido por el advenimiento de una nueva criatura, morena y algo fría en el trato, a la que no dudaron en llamar Alsacia. Y es que hay personas con poca imaginación, qué caray.

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45 C onst anc i a El Microcuentista sabía con certeza que su hora llegaría pronto. Por eso se sirvió otra copa y escribió: “He bebido del cáliz. Muero. Seré eterno.” Fue su último trabajo. La viuda, tras el dolor punzante por la pérdida inesperada, empaquetó sus ropas, regaló la mayoría de los objetos personales, publicó una nota en su blog avisando de la muerte del autor y, al cabo, se dispuso a rehacer su vida. No obstante, tres años después el blog del Microcuentista seguía arrojando textos al ritmo de tres por semana. Nadie podía explicarlo. Pocos días antes de que el sistema de publicación entrara en bancarrota y decidiese el cierre a causa del descenso de ingresos publicitarios, pudo leerse en la bitácora del escritor el siguiente texto: “El Microcuentista muda su alojamiento a una nueva dirección: http://microcuentista.enelaverno.org.”

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La viuda ya no sabe c贸mo librarse del pasado y, desesperada, busca en el bosque de relatos del difunto la copa de la que hab铆a bebido.

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46 P ar aĂ­ so p e r di d o Ya no hay niĂąos con cara tiznada como en las novelas de Dickens, sino diablos relucientes, malos como la hiel, limpios, retadores

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47 S ole dad La encontraron con la labor en el regazo y una foto del hijo sobre la mesa camilla. Una fina neblina envolvĂ­a la escena y las ascuas del brasero brillaban aĂşn, satisfechas.

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48 C ue st i ón de foné t ica Decía de él que era un ‘carbón’ y nadie la entendía. Su esmerada educación de niña bien le impedía articular la r tras la b.

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49 C ar bón No creyó que se atrevieran; pero, vista la situación, hizo lo más esperable. La madre murió resignada; con el padre tuvo que bregar algo más.

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50 L i c e nc i a p ar a t i zn a r “Mi nombre es Bon, Car Bon”, decía mientras tiznaba la mañana de Reyes de los niños malos.

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51 E l r e gr e so Los niños-diablos siguen aquí, coloradotes, con los rabillos juguetones entrelazados y esos cuchicheos con que traman maldades apenas imaginadas. Por la ventana del aula penetra la mañana que, poco a poco, se va adueñando de los rincones en sombra para mostrar el variopinto pelaje de quienes se mantienen a duras penas en sus posiciones. Necesito algo de rodaje para que las palabras capaces de amansar a las fieras viajen fluidamente entre estas cuatro paredes. Busco aire en una imagen del exterior, algo amable que me nutra, y encuentro la silueta del viejo castaño de indias. Él siempre está allí, pase lo que pase, como un seguro al que abrazarse cuando el entorno parece anunciar solamente naufragio o abatimiento o hastío. Con la espalda reposando sobre el tronco leñoso, la joven profesora que desde hace unos meses ha alegrado las aulas con su voz cantarina y la dulzura de sus miradas parece reposar. Las ratas han mordisqueado su cuerpo hermoso y el color verde ceniciento se ha adueñado ya de lo que queda de sus mejillas. Alrededor del castaño y de su inquilina se reune el aquelarre de las góticas, tan negras y tan iguales. Una de ellas, la que lleva la voz cantante, blande una daga con 81


la que practica una incisi贸n en el pecho macilento de la mujer. Al parecer hab铆an olvidado comer su coraz贸n antes de las vacaciones. Por las prisas, ya se sabe. Vuelvo la vista a mis alumnos y comienzo la lecci贸n mientras pienso que hay lugares en el mundo donde ahora es verano.

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52 P r ohi bi c i one s o los lí m i t e s de la p a cien cia Primero prohibieron fumar en lugares públicos y comprendió la medida, ya que nadie tenía por qué compartir su gusto por las volutas de humo y sus cautivadoras caricias. Se refugió en la casa. Las repetidas campañas institucionales que hablaban de los peligros del sedentarismo hicieron, no obstante, que naciera en su interior un lacerente sentimiento de culpabilidad cada vez que el anochecer le sorprendía después de toda una tarde arrojado en el sofá de su casa. Se echó a la calle. Ahora que por fin ha encontrado una actividad que le obliga a moverse y también a olvidarse de la necesidad del pitillo se encuentra con la novedad de que multarán a quienes se atrevan a alimentar animales en la vía pública.

