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Hay alguien al mando de la Iglesia?
P. Frédéric Weil
En la crisis actual, la tentación entre ralliement(*) y sedevacantismo(1) oscila periódicamente en función de los sumos pontífices. El aspecto tradicional de Benedicto XVI en ciertos asuntos pudo seducir a algunos, hasta el punto de no ver los graves problemas que comportaba su pontificado(2) . Pero hoy, a causa de sus ataques cada vez más abiertos contra la moral, el papa Francisco empuja a bastantes católicos a preguntarse si es realmente papa.
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Sin embargo lo peor se realizó bajo los pontificados precedentes, puesto que es peor atacar la fe que atañe a Dios más
(*) Nota del traductor: por ralliement se entiende en francés unión o adhesión a un régimen o posición; es término muy cargado de connotaciones políticoreligiosas desde los tiempos del papa León XIII y la III República francesa y, por ello, falto de buena traducción al español. “Se llama ” ralliés ” a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que, habiendo elegido en un primer momento la defensa de la Tradición después, a partir de las consagraciones del 30 de junio de 1988 y la excomunión fulminada contra Mons. Lefebvre, Mons. de Castro-Mayer y los cuatro obispos consagrados, eligieron ponerse bajo la dependencia efectiva de la jerarquía actual al tiempo que conservaban la liturgia tradicional. Se unieron pues a la Iglesia conciliar. Por extensión, el vocablo ” ralliés ” designa a las comunidades, los sacerdotes y los fieles que conservan la liturgia tradicional pero aceptan los principales errores conciliares, así como la plena validez y la legitimidad del novus ordo de Pablo VI y de los sacramentos promulgados y editados por Pablo VI. “ (Padre François-Marie Chautard, Catecismo de las verdades oportunas: los “ ralliés ” (vistos por Mons. Lefebvre), en Tradición Católica, núm. 266, enero-marzo 2019, p. 17). directamente. La libertad religiosa es todavía más odiosa que el libertinaje. Pero el segundo puede revelarse más chocante a los ojos de muchos. Buen número de quienes aceptaron el relativismo doctrinal no están dispuestos a aceptar el relativismo moral. No obstante, es fácil de comprender que el primero conduce al segundo.
Sea lo que sea a este respecto, esta situación causa un movimiento de reacción interesante, aunque imperfecto, que afecta a medios que desbordan el mundo de la Tradición católica(3) . Es en este contexto donde es importante comprender lo bien fundado de la posición defendida por Mons. Lefebvre, la cual rechaza a la vez dos errores opuestos: “Es el mismo problema que se plantea a quienes nos dejan diciendo que no obe-
30 ¿Hay alguien al mando de la Iglesia? decemos al Papa, y después quienes nos dejan porque dicen: “ ya no hay papa ” . Parten del mismo principio, en definitiva: que el Papa no puede, en las leyes universales, en los actos universales, no puede equivocarse, y no puede comprometer a la Iglesia en una vía que no es conforme a la fe y las costumbres(4) . ”
Es el problema, mucho más amplio, de la autoridad que cae en la defección o claudica: algunos son llevados a negar la autoridad, otros niegan la defección. Evidentemente no es deseable que la autoridad caiga en la defección ¿pero es imposible que ambas coexistan?
Nosotros partimos todos en efecto de una misma constatación: desde el Vaticano II, los papas no actúan como deberían. Pero es importante distinguir entre el hecho de ser papa y el hecho de actuar como un papa. ¿Es impensable que un papa no actúe como debe, incluso en materia de fe y de moral?
La Iglesia ha creído siempre en una cierta infalibilidad del papa, pero es más difícil medir el alcance de esta infalibilidad. El Concilio Vaticano I se limitó a afirmar la infalibilidad de las declaraciones más solemnes, dichas ex cathedra(5) . Ahora bien, estas declaraciones son raras. Tanto más que, desde el Vaticano II, mal puede verse que los papas conciliares, imbuidos de evolucionismo (la “Tradición viva ”), impongan la creencia en un dogma que es inmutable por naturaleza.
No se trata pues de establecer en nuestro artículo que el Papa es ciertamente papa. Eso no se prueba, es a priori evidente a causa de su elección y porque todos los cardenales le reconocen. Toca al sedevacantismo probar que el ocupante de la sede pontificia no puede ser papa. Nuestro trabajo será ver si esos argumentos son o no concluyentes. La Revolución se ha introducido en la Iglesia gracias a ese catolicismo liberal, con pretexto de pacifismo y de fraternidad universal. Los errores y los falsos principios del hombre moderno han penetrado en la Iglesia y han contaminado al clero gracias a los Papas liberales y al Concilio Vaticano II. Veamos una primera serie de argumentos por reducción al absurdo. Consisten en mostrar que una afirmación herética habría debido ser infalible si el ocupante del trono de Pedro fuese papa.
