Correo Del Sur No 478

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2 Domingo 7 de febrero de 2016

CORREO del SUR

Adolfo Sánchez Rebolledo, ‘in memoriam’ Jaime García Chávez/La Jornada

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l 7 de febrero fue un día triste por la muerte de Adolfo Sánchez Rebolledo. Nacido en México en 1942, dedicó su vida desde sus tiempos muy tempranos a militar en la izquierda, en la dualidad de hombre de acción y de pensamiento. Estudió antropología en la ENAH y estuvo presente por más de medio siglo en organizaciones que van desde la Juventud Comunista hasta el PRD, del cual renunció a pocos años de su fundación; intermedia a esa militancia, estuvo en el Movimiento de Acción Política, en el PSUM y el PMS, en los cuales ocupó merecidos cargos de dirección y fue un periodista notable en las históricas revistas Punto crítico y Solidaridad, la publicación del sindicalismo nacional revolucionario que encabezó Rafael Galván. Librero y coeditor de Cuadernos políticos, publicada por ERA, contribuyó durante varios años a dotar de un espacio de reflexión, notable por su profundidad y prestigio, tanto a los socialistas como a los demócratas, a los marxistas como a los historiadores de los movimientos sociales a partir de los años 70. Fue hijo del distinguido filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, nacido en España en 1915, republicano militante que llegó exiliado a México en 1939, siendo uno de los transterrados que le prodigaron al país enormes bienes en todos los ámbitos de la cultura, don Adolfo, en especial, en el campo del marxismo, la filosofía, la poesía, la estética y la traducción. Adolfo, sin duda, vivió al lado de su admirado padre momentos envidiables para una sólida formación, que una vez adquirida se tradujo en generosas contribuciones para un cambio indispensable que la nación requería entonces, y ahora más que nunca. No es retórico: A Adolfo Sánchez Rebolledo se le va a extrañar. Lo conocí en el año de 1972. Él y otros de sus compañeros (Rolando Cordera Campos, Pablo Pascual, José Woldenberg, Alejandro Álvarez, Roberto Castañeda, Raúl Álvarez Garín –que llegó con las manos cargadas de gruesos volúmenes conteniendo Los procesos de México 68–, Rosa Elena Montes de Oca, Arnaldo Córdova, quizá olvide a algunos) vinieron por la experiencia de las luchas populares y estudiantiles que surgieron ese año aquí en Chihuahua. De boca de él supimos de un gran pensador, Carlos Pereyra, cuya vida truncada tempranamente fue una pérdida muy grande. Nos trajo apoyo, aliento y nos motivó a tener un horizonte mucho más vasto en el terreno del pensamiento crítico, en particular del marxismo contemporáneo, sugiriendo lecturas obligadas, algunas que aparecían ya en Cuadernos políticos. Fue Sánchez Rebolledo y todos los que nos dieron la mano, testigos de nuestros aciertos, nuestras derrotas, y siempre amigos entrañables. Recuerdo que Cuadernos políticos abrió sus páginas a Víctor Orozco y a Rogelio Luna Jurado; el primero con un ensayo sobre el Comité de Defensa Popular –el que fue, no el que devino en negocio de mercernarios–; el segundo, ensayo también, recogió la experiencia sindical de la lucha magisterial en Chihuahua, en especial de la Sección 8 del SNTE, pero que desde luego rebasa con mucho una simple visión localista del tema. Antes, la revista Punto crítico de la que fue director, dio cuenta de lo que sucedía en Chihuahua, y hoy, junto con el periódico El Martillo, es fuente obligada para el examen de aquellos años cargados de claroscuros. Hasta su muerte, Adolfo fue un columnista de obligada lectura en el periódico La Jornada y coordinó Correo del Sur, suplemento dominical de La Jornada Morelos, que fue tribuna para ventilar temas del acontecer chihuahuense. Sus últimos años los vivió precisamente en Jiutepec, en el estado de Morelos, cuna del zapatismo.