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“¿Qué será lo próximo?”, se pregunta mientras acaricia la cabeza del niño pobre al que cada tarde lleva una palmera de chocolate a la puerta del supermercado.

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53 Oj o p or oj o En el mundo, cada generaci贸n no tiene menos de 36 personas justas sobre las cuales la divina Presencia reposa. Talmud.

Harto de que el resto de la humanidad abuse de su bondad, justicia y paciencia, el trig茅simo sexto justo ha dado, de manera consciente y meditada, una mala contestaci贸n a la joven cajera del supermercado. Inmediatamente, Dios ha apagado el Sol. La vida en la Tierra toca a su fin. El que fue hasta hace un instante un justo de Israel sonr铆e.

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54 M e di das de se sp e ra d a s El tramoyista sentía una debilidad inconfesada: amaba las palabras con pasión desmedida. Gustaba de paladearlas con lentitud casi lasciva, segmentarlas y tragarlas muy despacito, a pequeños tragos que le sabían a ambrosía. Como el mejor de los amantes, hecho un Píramo o un Leandro mismo, sería capaz de acometer cualquier acción descabellada por salvaguardar su tan especial relación: atravesar desnudo la Plaza Mayor, escalar descalzo la Peña de Francia, exponerse a la burla pública de los ignorantes o, quizás, cambiar por recios y cortantes aceros toledanos las hojas de las armas falsas que habrían de usarse en el último acto de Hamlet. No estaba dispuesto a que esa compañía de aficionados prostituyese ni una vez más de lo estrictamente necesario el verbo del divino William.

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55 Re baj as La librerĂ­a vende microrrelatos durante el mes de enero. El resto del aĂąo hincha el gĂŠnero.

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56 L i st a de la c om p r a Para el marido, un jersey; zapatillas de deporte para el hijo; cรกpsulas anti-soledad para ella.

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57 V e nganz a La odiaba desde que el agua de las macetas manch贸 la ropa blanca. En el bullicio del primer d铆a de rebajas le puso la zancadilla.

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58 P le ni t ud Nada le faltaba. Compr贸 un juego de cuchillos. Se abri贸 las venas.

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59 Be ne fi c i os p e ni t e nc ia r io s Le rebajaron la pena por buen comportamiento. Ahora solamente lo envuelve una suave, dulce y elegante melancolĂ­a.

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60 M e t am or fosi s No te rebajes -le decían-, sé digno, compórtate como un hombre. Sin embargo, cada día se parecía más a un sapo, pegajoso, repugnante.

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61 E st afa Contraviniendo la ley, el librero arranca las Ăşltimas pĂĄginas de las novelas de misterio que vende durante las rebajas.

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62 P e que ñas t r ai c i o n es A todos nos resultó extraña su actitud en aquel día. Era siempre un hombre comedido, de voz tranquila y ademanes matemáticamente calculados, perseguidor de un ideal de vida pacífico y respetuoso. Recuerdo algunas conversaciones en las que casi siempre se situaba en la defensa de que vivir ya es bastante complicado como para aliñar la existencia con odios, palabras gruesas y polémicas estériles. Si habitásemos un mundo mejor, sin duda este hombre tranquilo discurriría envuelto en el anonimato por el camino de la santidad. Estos rasgos que adornaban su carácter hacen difícil comprender la explosión de rabia que lo llevó a empuñar la pequeña hoz con que entretenía los tiempos de asueto. Su primera víctima fue un chaval, personajillo a todas luces sospechoso, que entre bromas y picardías había arrancado una breve rama de naranjo cuajadita de azahar. Lo terrible no es que lo degollara, sino que ocultase el cadáver en el pudridero de compost del que extraía el material orgánico para abonar las plantas. Al conocer la historia, la verdad, perdimos el gusto por la exquisita mermelada que las monjitas de un beaterio cercano fabricaban con nuestras naranjas. Bien es verdad que después hubo 94


otras víctimas de su cólera desbocada, pero ninguna de ellas alteró tanto nuestras vidas como esa primera. Personalmente, creo que nunca podré perdonárselo.