Argumento nº 1. Todo Concilio ecuménico aprobado por el Papa es infalible. Ahora bien, el Vaticano II afirmó errores. Pero ello es imposible, de manera que hay que admitir la posición sedevacantista.
Es claro que el Vaticano II afirmó errores, como la libertad religiosa en Dignitatis humanae. Es igualmente cierto que los veinte concilios ecuménicos precedentes eran infalibles. Pero es manifiesto que el Vaticano II se presentó de entrada como muy diferente de todos los demás concilios. Es el único

concilio que no haya pronunciado ningún anatema porque se quiso pastoral y no dogmático. Mons. Lefebvre intervino incluso en el aula concilar el 1º de diciembre de 1962 para pedir que el concilio aprobase dos documentos sobre cada asunto: uno pastoral y el otro dogmático. La propuesta fue rechazada para no conservar sino el aspecto “ pastoral” : el
Concilio entendía dar así respuesta a los problemas de la hora presente y no definiciones válidas a perpetuidad.
Además, el papa Pablo VI hizo inscribir esta aclaración en las actas del Concilio: “Teniendo en cuenta la costumbre conciliar y el fin pastoral del presente Concilio, este santo Sínodo define que deben mantenerse por la Iglesia como materias de fe o de moral solamente aquellas que como tales declarare abiertamente ” . Ahora bien, el Concilio no declaró nada como siendo infalible. Por otro lado Roma no ha contestado nunca esto, y no nos ha acusado jamás de herejía.
El liberalismo de Pablo VI, que reconocía su amigo el cardenal Daniélou, basta para explicar los desastres de su pontificado. El católico liberal es una persona con dos caras y que vive en una continua contradicción. Quiere seguir siendo católico, pero le domina la sed de agradar al mundo. Un Papa, ¿puede ser liberal y seguir siendo Papa? La Iglesia siempre ha amonestado severamente a los católicos liberales, pero no siempre los excomulgó. Los “sedevacantistas” exponen otro argumento: el haber apartado a los cardenales de más de 80 años y los conventículos con que se prepararon los dos últimos cónclaves, ¿no harían inválida la elección de esos Papas? Hablar de invalidez es ir demasiado lejos; en todo caso se podría hablar de duda. Sin embargo, los teólogos opinan que para convalidar una elección, basta que los cardenales y el clero de Roma, después de la elección, la acepten de hecho y unánimemente.
Mons. Marcel Lefebvre Argumento nº 2. El Papa es infalible cuando canoniza a un santo, pero hay canonizados que causaron graves escándalos, incluso contra la fe, y no pueden ser santos: Pablo VI, Juan Pablo II, Óscar Romero …
Al enfrentarse con esta aparente paradoja algunos han creído deber negar la infalibilidad de las canonizaciones en general(6) , como si esta desafortunada opción fuese la única escapatoria a la tesis sedevacantista. Hay sin embargo otras posibilidades. Podemos por ejemplo preguntarnos si el nuevo procedimiento laxista de canonización es apto para garantizar esta infalibilidad. Podemos igualmente poner en duda que se trate realmente de canonización a causa de la intención que habría cambiado. Sin entrar en detalles que necesitarían un artículo por entero(7) , se puede comprender esto haciendo una comparación con el sacramento del matrimonio:
Un matrimonio puede ser inválido sin que ni siquiera se sepa, por mucho que los supuestos esposos sean aptos y que el consentimiento se haya dado. Esto ocurre por ejemplo cuando uno de los futuros esposos excluye en su

¿Hay alguien al mando de la Iglesia? voluntad un elemento esencial del matrimonio. Por ejemplo, si excluye absolutamente tener hijos. El acto es entonces inválido porque el supuesto esposo no pretende verdaderamente contraer matrimonio, sino establecer una unión
que se le parece. ¿El Papa pretendería actualmente proclamar la heroicidad de las virtudes tradicionales o la heroicidad de las “ virtudes conciliares ” de ecumenismo y de libertad religiosa?
Sin ni siquiera saber cuál es la tesis correcta que en el caso presente habría que elegir, está claro que la respuesta sedevacantista no es la única. El argumento no es concluyente.
Veamos ahora los argumentos que afirman que Pablo VI y sus sucesores no podían ser elegidos al sumo pontificado.
