LA BIBLIA EN ESPAÑA
195
tenido tiempo de examinar detenidamente de pies a cabeza a mi singular compañero. Su estatura, estirándose todo lo posible, quizás hubiera llegado a cinco pies y una pulgada, pero el hombre tenía cierta tendencia a encorvarse. La naturaleza le había dotado de inmensa cabeza, poniéndosela a ras de los hombros, porque entre las piezas que entraron en su composición faltó, por lo visto, un cuello. los lados se balanceaban unos brazos largos y musculosos. Era, en conjunto, de armazón tan fuerte y sólida como la de un atleta. Sus piernas eran cortas, pero muy ágiles, y su rostro, largo, largo, hubiera
A
guardado
remota semejanza con un a no haber la boca tuerta y los anchos ojos parados usurpado su sitio natural a la nariz, que era casi invisible. Su vestido se componía de tres prendas: sombreio portugués, ancho de copa y angosto de alas, viejo y andrajoso; una especie de camisa y unos calzones de tela burda. Quise trabar conversación con él, y, recordando lo que el alquilador me había dicho, le pregunté en inglés si había trabajado siempre en el oficio de guía. Al oírme volvió los ojos hacia mí con expresión singular, y clavándomelos en el rostro soltó una risotada, dio un salto y palmoteo tres veces por encima de su cabeza. Comprendí que no me había
rostro
cierta
humano
entendido; repetí la pregunta en francés, y me respondió de nuevo con la risa, el salto