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63 U no y t r i no Después de perseguir con fiereza, torturar y, al fin, matar en nombre de Dios a quienes reniegan de su nombre verdadero, he alcanzado la salvación. Al entrar en el Paraíso de la beatitud encuentro que también han llegado hasta allí aquellos a los que he hostigado, martirizado y ajusticiado por herejía declarada, heterodoxia o desviación. Según parece tanto unos como otros compartimos el mismo Dios. Y aún habrá quien me culpe y ensucie mi nombre por no ser capaz de discernir cuál es la senda adecuada en el laberinto de los designios del Creador.

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64 C ac e r í a Pese a que había recorrido varias veces el cotidiano sendero de la imaginación, el microcuentista no encontraba esa tarde una idea adecuada. Cansado de lugares comunes y perspectivas ingenuas, decidió dejarse llevar por las palabras. Las primeras resultaron luminosas y la sonrisa se instaló por un instante en el autor; las siguientes, en cambio, estaban vacías y olían a fosa séptica. Ante el fracaso de la sesión, cierre de libreta y paseo desnudo, sin estilógrafica ni papel, bajo la lluvia. Al transitar junto a unos escaparates, advirtió en un rincón, confundido entre telas, bibelots y muebles expuestos, una pequeña figura de porcelana inquietantemente parecida a sí mismo. Escribía con la mirada enterrada en el papel mientras las ideas pajareaban en derredor, juguetonas y caprichosas. Unas eran blancas de inocencia; otras oscuras y con apariencia de maldad.El microcuentista volvió al hogar y se adentró de nuevo en los túneles del recuerdo, aunque sabía que nada encontraría en ellos, tan sólo una leve sombra esquiva, huidiza e inconsistente.

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65 S i v i s p ac e m La apariencia pacífica del hombre del pelo cano esconde un auténtico campo de batalla. Se enfrentan en él tirios, troyanos, güelfos, gibelinos, gentes de York y Lancaster. Las operaciones bélicas y sus protagonistas se confunden de tal manera que es fácil descubrir a un Arturo ya anciano capitaneando la última carga de los lanceros polacos. Mientras tan elevadas acciones crepitan en salvaje confusión, el rostro del hombre no manifiesta señal de la violencia soterrada. Aquellos que han adiestrado la mirada, sin embargo, pueden entrever en un rictus de sus labios, por ejemplo, la hermosura de las colinas de Balaklava en su trágica venganza, o la rabia contenida tras el fiasco de La Invencible en el leve temblor de su mano. Es necesario superar la mera apariencia para adivinar en la perla de sudor que decora su frente el sabor salado de los pechos que reciben en las Tullerías a un Bonaparte hundido. El hombre del pelo cano guarda celoso el secreto de sus mil combates, porque sabe que su bullir interior no sería comprendido. Sólo el que ha cabalgado hacia la derrota es capaz de degustar los diversos matices de estos frágiles espacios de paz que habitamos.

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66 L a c onc i e nc i a Hace figuras con el humo del cigarrillo. A menudo, estas cobran vida y no paran de pontificar sobre lo perjudicial de su costumbre.

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67 V i c i os Disfrutaba con el chisporroteo de las brasas y el calorcito sobre su piel. DespuĂŠs, humo y vuelta a empezar, que para eso era inmortal.

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68 Y no hubo nada VendĂ­a humo en hermosos tarros de cristal labrado. Al abrirlos se disipaba con celeridad, como si tuviera prisa por mimetizarse con el aire.

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69 C e los Su esposa desprendía esa noche un aroma más acre, diferente. La asfixió antes de saber que se había agotado su marca de cigarrillos.

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70 Int ole r anc i a Lo seĂąalaban con el dedo al tiempo que lo miraban con un rictus de desaprobaciĂłn en los labios. QuĂŠ feliz era al sentirse de nuevo como un maldito; aunque nunca hubiese fumado, aunque solamente fuese vaho lo que exhalaba por su boca.

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71 S i nc e r i dad Una cortina de humo disimulaba el autĂŠntico estado de su relaciĂłn. Liberados asĂ­ de la verdad, comparten un largo y feliz matrimonio.