Fito, como se le conocía con afecto, publicó hacia fines de 2014, una especie de summa de su pensamiento; lo llamó, con modestia, La izquierda que viví, el instante y la palabra, un volumen de más de 600 páginas que nos dan cuenta de la hondura de su pensamiento y las búsquedas que inició, seguro de que otros alcanzarían las metas en una profunda aventura del pensamiento, así porque, a final de cuentas, practicó un escepticismo muy propio de quienes hacen de la crítica una poderosa arma para asequir al pensamiento vivo. Conservo como una joya en mi biblioteca ese libro, por lo que contiene y, de manera íntima, por la afectuosa dedicatoria que me hizo llegar de su puño y letra; en ella me dice: “Va este testimonio de la época que nos tocó vivir. Sé que la historia está por construirse. Ojalá la escribamos todos, juntos”. En pocas palabras, siempre se reveló como el hombre que sin negar las individualidades sabía que no habría obra perdurable sin el concurso solidario de todos, en especial los de abajo, los estudiantes, los campesinos, los obreros, los indígenas, y todos los que padecen la opresión, aquí y en el mundo. En la coyuntura que vive Chihuahua, cuadra bien recordar de este libro un texto publicado en la revista Nexos hacia noviembre de 2006. Se trata de Historias incompletas sobre el miedo. En él reflexiona brillantemente sobre el entramado de la derecha, constructora de mentiras ideológicas que desmienten vocaciones genuinamente democráticas. Nos narra la frase “un peligro para México”. Desde luego no se trata, porque ese nunca fue el talante del pensador fallecido, de una apología del lopezobradorismo, sino de la denuncia puntual de cómo se envenena la vida pública, distorsionando la lucha de los contrarios en la arena de la competencia electoral. Es un texto a tomar en cuenta a esta hora de Chihuahua, precisamente cuando un arquitecto de esa impostura se quiere convertir en gobernador del estado con el patrocinio de una plutocracia que no ve más allá de los estados financieros de sus empresas. Cómo contrasta en la historia la presencia de un hombre generoso como Fito, que observó momentos de nuestras vidas (ya mencioné unos), como el Asalto al Cuartel de Madera en 1965 y el papel que jugaron revolucionarios de la talla de Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez. En la introducción a la summa de su pensamiento nos recordó, a través de Claudio Magris y, con pertinencia completa, la visión de don Adolfo Sánchez Vázquez, su padre, en un punto que es encuentro y partida en la vida de un pensador revolucionario: la utopía. Recordando a Magris, subraya que “la utopía que se ve a sí misma como solución final, es falsa, lo mismo en el terreno social que en el individual”. De ahí sobreviene la reflexión sobre El Quijote y Sancho Panza, y precisamente en ese punto Fito le concede la palabra a su padre, a final de cuentas su propia palabra: “La utopía es tan necesaria e insoslayable como la aspiración humana a una vida mejor, más digna, más libre, más justa y más igualitaria. Tan necesaria e imperiosa e indispensable que, como demuestra el ingenioso hidalgo cervantino, merece correr los riesgos, obstáculos que hay que correr al realizarla (…) esta utopía necesaria para trascender el mundo existente y vivir una vida mejor, será una locura si no toma en cuenta la realidad que se pretende transformar”. Eso fue Fito, una vida entregada a comprender una realidad para cambiarla. Aquí está el eco de aquella tesis: Los filósofos no han hecho más que interpretar... Hacia la izquierda, hacia el socialismo. Por eso valen para él las palabras del poeta Víctor Hugo: en cualquier lugar, pero sobre todo por encima de las tinieblas. El domingo fue un día triste, no era para menos. Hasta siempre, querido Fito.

Eugenia Huerta

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s muy probable que yo sea una de las amigas más antiguas del festejado y debo confesar que escribo estas líneas con un gran temor: el temor de que Fito me corrija fechas, nombres, lugares, adscripciones políticas y demás, gracias a su prodigiosa memoria que todos envidiamos. Por ello te ruego, querido Fito, que leas esto como un breve recuento, por demás cariñoso, de algunos recuerdos de lo que hemos compartido. Debe de haber sido en 1958 ó 1959 cuando empezamos a vernos en casa de la familia Rojas Proenza, donde se reunían jóvenes hijos de refugiados españoles muy cercanos al Partido Comunista Mexicano. Yo estaba ahí por la amistad de mis padres, Mireya Bravo y Efraín Huerta, con Cachita Proenza y Jorge Rojas; ella, vieja luchadora contra la tiranía de Machado en Cuba junto con sus hermanas Tere, Juana Luisa y Rita. Supongo que gracias a ellas, a la política y a la literatura, tam-

