Eleusis

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cias conferidas eran totalm ente diferentes: por una parte, ser testigo de la epifanía de un fantasma divino; por la otra, ser arrebatado por un drama erótico. G oethe habla en una de sus Máximas321 de un «erotomorfismo» que brota, por decirlo así, de un antropom orfism o y «transforma todo el acontecim iento en un sentim iento ético-sensual». En la Eleusis ática, el antropom orfism o era predom inante; en Alejandría, el énfasis era delibe­ radamente erotomórfico. Nada se hacía por ocultarlo y estaba m uy lejos de ser el secreto mistérico. Había tan poco secreto acerca de estos ritos nocturnos que un falso profeta pudo inventar «misterios» sobre la base del entram ado artístico sobre el que principalm ente estaban construidos. Este entram ado consis­ tía en sucesivas escenas genealógicas que conducían al acontecim iento beatífico alrededor del cual se centraban los «misterios». El charlatán en cuestión venía de Abonutico, una pequeña ciudad a orillas del mar Negro. Su descripción, com o la de Peregrino, que im itó al asceta indio y fue quem ado vivo, fue redactada por su contem poráneo Luciano en el siglo II d. C .322. Alejandro de A bonutico se presentaba com o un Asclepíada, hijo del héroe Podalirio, hijo del M édico Divino. Este era el fundam en­ to de sus «misterios», que duraban tres días. El prim er día, los especta­ dores veían cóm o Leto daba nacim iento a Apolo, cóm o el dios se em pa­ rejaba con C orónide y nacía Asclepio. El segundo día se dedicaba a la epifanía de Glicón, la serpiente gigante artificial por cuya boca Alejandro emitía sus oráculos. El tercer día tenía lugar el m atrim onio de Podalirio y la madre de Alejandro. Sin duda se producía por la noche: el nom bre de la madre era Dadis, «doncella antorcha», y las antorchas brillaban en la ceremonia. La escena final representaba el am or de Selene y Alejandro. El nuevo Endim ión oficiaba com o daduco y hierofante. Yacía en el ni­ vel central com o si estuviera dorm ido. Hasta él descendía del techo, co­ m o si fuera del cielo, no la diosa luna, sino la herm osa R utilia, esposa de un adm inistrador imperial, que amaba al pseudoprofeta y a su vez era amada por él. Ante los ojos de todos, se abrazaban y besaban: «Si no fue­ ra por las muchas antorchas, algo secreto podría haber sucedido fácil­ mente» (Alexander , 39). El proceso que hizo posible que el intérprete de esta escena aparecie­ ra antes y después con las vestiduras del hierofante y, com o si fuera un hierofante, alzara su voz en proclamación solemne em pezó en la verda­ dera Eleusis, pero fue continuado en la nueva Eleusis alejandrina. En

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