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72 C láusulas abusi va s El problema de los pactos con el Diablo reside en la significación profunda de los términos del contrato, que ha de quedar clarísima desde el principio. Por ejemplo, si se entrega el alma a cambio de la juventud, un clásico entre los clásicos, el firmante debe asumir que abandonará el mundo sensible mediante muerte violenta, accidente o similar, renunciando de manera tácita a la posibilidad de un deceso plácido y pleno en la vejez. De este modo, quien suscribe el pacto se garantiza en un alto porcentaje el sufrimiento propio, por no hablar del dolor inconsolable que a buen seguro provocará en los deudos. Esta consecuencia, sin duda no deseada por el peticionario, debe tenerse muy en cuenta, pues una cosa es el legítimo deseo de preservar la apostura juvenil y otra bien distinta joderle la vida a aquellos con quienes se cohabita y que, incluso, podrían haber llegado a amarle. Claro que también es posible que el solicitante se haya visto engañado por la brillantez engañadora de la palabra ‘juventud’ allí escrita, cuando en realidad su deseo estaba orientado hacia la simple inmortalidad. En esa hipotética situación, el peticionario anda ingenuamente descaminado, porque ya se sabe que nadie da duros a 105


cuatro pesetas y que algo querrá ganar el Maligno con el negocio. Téngase esto último muy en cuenta en el caso de que se opte por un simple pacto de inmortalidad.

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73 Inc r e duli dad Nadie le prestó atención cuando llegó a su casa con el rostro demacrado y diciendo que estaba medio muerto. Más tarde, al caérsele el brazo izquierdo, todo fueron gritos, desconsuelo y llanto. Pero ya era demasiado tarde.

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74 La P ue r t a de T annh ä u s er He visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Roy Batty, en Blade Runner.

Era minucioso como pocos. Ocupaba casi todo su tiempo en dibujar naves espaciales repletas de detalles que después terminaba convirtiendo en preciosas maquetas: cruceros imperiales que perseguían al Halcón Milenario, réplicas del Enterprise o vipers coloniales que protegían la estrella de combate Galáctica. Tal era su ensimismamiento y dedicación que rara vez se hacía eco de las burlas soterradas de los compañeros de clase ni de la ironía que con él se gastaba el profesor de dibujo al insistir sobre los talentos malgastados. Yo, mientras tanto, rondaba a su alrededor, cegado por el despliegue de fantasía, aunque incapaz de formar parte plena y comprometida de algo que me subyugaba y aterraba a la vez. Recuerdo que veía en nuestro caótico universo de ficción un riesgo gratuito que mi mente racional no estaba dispuesto a correr, por mucho que una amistad

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creada con trazos de tinta y sueños pudiese sufrir con una actitud tan tibia. Al final, acabó imponiéndose el miedo al qué dirán y el deseo de una culpable normalidad. Nos distanciamos y terminamos por seguir caminos muy diferentes. Años después volví a encontrarlo paseando a pie de playa. Había cambiado muy poco, apenas unas cuantas canas coronaban su cabeza de coronel de la Flota de la Federación. Charlamos un buen rato, que si el tiempo y los recuerdos compartidos, el presente, las familias, los conocidos. Medio en broma, medio en serio, me informó de cómo había comandado un batallón de Nexus 6 y combatido al frente de ellos en la mismísima Puerta de Tannhäuser. En ese momento, la mujer que lo acompañaba -rubia cegadora, piel arrasada por el sol, extrema delgadez- se apretó contra su brazo mientras me dirigía una sonrisa que subrayaba un guiño de complicidad. Cambió de rumbo la conversación. No hace mucho he vuelto a encontrarme con la mujer. Al reconocernos nos hemos saludado y cruzado unas palabras. Le he preguntado por mi amigo y con aparente naturalidad me ha dicho que una mañana despertó con el vacío de su cuerpo junto a ella. Mi compañero de la juventud le había dejado una flor sobre la cómoda. En el armario sólo faltaba el uniforme de las Tropas de Asalto Estelar. Desde entonces no puedo quitarme de la cabeza la sensación de que he desperdiciado mi vida.