bién por esas épocas conocimos a otros asilados cubanos permanentes o en tránsito: Nicolás Guillén, Blas Roca, Juan Marinello, Mercedes y Julio Le Riverend… En la sala de la casa de Pánuco 150 nos reuníamos de vez en cuando a hablar de política, a cantar las canciones de la Guerra Civil española, a comentar los libros que estábamos leyendo o alguna película en cartelera y a ver intentar bailar hopak a José Luis Cerrada, acompañado al acordeón por Jorge Ballester, ante el asombrado “público” compuesto, entre muchos más, por Max Rojas Proenza, Fito, Antonio Gazol, Carlos el Gordo Vidali, Lourdes Patiño, Ricardo Vinós, el inolvidable José María Vidal Torri, Federico y Mariano Sánchez Ventura, Carlos Tuti Pereyra, Sergio Pitol… Según recuerda Lourdes, las conversaciones más largas giraban en torno a la organización de un grupo político y se discutía durante horas si se llamaría Frida Kahlo, Julius Fucik o Avance. De ahí surgieron el Movimiento América Latina, la célula Quinto Regimiento

Poeta y cam Rolando Cordera Campos

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n los primeros años sesenta, muchos de los hoy setentones alojados en las aulas universitarias nos asomamos a la izquierda y con ella a la cultura de la época, que quería decir muchas novelas, cineclubes de cine negro, westerns, la nueva ola francesa y, desde luego, el deslumbrante despliegue de creatividad de los italianos, con Fellini y Visconti a la cabeza. Para los de Ciudad Universitaria fueron los cineclubes de Economía y Ciencias o el CUC y, por supuesto, el Cine Debate del Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras, los receptáculos de este despertar. Fueron estos, años preparatorios para la formidable explosión de gusto y protesta, narcisismo y hasta iconoclasia con que a partir del 68 se cerró una época. Para mí, ese año axial, como lo bautizara Octavio Paz, fue más bien un nuevo inicio. Fue también el arranque de mi profunda y entrañable amistad con Adolfo Sánchez Rebolledo, reconvertida y reproducida con amplitud a lo largo de los años gracias a una férrea complicidad política y festiva, de progresivo y asiduo culto a la alta frivolidad, salpicada durante largo rato por los buenos vinos y la mejor comida, los viajes de agitación, propaganda y trabajo profesional y de disfrute y dolce far niente en las playas de Manzanillo. Supe de Fito desde los principios de aquella década, y empecé a tratarlo de cerca gracias a la siempre generosa intermediación de Carlos Monsiváis y Óscar González. Fue Carlos quien nos llevó a oír a Silvia Caos en el bar del hotel Beverly, cuando Fito quiso conven-

cernos de que lo único que le importaba era ser novelista famoso. A mí todavía me hacía cosquillas tamaña pretensión, pero abrumado por la retórica fitiana y la severa mirada de Carlos opté por disfrutar los boleros de Silvia y defender el proyecto de la revista Nueva Izquierda, con el cual un grupo de estudiantes de las facultades de Ciencias Políticas, Filosofía y Economía pretendíamos nada menos que dejar atrás el adocenamiento de la izquierda realmente existente, hegemonizada en la Universidad Nacional Autónoma de México por el Partido Comunista, y en el país por el nacionalismo progresista del cardenismo, ambos articulados por la Revolución cubana, cuya defensa nos unificaba entonces a todos. Fito era un implacable crítico de nuestro desplante heterodoxo, que se alimentaba de la lectura rápida de C. Wright Mills, de la breve experiencia militante de algunos de los que hacían cabeza en el proyecto, como Margarita Suzán, Daniel Molina y Ricardo Valero, y de la condescendencia de Óscar y Carlos, quienes solo querían inyectar oxígeno juvenil a una izquierda demasiado proclive a la rutina y el culto de las inercias. No hubo tiempo para debatir esas coordenadas y propósitos, y la revista únicamente llegó al número tres. Por lo demás, la fatalidad del ciclo de formación profesional se impuso en algunos de nosotros luego de la rica experiencia de la política estudiantil de izquierda, reducida a tres o cuatro facultades y una o dos prepas. Fito, por su parte, transitó de Economía, por cuyos pasillos había merodeado, a El Colegio de México y luego a la Escuela Nacional de


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