La insoportable levedad del ser

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fueron terriblemente destruidas en la última guerra, pero sus habitantes volvieron después a edificarlas y reconstruyeron generalmente con todo cuidado los viejos barrios históricos. Los praguenses se sentían acomplejados ante esas ciudades. El único edificio famoso que la guerra les destruyó fue el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja. Decidieron dejarlo en ruinas como eterno recuerdo para que ningún polaco o alemán pudiera echarles en cara que habían padecido poco. Ante las gloriosas ruinas, que debían ser un eterno alegato contra la guerra, habían construido con tubos metálicos la tribuna para alguna manifestación a la que el partido comunista había mandado ir ayer, o mandaría ir mañana, a los habitantes de Praga. Teresa observaba el Ayuntamiento derruido cuando de pronto le recordó a su madre: aquella perversa necesidad de mostrar sus escombros, de vanagloriarse de su fealdad, de mostrar su miseria, de desnudar el muñón de la mano amputada y obligar a todo el mundo a mirarlo. Últimamente todo le recuerda a la madre. Le parece que el mundo de la madre, del que escapó hace diez años, regresa a ella y la rodea por todas partes. Por eso había hablado por la mañana de cuando la madre leyó a la hora del almuerzo su diario íntimo ante la familia divertida. Cuando una conversación privada ante una botella de vino se emite públicamente por la radio, ¿qué explicación puede darse sino la de que el mundo entero se ha convertido en un campo de concentración? Teresa utilizaba aquella palabra desde la infancia cuando quería explicar la impresión que le producía la vida en su familia. El campo de concentración es un mundo en el que las personas viven permanentemente juntas, de día y de noche. La crueldad y la violencia no son más que rasgos secundarios (y no imprescindibles). El campo de concentración es la liquidación total de la vida privada. Prochazka, que no podía charlar tranquilamente con su amigo, junto a una botella de vino, en la intimidad, vivía (¡sin saberlo, ése fue su fatal error!) en un campo de concentración. Teresa vivía en un campo de concentración cuando estaba en casa de su madre. Desde entonces sabe que el campo de concentración no es algo excepcional, digno de asombro, sino, por el contrario, algo dado de antemano, básico, en lo que el hombre nace y de lo que sólo logra huir poniendo en juego todas sus fuerzas.

5 En tres bancos ubicados uno más alto que el otro, en forma de terraza, estaban sentadas las mujeres, tan juntas unas de otras que se tocaban. Al lado de Teresa sudaba una señora de unos treinta años con una cara muy bella. De los hombros le colgaban dos pechos increíblemente grandes, que se balanceaban al menor movimiento. La señora se levantó y Teresa comprobó que su trasero se parecía a dos enormes bolsas y que no guardaba relación alguna con la cara. Es posible que aquella mujer también se mire con frecuencia al espejo, que observe su cuerpo y quiera entrever a través de él su alma, tal como lo intenta Teresa desde la infancia. Seguro que alguna vez ha creído ingenuamente que podría utilizar el cuerpo como reclamo del alma. Pero ¡cuan monstruosa tenía que ser el alma que se pareciera a ese cuerpo, a ese colgador con cuatro bolsas! Teresa se levantó y fue a ducharse. Después salió al exterior. Seguía lloviznando. Se detuvo encima de un tablero de madera bajo el cual fluía el Moldava, eran unos cuantos metros cuadrados en los que una alta valla de madera defendía a las damas de las miradas de la ciudad. Miró hacia abajo y vio en la superficie del río la cara de la mujer en la que había estado pensando poco antes. La mujer le sonreía. Tenía una nariz delicada, grandes ojos castaños y una mirada infantil. Subió por la escalerilla y, bajo el tierno rostro, volvieron a aparecer las dos bolsas que se balanceaban y esparcían a su alrededor pequeñas gotas de agua fría.

6 Entró a vestirse. Estaba ante un gran espejo. No, en su cuerpo no había nada monstruoso. No tenía bolsas colgantes bajo los hombros, sino unos pechos bastante pequeños. La madre se reía de ella porque no eran debidamente grandes, de modo


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