TAIFA 10: Desentañando la UE

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tener su competitividad y su nivel de producción. Los compromisos laborales, sociales y ambientales para el capital en estas regiones emergentes son mucho menores, y por efecto competencia, los salarios y derechos sociales en los países centrales empiezan a desmantelarse. La integración europea ha orientado las economías dentro del proceso de globalización. Ha jugado un papel muy importante en las transformaciones de los modelos productivos y laborales. Centrándonos en el mundo del trabajo, una de las dinámicas más importantes que ha facilitado la UE es la reestructuración de la fuerza de trabajo. El capitalismo es un sistema en permanente evolución, porque revoluciona permanentemente las formas de producir y también está siempre buscando nuevos usos rentables para los excedentes de capital. Que la fuerza de trabajo responda a estas transformaciones ha sido muy importante para la economía capitalista en su fase más reciente. Por una parte, porque tras la crisis de los 70 se han hundido algunos sectores productivos y otros han ido en auge. La fuerza de trabajo ha tenido que ser expulsada de sectores productivos que ya no son rentables para un capital que se ha ido deslocalizando hacia otros territorios. Algunos oficios y profesiones han quedado obsoletas, a la vez que la mano de obra ha sido llevada a las filas de nuevos sectores o bien a las mismas actividades pero en nuevos contextos. Por otro lado, las empresas han adoptado un nuevo modelo basado en la flexibilidad de la producción y del empleo. Muchos aprendizajes y formas de trabajar se han perdido a favor de habilidades y características acordes a las nuevas formas de organización del trabajo. La fuerza de trabajo ha experimentado en la UE una precarización brutal. El capitalismo de la UE ha buscado su supervivencia, en este mundo globalizado, mediante la transformación del modelo de trabajo estable a un trabajo precario. El deterioro del trabajo es el resultado de dinámicas que el proceso de integración económica ha reforzado. El diseño neoliberal de la UE ha cerrado las puertas a que los Estados pusieran en marcha políticas correctoras que modernizaran las estructuras productivas de sus países. La prohibición de las políticas proteccionistas y del control de capitales ha imposibilitado que el Sector Público invierta en sectores y tecnologías estratégicas y proteja el desarrollo de los sectores productivos de la competencia internacional. La ausencia de política industrial ha ido de la mano del control de la inversión por el capital internacional. La falta de corrección del retroceso industrial, de la falta de producción de contenido tecnológico,

de la aparición de la burbuja inmobiliaria y de la especialización en sectores precarios está muy relacionada con la pérdida de puestos de trabajo con condiciones salariales y laborales decentes y el crecimiento del empleo de peor calidad. Y esto ha perjudicado especialmente a las economías más débiles. Aunque la UE siempre ha renunciado a tener una política común en materia de empleo, bajo la excusa de que estos temas corresponden a la soberanía de cada Estado, sí ha tenido una injerencia importante en la orientación neoliberal de las políticas laborales estatales. La influencia “blanda” de la UE sobre las políticas laborales estatales son las diferentes formas de coordinación de las políticas, bajo estrategias y recomendaciones comunes. En concreto, la más reciente es la Estrategia europea para el empleo, que contiene directrices de empleo comunes, programas nacionales de reforma y recomendaciones específicas. Bajo estas medidas, que han recomendado la precarización de los contratos y las condiciones de trabajo, las políticas estatales han convergido hacia un modelo neoliberal de la legislación laboral. Pero la influencia “dura” son los planes de ajuste, anteriormente los pactos de estabilidad y crecimiento, que acompañan las medidas financieras de la UE a los Estados endeudados o “rescatados”. Con la crisis, se refuerzan estos mecanismos de presión indirecta (ver recuadro 5). Por otra parte, la integración ha potenciado los desequilibrios comerciales. Si tenemos en cuenta que el comercio intraeuropeo ha sido muy importante, toda economía que se haya orientado a la exportación ha supuesto, por contrapartida, que otras tuvieran que importar más mercancías que las que exportaban. La integración europea ha supuesto unas estructuras productivas y comerciales muy desiguales que mantienen una jerarquía de competitividad. En la posición dominante, las economías exportadoras concentran la capacidad de producir y generar puestos de trabajo. Y en el lado opuesto, las economías netamente importadoras —además de endeudarse enormemente— han tenido modelos productivos muy débiles (burbuja inmobiliaria, financiarización, turismo,…) que han hecho amplio uso del trabajo precario. El mercado único ha intensificado la competencia de la fuerza de trabajo, que presiona a la baja las condiciones laborales y los salarios. La acentuación de la competencia entre las empresas por el mercado europeo se ha trasladado al mercado laboral. Las empresas podrían haber adoptado otras estrategias de competencia, pero han priorizado la reducción de salarios y la precarización de las plantillas. Aunque esto no ha sido

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