El Sacerdocio en Accion – Relatos sobre el Sacerdocio Aarónico sacados de la revista The New Era.pdf

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pero ya eres una persona mejor por haber ido a disculparte. Durante varios minutos permanecieron callados, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Al fin, el padre rompió el silencio. —¿Te acuerdas de lo que te conté sobre ese muchacho conocido? Fernando asintió con la cabeza. —Bueno, por un tempo se olvidó de aquella muchachita. Pasaron unos años; el fue a la misión y después de regresar empezó la universidad. Y un día la volvió a ver —sonrió, recostó la cabeza en el respaldo del sillón y fijó la vista en el techo—. Había cambiado mucho; le habían sacado el aparato de la boca y ya no usaba anteojos; también el cutis le había mejorado. No parecía la misma chica; es mas, el ni siquiera la reconoció al principio. Después, quería invitarla a salir y no se atrevía, pues temía que le guardara rencor; además, todos los muchachos querían salir con ella. Al fin, reunió todo su valor y la invitó, siempre con la esperanza de que no se acordara de aquella noche de cinco años atrás. Pero, aunque ella lo recordaba muy bien, de todas maneras aceptó la invitación. Mas adelante, cuando ya estaban comprometidos para casarse, le dijo que había aceptado porque la había impresionado mucho el hecho de que el hubiera ido esa noche a disculparse, que se daba cuenta de la entereza que se requería para una acción semejante y eso la había hecho sentir respeto y aprecio por él. Fernando sonrió y miró a su padre con picardía. —Creo que conozco a ese muchacho —le dijo socarronamente. —¿Que muchacho? —le preguntó el padre, fingiendo no darse cuenta. —El muchacho ese que tu "conocías". El padre volvió a sonreír, se puso de pie, se acercó a su hijo y le pasó un brazo alrededor de los hombros, diciendo: —Si, estoy seguro de que lo conoces. Creó que se casó con tu madre. Tomado de la revista New Era de mayo de 1983.

EMOCIONES Terry Nofsinger Los jóvenes parecen gustar de las emociones fuertes, ya sea andar en los juegos de un parque de diversiones, escalar una montaña, andar en motocicleta a toda velocidad u otras por el estilo. A mí también me gustan las emociones fuertes, y deseo contarles dos de las que he disfrutado más en mi vida. Hace muchos años tuve la oportunidad de jugar en una posición importante, en algunos equipos profesionales de fútbol de los Estados Unidos. En un periodo de siete años jugué en tres de los equipos principales del país. La primera de esas emociones la tuve mientras integraba uno de esos equipos, durante un partido de gran importancia. Al principio del juego (yo tenía la pelota), hice la moción de pasarle el balón a un jugador, pero retrocede unos pasos y luego se lo pasó a otro que estaba más cerca y corrió a toda velocidad; el estiró una mano, lo agarró, siguió corriendo hasta la meta e hizo un tanto. Ese pase que hizo el tanto fue muy emocionante para mí, especialmente con 80.000 espectadores gritando desde las gradas. No muchas personas pueden experimentar una emoción semejante en toda su vida. La segunda emoción la tuve después de haberme retirado del fútbol profesional. Un joven se interesó en el evangelio después de algunas conversaciones que los dos hablamos tenido. Yo lo invite a mi casa; el aceptó y fue con su novia y allí los misioneros regulares les enseñaron y ambos se convirtieron a la Iglesia. Tuve la oportunidad de bautizarlos, y un año después vinieron a Salt Lake City. Allí tuve el privilegio de acompañarlos al Templo de Salt Lake, donde se sellaron por esta vida y toda la eternidad. La experiencia de ver a aquellos dos hermosos jóvenes aceptar el evangelio y unirse para siempre en el templo fue una de esas emociones fuertes. Por supuesto, fue diferente de la del pase en el fútbol; y aunque allí, en aquel silencio sagrado, se habían juntado solo unas pocas personas, el momento fue sumamente emocionante. No existe punto de comparación entre la emoción del deporte y la que sentí en el bautismo de los jóvenes, que fue mucho más intensa. Quizás parezca exagerado, porque ahora "vemos por espejo, oscuramente" (1 Corintios 13:12), pero puedo testificar que las emociones más grandes de esta vida se sienten al servir al Señor. Además, es lógico que sea así. ¿Quién se va a acordar de aquel tanto del partido de fútbol? Solo dos personas: yo y el que recibió la pelota cuando se la puse; para ninguna otra persona fue ese pase tan importante que lo recuerde a través de los años.


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