Misery

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Paul quería que Tony quedase impune tras el asesinato, al menos por un tiempo, porque no podía haber tercer acto si Tony estaba a la sombra. A pesar de ello, Tony no podía dejar a Gray sentado en el cine con el mango de una navaja sobresaliéndole de la axila izquierda, porque al menos tres personas sabían que Gray había ido a buscar a Tony. El problema era cómo disponer del cuerpo, y Paul no hallaba el modo de resolverlo. Era un atasco. Era un juego. Era que Careless acaba de matar a ese tío en un cine de Times Square y ahora tiene que meter el cuerpo en su coche sin que nadie le diga: "Eh, señor, ¿está ese hombre tan muerto como parece, o sólo ha sufrido un ligero ataque?" Si logra meter el cuerpo de Gray en el coche, puede llevarlo a Queens y tirarlo en un edificio abandonado que conoce. ¿Paulie? ¿Puedes? No tenía un tiempo límite de diez segundos, por supuesto, no tenía un contrato por el libro, lo había escrito a ver qué salía y no tenía que preocuparse, por lo tanto, de fechas de entrega. Sin embargo, siempre había una fecha límite, un tiempo más allá del cual había que dejar el círculo, y la mayoría de los escritores lo sabían. Si un libro se quedaba atascado demasiado tiempo, empezaba a degenerar, a caerse en pedazos, todos los pequeños trucos e ilusiones se notaban. Se había ido a dar un paseo sin pensar en nada, por encima de su mente, lo mismo que ahora. Había caminado más de cuatro kilómetros antes de que alguien le enviase una luz desde el taller de abajo: Inspirado. ¡Eureka! ¡Mi musa ha hablado! La idea de Automóviles veloces le había llegado un día en la ciudad de Nueva York. Había salido sin otra cosa en la mente que comprar un video para su casa de la Calle 83. Al pasar por un parking, vio a un empleado tratando de abrir un coche con un punzón. Eso fue todo. No sabia si aquello era licito o no y tres o cuatro manzanas más allá dejó de importarle. El empleado se había convertido en Tony Bonasaro. De Tony ya lo sabía todo menos el nombre, que luego sacó de la guía telefónica. La mitad de la historia ya estaba hecha en su mente, y las restantes piezas iban encajando rápidamente en su sitio. Se sentía excitado, feliz, casi borracho. La musa había llegado, tan bienvenida cómo un cheque inesperado en el correo. Había salido a comprar un video y había conseguido en cambio algo mucho mejor. Había TENIDO UNA IDEA. Ese otro proceso, TRATAR DE TENER UNA IDEA, no era en modo alguno tan elevado ni tan exaltante, pero si era igual de misterioso..., e igual de necesario. Porque cuando uno escribía una novela, casi siempre se atascaba en alguna parte y no tenía sentido esforzarse por continuar hasta que TUVIESE UNA IDEA. Cuando necesitaba tener una idea, su procedimiento habitual era ponerse el abrigo y salir a dar un paseo. Si no necesitaba la idea, se llevaba un libro. Reconocía que el paseo constituía en sí mismo un buen ejercicio, pero era aburrido. El libro se hacía imprescindible si no tenía a nadie con quien hablar mientras caminaba. Pero si lo que necesitaba era que le viniera una idea, el aburrimiento podía tener en una novela empezada el mismo efecto que la quimioterapia en un paciente de cáncer. Imagina que provoca un fuego en el cine, Eso parecía utilizable. No tenía sensación alguna de vértigo ni verdadero sentimiento de inspiración. Se sentía cómo un carpintero mirando un trozo de madera que podía servirle

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