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75 Ca usa p r obable de m u er t e El microcuentista estaba convencido de que cada autor disponía de un conjunto finito de argumentos. Por miedo al agotamiento de su mar de historias y las consecuencias indeseables que pudieran derivarse de ello, dejó de escribir. Así fue feliz durante el resto de su larga vida, pues tenía la certeza de que en cualquier momento sería capaz de retomar la actividad creadora y abordar esas tramas nuevas y cautivadoras que había dejado pendientes. Las extrañas circunstancias que rodearon su muerte justificaron la autopsia a la que su cuerpo fue sometido. Quienes la practicaron terminaron la jornada renegando de cómo se les había puesto la sala, toda perdida de personajes y ambientaciones desconocidas que brotaban como fuentes de cada víscera, de cada músculo.

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76 De l L i br o de los Gu s t o s Le gusta quemar palabras e ideas en la estufa del sal贸n, verlas crepitar. Mejor si vienen acompa帽adas del cerebro que las produce.

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77 M รกqui nas Por cerebro tiene una estufa que produce el vapor necesario para moverse. Su pensamiento no es racional, pero echa humo cuando le enfadan.

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78 D e l he r oí sm o Cuando era pequeño se quemó el culo con la estufa. Ahora pasea su ardor guerrero por campos de batalla y despachos.

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79 E l t am aĂąo i m p or t a El microcuentista prende la estufa con largas novelas. Al principio deslumbran, pero se consumen tan pronto que ha de quemarlas por trilogĂ­as.

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80 La c ar i dad bi e n e nt en d id a Las Damas de la Caridad han comprado una estufa para enviarla a esos pobres niños de Sudán. ¡Hace tanto frío este invierno!

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81 V i r t ude s de la e st u f a Dan calor y concentran a la familia en derredor. Las de le帽a decoran y pueden emplearse para eliminar restos sospechosos. Son ecol贸gicas.

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82 Olor de hogar Lo detuvieron porque no fue capaz de deshacerse de su espectacular melena rizada. No soportaba el olor a pelo quemado.

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83 M i st e r i o En sus treinta años de profesión, el sepulturero ha visto casi de todo. Las viudas que han incluido la visita al marido muerto en su rutina cotidiana se confunden con las amantes que en secreto se acercan al nicho para dejar una carta de amor; los rostros descompuestos por obligación el día de los difuntos mutan en gestos de curiosidad al pasear entre las tumbas, mientras comentan los lemas pintorescos de las lápidas o la mixtificación de las flores de plástico, un quiero y no puedo del cariño y el recuerdo. En los últimos tiempos, sin embargo, le tiene especialmente molesto la costumbre generalizada de llamar por teléfono a los muertos. A la caída de la tarde supone el sepulturero que los deudos llegan a casa del trabajo, cansados y envueltos en una capa de melancolía que acaba por confundirse con el atardecer. En ese preciso momento de confusión entre lo real y lo deseado, los alegres politonos comienzan a sonar en el cementerio. Sabe que en la mayoría de las ocasiones no hay contestación, pero más de una y dos veces ha sido capaz de cazar retazos de conversaciones en voz muy baja, para no molestar a quienes descansan en el olvido y la soledad, supone: "he recogido a los niños del colegio y llovía"; "Arturo, el de la cartería, se

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ha pedido unos días de vacaciones y se va al Caribe"; "Julita ya tienen novio, pero no me gusta la pinta que tiene; vamos a ver si no la hace una desgraciada"; "han llamado los del seguro"; "hay que arreglar la gotera del garaje"; "te echo de menos, ojalá volvieses, aunque sea por un par de días". Ha aprendido el enterrador a aceptar la nueva situación como parte del tránsito hacia el más allá: los vivos se niegan a la ruptura definitiva e intentan defenderse del sufrimiento manteniendo un simulacro de normalidad; los difuntos, por su parte, no han asumido todavía su nueva condición de cadáveres. Lo que no termina de comprender el sepulturero es por qué su teléfono ha de ser recargado cada día, mientras que las baterías de estos otros parecen eternas.

