Relatos con ánimo de péndulo

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hasta que se fueran. Cuando se fueron, me senté en el banco con la esperanza de volver a ver a aquella mujer encorvada con su bastón. No tuve que esperar mucho, pues apareció casi al instante. Una vez sentados nos pusimos a hablar y no pude evitar preguntarle sobre esa peculiar forma de hablar, a lo que ella me respondió: —¿Mi forma de hablar te parece extraña? —Más bien me parece interesante. —Me alegro de que te guste. Me dediqué a eso durante mucho tiempo. —¿A qué? —A contar historias. En mi juventud yo era periodista en una revista nacional donde tenía que hacer todo tipo de entrevistas y artículos. —¡Wow! Eso es increíble. —Bueno, estuve durante veinte años viajando por todo el mundo, entrevistando a todo tipo de personas célebres, pero no fue hasta que adopté a mi hija Alicia cuando me di cuenta de que me dediqué solo a trabajar y me olvidé de lo más importante: vivir. Así que volví a mi casa y rehíce mi vida; empecé a trabajar en un periódico local, con el dinero que ahorré me compré una casa y me dediqué a cuidar de mi hija. —Vaya, nunca lo hubiera imaginado, ha tenido una vida de película. —La verdad es que sí. —¿Podría contarme alguna historia sobres sus viajes? —le dije ansioso. Ella me habló de cuando estuvo en Egipto cubriendo una noticia sobre unos nuevos hallazgos o cuando estuvo entrevistando a Indira Gandhi, la que fue primera ministra en la India.

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