La insoportable levedad del ser

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Tomás le devolvió el papel al policía como si le diese miedo tenerlo un segundo más en sus manos. Era casi como si creyera que alguien fuera algún día a buscar en él sus huellas dactilares. En lugar de coger el papel, el hombre del Ministerio extendió con fingida sorpresa los brazos (era el mismo gesto que emplea el Papa para bendecir a las masas desde su balcón): — Pero doctor, ¿por qué me lo devuelve? Quédeselo. Ya lo meditará tranquilamente en su casa. Tomás hizo un gesto de negación con la cabeza, manteniendo pacientemente el papel en la mano extendida. El hombre del Ministerio dejó de imitar al Papa durante la bendición y al fin tuvo que coger el papel. Tomás tenía la intención de decirle con toda energía que no pensaba escribir ni firmar jamás ningún texto de ese tipo. Pero finalmente optó por otro tono. Dijo con suavidad: — No soy un analfabeto. ¿Por qué iba a firmar algo que no he escrito yo mismo? —Bien, doctor, podemos hacerlo al revés. Usted primero lo escribe y después lo revisamos los dos juntos. Lo que ha leído podrá servirle al menos como modelo. ¿Por qué no rechazó enseguida la proposición del policía con toda energía? Seguramente le pasó por la cabeza la siguiente idea Este tipo de declaraciones sirve para desmoralizar a todo el país (ésa es evidentemente la estrategia general de los rusos), pero en su caso la policía persigue probablemente algún objetivo concreto: es posible que estén preparando un proceso contra los redactores del semanario en el que Tomás escribió su artículo. Si eso es así, necesitan la declaración de Tomás como prueba en el juicio y como parte de la campaña de prensa que organizarán contra los redactores. Si ahora se negase tajante y enérgicamente, correría el riesgo de que la policía publicase el texto, tal como estaba preparado, falsificando su firma. ¡Ningún periódico publicaría una rectificación suya! ¡No habría nadie en el mundo que creyese que no lo había ni escrito ni firmado! Comprendió que la gente, al ver a alguien moralmente humillado, se alegraba demasiado como para permitir que sus explicaciones le privaran de su placer. Al darle a la policía esperanzas de que fuera a escribir algún tipo de declaración, había logrado ganar tiempo. Al día siguiente presentó por escrito la dimisión a su puesto. Suponía (correctamente) que en cuanto descendiese voluntariamente al puesto más bajo de la escala social (al que en aquella época habían descendido, por lo demás, miles de intelectuales de otras especialidades), la policía perdería todo poder sobre él y dejaría de ocuparse de su persona. En tales circunstancias no iban a poder publicar una declaración suya, porque carecería de credibilidad. Y es que esas vergonzosas declaraciones públicas van siempre ligadas al ascenso y no a la caída de los firmantes. Pero en Bohemia los médicos son empleados del Estado y el Estado puede admitir o no sus dimisiones. El empleado con el que Tomás trató el tema de su dimisión conocía su nombre y le apreciaba. Trató de convencerlo de que no dejase su puesto. De pronto Tomás se dio cuenta de que no estaba en absoluto seguro de haber decidido correctamente. Pero se sentía ligado a su decisión por una especie de promesa de fidelidad y la mantuvo. Y así se convirtió en limpiador de escaparates.

7 Hace años, al partir de Zurich hacia Praga, Tomás se decía en silencio «es muss sein!» y pensaba entonces en su amor por Teresa. Pero aquella misma noche empezó a dudar de si, en verdad, había tenido que ser: se daba cuenta de que lo que lo había llevado hacia Teresa era sólo una cadena de ridículas casualidades que le habían sucedido siete años atrás (el principio fue el lumbago de su jefe) y de que sólo por esa causa regresaba ahora a una jaula de la que no habría escapatoria. ¿Quiere decir eso que en su vida no hubo ningún «es muss sein!», que no hubo nada realmente ineluctable? Creo que sí lo hubo. No fue el amor, fue la profesión. A la medicina no lo condujo ni la casualidad ni el cálculo racional sino un profundo anhelo interior. Si es posible dividir a las personas de acuerdo con alguna categoría, es de acuerdo con estos profundos anhelos que las orientan hacia tal o cual actividad a la que dedican toda su vida. Todos los franceses son distintos. Pero todos los actores del mundo se parecen, en París, en Praga y en el último teatro de provincias. Actor es aquel que desde la infancia está de acuerdo con pasar toda la vida


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