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84 S oluc i one s si m p l es Nunca me he sentido capacitado para gestionar como se debe el funcionamiento y la organización doméstica. Esa es la razón por la que a lo largo de los años he recurrido a todo tipo de estrategias, subterfugios y demás argucias del intelecto perezoso que, en la mayoría de las ocasiones, no han hecho más que retrasar la inevitabilidad de una sesión sabatina de plancha o causar el sufrimiento innecesario de unos intestinos ya de por sí delicados. Mi actitud -y por qué no decirlo, aptitud también- me determinó hace ya algún tiempo a buscar soluciones drásticas a una situación personal comprometedora. Sumergido como estaba en un mar de papeles, fui a dar con las instrucciones aportadas por Paracelso y creé un ridículo homúnculo de no más de treinta centímetros. El pobre se esforzaba cuanto podía, pero su escaso tamaño y lo limitado de su pensamiento racional entorpecía la productividad. Demostrado el fracaso de este primer intento, me lancé de cabeza a la senda que en su día marcó el rabino Löw. El golem que fabriqué con arcilla me quedó muy bonito y de buen tamaño. Era obediente y capaz, pero aburrido y bastante estúpido. No tenía ni una pizca de conversación y entre mis

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necesidades no solamente se cuenta la fuerza de trabajo, sino también ese plus añadido que da la compañía y el enriquecimiento mutuo que nace del contacto humano. Lo rompí en mil pedazos un día en que se negó, quizás por desconocimiento de la materia, a continuar las impresiones que le había manifestado sobre la derrota napoleónica y su responsabilidad en el retraso que la idea de igualdad había sufrido en Europa Central. Con la arcilla de su cuerpo fabriqué ceniceros y algún jarrón con que decorar la sobriedad del salón-comedor. Aunque no venga al hilo de la historia, quiero dejar constancia de que algo del desdichado golem sigue conmigo, pues su cabeza, salvada milagrosamente del ataque de justa ira, forma un hermoso conjunto decorativo sobre la repisa de la chimenea. Con los años he aprendido a apreciarla en lo que vale, así como a aceptar la capacidad que atesora de atraer la atención de las visitas con ese movimiento tan natural de ojos y párpados que ha conservado. Tras el fallido intento del golem barajé la posibilidad de emular al mismo Dios y dotar de vida la carne muerta, aunque deseché pronto la idea por no poner perdido el garaje donde entretengo mis veleidades de bricolagista. También, si he de ser sincero, contribuyó a la desestimación de la medida una cuestión de pura pereza. De haberlo creado me hubiese visto enfrascado en un penoso proceso educativo sin garantías de éxito final y los tiempos que corren no están como para dilapidar energías en actuaciones que se saben condenadas al fracaso. No hace mucho he encontrado el camino definitivo para la solución de mis problemas domésticos. He esclavizado a un inmigrante perfectamente ilegal. Hace el trabajo que se le encomienda sin queja, conversa, está dotado de un hermoso cuerpo que gusta observar en las frías noches invernales y ante los vecinos queda de lo más chic. Le he llamado Stico, como en la película de Jaime de Armiñán. Tiene, también, un muy relevante don de lenguas y creo que un doctorado.

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85 Crecer Hoy hemos salido al patio con los bolsillos bien cargados de kriptonita para que Superman se vuelva débil y no tenga fuerzas para castigar nuestras fechorías. Estas piedras que hemos conseguido casi por casualidad nos convierten en inmunes, así que todos los niños nos miran con respeto y cara de miedo. Ya no jugamos con nadie, sólo paseamos de aquí para allá, con caras muy serias, mirando con ferocidad a quienes se nos cruzan. A veces damos una colleja; otras robamos bocadillos, como hemos hecho esta mañana.

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86 A dole sc e nc i a Perdi贸 la inocencia en los sillones de la barber铆a. Nunca se sinti贸 tan pleno como entre aquellas revistas repletas de cuerpos imposibles.

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87 U n e x t r aĂąo Bajo la pelambrera yacĂ­a un hombre. Lo enterraron en la intimidad: asistiĂł el barbero, causante del deceso, y algunos habituales desocupados.

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88 C i c lo Se rapó al cero, cogió su fusil, sembró de cadáveres las trincheras de Verdún, cogió frío ese invierno, volvió a la barbería, se rapó al cero.

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89 N ost algi a Cada mes, el hombre calvo visita la barberĂ­a. AllĂ­ simulan un arreglo capilar, ungen su cabeza con esencia y barren del suelo su nostalgia.

