Si tu me dices ven lo dejo todo... pero dime ven

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Albert Espinosa

en aquel barco. Seguro que sentía cómo ese saco absorbía toda su rabia y le hacía sentirse en paz. La imagen del saco, el faro y la puesta de sol en Capri era impresionante. Le miré mientras él no paraba de soltar ganchos acompañados de gritos de desahogo. El tiempo pasaba, el chico continuaba luchando contra sí mismo y yo tan sólo le observaba. Sabía que aquel tridente le sacaría la verdad. Finalmente, se desmoronó. Lloró, lloró tanto… Balbuceó y gimió pegado al saco; casi parecía que estuviera bailando con él. Noté cómo la mentira estaba incrustada desde hacía años. No lo había pasado bien mintiendo y ahora salía todo su dolor. Acabé abrazándome a él. Le comprendía. De alguna manera, yo también me sentía igual. Ambos estábamos perdidos, huyendo de nuestra verdad. No quería saber más, no necesitaba conocer las razones que le llevaron a ello… Le di mucho cariño… Llamé al padre para que hiciera el anuncio en los periódicos. Sabía que, automáticamente, aquel hombre que tenía preso a Izan lo liberaría sin hacerle el menor daño. Estaba seguro de que cumpliría su palabra. Ahora tan sólo restaba ser valiente y para ello necesitaba ir a hablar con mi tercera perla, mi tercer diamante, mi tercera energía, mi tercera desparramada… Aquella mujer centenaria que daría luz a mi vida…

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