1984

Page 113

www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. —¿Qué? —Que mañana no podré ir. La primera reacción de Winston fue de violenta irritación. Durante el mes que la había conocido la naturaleza de su deseo por ella había cambiado. Al principio había habido muy poca sensualidad real. Su primer encuentro amoroso había sido un acto de voluntad. Pero después de la segunda vez había sido distinto. El olor de su pelo, el sabor de su boca, el tacto de su piel parecían habérsele metido dentro o estar en el aire que lo rodeaba. Se había convertido en una necesidad física, algo que no solamente quería sino sobre lo que a la vez tenía derecho. Cuando ella dijo que no podía venir, había sentido como si lo estafaran. Pero en aquel momento la multitud los aplastó el uno contra el otro y sus manos se unieron y ella le acarició los dedos de un modo que no despertaba su deseo, sino su afecto. Una honda ternura, que no había sentido hasta entonces por ella, se apoderó súbitamente de él. Le hubiera gustado en aquel momento llevar ya diez años casado con Julia. Deseaba intensamente poderse pasear con ella por las calles, pero no como ahora lo hacía, sino abiertamente, sin miedo alguno, hablando trivialidades y comprando los pequeños objetos necesarios para la casa. Deseaba sobre todo vivir con ella en un sitio tranquilo sin sentirse obligado a acostarse cada vez que conseguían reunirse. No fue en aquella ocasión precisamente, sino al día siguiente, cuando se le ocurrió la idea de alquilar la habitación del señor Charrington. Cuando se lo propuso a Julia, ésta aceptó inmediatamente. Ambos sabían que era una locura. Era como si avanzaran a propósito hacia sus tumbas. Mientras la esperaba sentado al borde de la cama volvió a pensar en los sótanos del Ministerio del Amor. Era notable cómo entraba y salía en la conciencia de todos aquel predestinado horror. Allí estaba, clavado en el futuro, precediendo a la muerte con tanta inevitabilidad como el 99 precede al 100. No se podía evitar, pero quizá se pudiera aplazar. Y sin embargo, de cuando en cuando, por un consciente acto de voluntad se decidía uno a acortar el intervalo, a precipitar la llegada de la tragedia. En este momento sintió Winston unos pasos rápidos en la escalera. Julia irrumpió en la habitación. Llevaba una bolsa de lona oscura y basta como la que solía llevar al Ministerio. Winston le tendió los brazos, pero ella apartóse nerviosa, en parte porque le estorbaba la bolsa llena de herramientas. —Un momento —dijo—. Deja que te enseñe lo que traigo. ¿Trajiste ese asqueroso café de la Victoria? Ya me lo figuré. Puedes tirarlo porque no lo necesitaremos. Mira.

- 113 -


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.