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90 E sc ándalo Allí se enteró de las relaciones ocultas que mantenía la esposa del pescadero. Comprendió que el persistente olor debía ser la causa.

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91 E l m om e nt o p r e cis o Descargado por arriba, cuello recto, patillas finitas y marcas la perilla. Al instante fue degollado. Hay dĂ­as que no se estĂĄ para tonterĂ­as.

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92 S osp e c has funda d a s Tenía la mirada perdida y un extraño brillo entre los dientes. Los labios temblaban de ira. ¿Cómo será el afeitado?, fue lo último que oyó.

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93 E x c usas El microcuentista lleva ya un tiempo sin encontrar historias adecuadas. En vez de perseverar, busca excusas tranquilizadoras: la tensión del trabajo que lo alimenta, las ansias de agradar, la sangre en la orina que descubrió hace algunas semanas. Cuando ya no puede soportar más la sensación de fracaso, abandona la escritura y lee. Vuelven así los argumentos y los personajes que se enroscan en piernas y manos para reclamar el esfuerzo que les permita nacer en una trama. El autor ¡qué frágil!- retoma la escritura. Una historia y otra y otra, hasta que la fuente de ideas termina por agotarse de nuevo. Entonces piensa que quizás se deba a la difícil coyuntura que atraviesa la humanidad, a la imposible difusión de su obra, al intenso dolor que siente en el hígado.

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94 L a fue nt e ¿A dónde vas, Gilgamesh? La vida que tú buscas nunca la encontrarás. Poema de Gilgamesh.

El azar, o quizás una maldición, me arrojó contra la Fuente de la Vida. De ella bebí el agua milagrosa que abría la puerta de la inmortalidad. Pasaron el tiempo y las generaciones. Hombres sucedían a hombres hasta que el Sol se apagó. La humanidad ha desaparecido sin llegar a ser más que un fogonazo en la oscuridad. No hay ya signo de vida sobre esta roca, náufraga en un océano de soledad. Tengo hambre y sed. Hace frío.

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95 A d c ale ndas Nunca estaba al día. Quiso declarar su amor por San Valentín y acabó azotando hembras en las Lupercales.

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96 E g o sum Te amo, dijo mientras entregaba una flor a las aguas del r铆o. La imagen silenciosa se estremeci贸. Narciso era demasiado insistente.

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97 C ar p e di e m , que r id a - Todo esto es muy hermoso, pero maĂąana quĂŠ. - MarchitarĂĄ la rosa el viento helado, supongo.

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98 P lac e r y ne g oc i o s "Morirรกs como un perro, Bugsy Moran", piensa Scarface al comprar el ramo de flores que entregarรก esa noche a Mae Josephine.

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99 C lar i dad de c onc ept o s Es un transgresor nato y por San ValentĂ­n mezcla el placer con los negocios: a la esposa, flores; ropa interior negra para la secretaria.

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1 00 D e t alle s El viejo Jack es un sentimental. Por eso se viste con una flor y una sonrisa cuando pasea en las frĂ­as noches de febrero, en Whitechapel.

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1 01 L i r i sm o c ulp abl e En un ataque de debilidad impropia de él, el microcuentista se puso lírico. Con una pirueta, un haiku nació en la palma de su mano: Para abrazarte no he bajado al infierno, sino a la tarde. Al instante, truenos y centellas estallaron en el cielo para enmarcar el advenimiento de Pantagruel, sicario vengador a sueldo de los demonios narrativos. El gigante afeó la conducta del cuentista traidor y lo devoró. Justo en el momento en que era deglutido, otro poema afloraba en la comisura de sus labios: Olor a espliego; entre abrazos partidos...

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Esta recopilaciĂłn de las primeras ciento una historias de El Blog Oculto fue terminada una ventosa noche de febrero de 2011, mientras el murmurar de los receptores de radios del vecindario repetĂ­a las mismas palabras vacĂ­as.



El Blog Oculto http://capiroba.blogalia.com


J OSÉ M ª G ONZÁLEZ -S ERNA S ÁNCHEZ

DEFLAGRACIÓN INMINENTE (101 HISTORIAS) PUBLICACIONES DE EL BLOG OCULTO SEVILLA, 2011


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