1984

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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. —Los proles no so seres humanos dijo—. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... sólo existirán en versiones neolingüístcas, no sólo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan como el de «la libertad es la esclavitud» cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia. De pronto tuvo Winston la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiado inteligente. Lo ve todo con demasiada claridad y habla con demasiada sencillez. Al Partido no le gustan estas gentes. Cualquier día desaparecerá. Lo lleva escrito en la cara. Winston había terminado el pan y el queso. Se volvió un poco para beber la terrina de café. En la mesa de la izquierda, el hombre de la voz estridente seguía hablando sin cesar. Una joven, que quizás fuera su secretaria y que estaba sentada de espaldas a Winston, le escuchaba y asentía continuamente. De vez en cuando, Winston captaba alguna observación como: «Cuánta razón tienes» o «No sabes hasta qué punto estoy de acuerdo contigo», en una voz juvenil y algo tonta. Pero la otra voz no se detenía ni siquiera cuando la muchacha decía algo. Winston conocía de vista a aquel hombre aunque sólo sabía que ocupaba un puesto importante en el Departamento de Novela. Era un hombre de unos treinta años con un poderoso cuello y una boca grande y gesticulante. Estaba un poco echado hacia atrás en su asiento y los cristales de sus gafas reflejaban la luz y le presentaban a Winston dos discos vacíos en vez de un par de ojos. Lo inquietante era que del torrente de ruido que salía de su boca resultaba casi imposible distinguir una sola palabra. Sólo un cabo de frase comprendió Winston «completa y definitiva eliminación del goldsteinismo»—, pronunciado con tanta rapidez que parecía salir en un solo bloque como la línea, fundida en plomo, de una linotipia. Lo demás era sólo ruido, un cuac—cuac—cuac, y, sin embargo, aunque no se podía oír lo que decía, era seguro que se refería a Goldstein acusándolo y exigiendo medidas más duras contra los criminales del pensamiento y los saboteadores. Sí, era indudable que lanzaba diatribas contra las atrocidades del ejército eurasiático y que alababa al Gran Hermano o a los héroes del frente malabar. Fuera lo que fuese, se podía estar seguro de que todas sus palabras eran ortodoxia pura. Ingsoc cien por cien. Al contemplar el rostro sin ojos con la

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