Eleusis

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inferior, en la morada de los bienaventurados que durante su vida fueron iniciados en Eleusis y ahora siguen bailando en los Campos Elíseos. De este m odo el cielo, la tierra y el m undo inferior son arrastrados a la danza. Aquí tocamos un tercer elemento, y quizás el más im portante de la historia, el cual, si suponemos que cada uno de los renegados experi­ m entó en realidad una alucinación, puede perfectamente haber sido su fuente. Este elem ento es la convicción general de que los misterios, con todos sus ritos, incluyendo la procesión con antorchas y la danza, tenían que ser celebrados cuando llegara el m om ento. Eran algo más que un festi­ val com ún y abarcaban el mundo. U na versión posterior del relato mila­ groso, recogida en la vida de Temístocles de Plutarco (15), añade el signo característico del rito secreto, para que nadie suponga que la parte esen­ cial de los misterios no se observaba en esta ocasión. En el mismo m o­ m ento en que se oían los gritos, una luz atravesaba la bahía desde Eleusis: la luz del santuario, la única característica de los misterios que no se m an­ tiene en secreto, sino que se m enciona en casi todos los relatos. El profa­ no podía ser excluido de la procesión, pero el fuego que surgía desde el santuario no podía perm anecer en secreto. Si este rito misterioso que abarcaba y afectaba a todo el m undo no po­ día ser realizado por los hombres, los dioses tenían que ocuparse de ello. Apenas es necesario dar una razón, puesto que los misterios afectaban al m undo en su conjunto, pero la victoria de Salamina proporciona una res­ puesta. Aparentem ente, lo que sucedió fue que un ejército divino, una procesión de espíritus que no podían ser vistos, sino sólo oídos, reempla­ zó a la m ultitud festiva de atenienses con sus gritos de «Yaco», se unió a los griegos combatientes y los ayudó a lograr la victoria. Este milagro no tiene ningún paralelo conocido, ninguna analogía, en la historia de la re­ ligión griega. C uando los Dióscuros o Heracles aparecen en la batalla, aportan su ayuda tal com o se esperaba de ellos. Su epifanía deriva de su conocida naturaleza servicial. La procesión de espíritus fue una expresión de perplejidad, si se quiere, que surge de la perplejidad del alma y no só­ lo de la m ente consciente del hom bre; era expresión de la conciencia profunda de que toda la existencia griega estaba inseparablemente ligada a la celebración de los misterios en Eleusis. ¿Qué habría sucedido si, en aquellos días en que la existencia de los griegos estaba tan amenazada, Eleusis hubiera dejado de ser el escenario de las ceremonias que nunca se habían dejado de observar desde su fundación? Era impensable. Los g n e -

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