1984

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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. mucho de cobrar los cuatro dólares. Winston comprendió que se habría contentado con tres e incluso con dos. —Arriba tengo otra habitación que quizás le interesara a usted ver —le propuso—. No hay gran cosa en ella, pero tengo dos o tres piezas... Llevaremos una luz. Encendió otra lámpara y agachándose subió lentamente por la empinada escalera, de peldaños medio rotos. Luego entraron por un pasillo estrecho siguiendo hasta una habitación que no daba a la calle, sino a un patio y a un bosque de chimeneas. Winston notó que los muebles estaban dispuestos como si fuera a vivir alguien en el cuarto. Había una alfombra en el suelo, un cuadro o dos en las paredes, y un sillón junto a la chimenea. Un antiguo reloj de cristal, en cuya esfera figuraban las doce horas, estilo antiguo, emitía su tic—tac desde la repisa de la chimenea. Bajo la ventana y ocupando casi la cuarta parte de la estancia había una enorme cama con el colchón descubierto. —Aquí vivíamos hasta que murió mi mujer —dijo el vendedor disculpándose. Voy vendiendo los muebles poco a poco. Ésa es una preciosa cama de caoba. Lo malo son las chinches. Si hubiera manera de acabar con ellas... Sostenía la lámpara lo más alto posible para iluminar toda la habitación y a su débil luz resultaba aquel sitio muy acogedor. A Winston se le ocurrió pensar que sería muy fácil alquilar este cuarto por unos cuantos dólares a la semana si se decidiera a correr el riesgo. Era una idea descabellada, desde luego, pero el dormitorio había despertado en él una especie de nostalgia, un recuerdo ancestral. Le parecía saber exactamente lo que se experimentaba al reposar en una habitación como aquélla, hundido en un butacón junto al fuego de la chimenea mientras se calentaba la tetera en las brasas. Allí solo, completamente seguro, sin nadie más que le vigilara a uno, sin voces que le persiguieran ni más sonido que el murmullo de la tetera y el amable tic—tac del reloj. —¡No hay telepantalla! —se le escapó en voz baja. —Ah —dijo el hombre. Nunca he tenido esas cosas. Son demasiado caras. Además no veo la necesidad... Fíjese en esa mesita de aquella esquina. Aunque, naturalmente, tendría usted que poner nuevos goznes si quisiera utilizar las alas. En otro rincón había una pequeña librería. Winston se apresuró a examinarla. No había ningún libro interesante en ella. La caza y destrucción de libros se había realizado de un modo tan completo en los barrios proles como en las casas del - 78 -


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