Tirarse a Cenicienta

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Aída Wizard dice: Porque en realidad no entró solo. Aída Wizard vio cómo ese señor era abordado en la puerta del local por una mujer que ya estaba allí antes, esperando. Puede que a él o a cualquier otro.

—Sí, merodeé un par de veces por la puerta del tugurio, sin atreverme a entrar. —¿Solo? —¿A quién iba a proponérselo, a ti? —Pero al final entraste, ¿con quién? —Apareció una chica. —¿Qué quieres decir con que apareció? —Me tocó el brazo, en la acera. Me di la vuelta y la miré. Baja, muy delgada, levemente árabe, bellísima. Temblaba. Hacía frío y aquella chica sólo llevaba puesto un vestido de tirantes, muy sencillo pero exquisito, caro. Parecía una niña a la que hubieran vestido de mujer para una sesión de fotos guarras. —Y te habló, o le hablaste. —No, no. Se acercó un paso con la mano levantada hasta tocarme la cara con el envés de los dedos, me acuerdo de este detalle. Y sonrió. Sus dientes eran blanquísimos. Como si fueran nuevos y sin estrenar. Yo también sonreí y entonces ella se puso a mi lado, siempre mirándome fijamente, y me cogió del brazo. Empezamos a caminar. Quise cogerle la 14


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