El argumento de los que niegan la existencia del Papa pondría a la Iglesia en una situación muy complicada. La visibilidad de la Iglesia es tan necesaria para su existencia que no parece que Dios pueda omitirla durante decenas de años. ¿Quién nos diría dónde está el futuro Papa? ¿Cómo podría ser designado si no hay cardenales? En eso hay un espíritu cismático. Nuestra Fraternidad se niega de manera absoluta a entrar en estos argumentos. Queremos seguir estando unidos a Roma, al sucesor de San Pedro, y repudiamos el liberalismo de Pablo VI por fidelidad a sus predecesores.
Mons. Marcel Lefebvre
Argumento nº 3. El nuevo rito de las ordenaciones sacerdotales y de las consagraciones episcopales es inválido. Benedicto XVI no era pues verdaderamente obispo y Francisco no es ni siquiera sacerdote. No pueden pues ser papas.
La afirmación de que las órdenes conferidas hoy son inválidas es perentoria. Pensemos que la Iglesia se tomó casi cuatro siglos para pronunciarse definitivamente sobre la cuestión de las ordenaciones anglicanas en Apostolicae curae de León XIII. El Papa describe allí la extremada seriedad de la comisión que emitió ese dictamen definitivo.
Pero sobre todo ¡la cuestión de la validez de las órdenes es ajena al asunto! La Iglesia ha distinguido siempre entre el poder de conferir los sacramentos y el de gobernar. Los dos están habitualmente vinculados pero no necesariamente. Así, Adriano V fue elegido papa siendo todavía simple sacerdote y murió antes de su consagración episcopal. Se le cuenta sin embargo en la lista oficial de los sumos pontífices. Además, Pío XII decretó la excomunión automática contra quien contestase las decisiones de un papa electo pero que todavía no hubiera sido consagrado obispo, por mucho que fuese simple laico.
Argumento nº 4. La bula de Paulo IV “Cum ex Apostolatus Officio” declara nula la elección de un hereje al sumo pontificado.

Esta ley fue abrogada por la promulgación del Código de Derecho Canónico de 1917(8) . Además, la constitución Vacante sede apostolica de San Pío X adopta la opinión contraria a la bula de Paulo IV al declarar nula toda censura (entre ellas la excomunión) que pese sobre un cardenal en el momento de la elección del sumo pontífice.
E incluso aunque la bula estuviese todavía en vigor, quedaría por probar que Montini, futuro Pablo VI, era hereje antes de su elección. Pero ningún elemento nos permite afirmar tal cosa.

Los sedevacantistas se apoyan sobre la constitución apostólica Cum ex apostolatus del papa Paulo IV (1555-1559). Pero buenos estudios han demostrado que esta constitución perdió su fuerza jurídica. Hay más: Incluso antes del nuevo código, san Pio X ya había abrogado la constitución de Paulo IV por su constitución Vacante sede apostólica del 25 de diciembre de 1904 (§ 29), que declara nula toda censura que pueda quitar la voz activa o pasiva a los cardenales del cónclave. Y el canon 160 del código declara que la elección del papa es regulada únicamente por esta constitución de San Pio X.
De manera más general, hay que precisar lo que significa la palabra hereje en términos de derecho canónico. No se improvisa canonista quien quiere … Para ser hereje, no basta con sostener cosas contrarias a la fe, hace además falta sostenerlas de manera pertinaz(9) , es decir, siendo perfectamente consciente de que se va contra la autoridad de la Iglesia. No es hereje quien no es consciente de ello, incluso aunque sea a causa de una ignorancia culpable(10) (sea la ignorancia crasa de quien debería saber, sea la ignorancia afectada de quien no quiere saber). Concretamente, para poder asegurarse de este carácter pertinaz la Iglesia procede a una amonestación (una advertencia) antes de declarar hereje a una persona. Únicamente la autoridad eclesiástica es apta para pronunciar esta sentencia. La herejía se llama entonces notoria. Es la herejía en sentido canónico. No es pues suficiente con que se manifieste públicamente, sino que hace falta además que la autoridad exprese un juicio.
Está pues permitido decir que “ el Papa dice herejías ” , pero no está permitido decir que “ el Papa es hereje ” en el sentido canónico del término. Sería un juicio usurpado.
Quedan por fin los argumentos que afirman que el Papa habría decaído de su autoridad.
Argumento nº 5. San Roberto Belarmino afirma que el Papa que cayese en herejía manifiesta perdería ipso facto el sumo pontifica-
do.
Presentar las cosas así es inexacto. San Roberto Belarmino afirma en realidad como muy probable que el Papa
¿Hay alguien al mando de la Iglesia? no puede nunca en absoluto caer en herejía. Pero se pregunta lo que se produciría si, por imposible que parezca, ello ocurriera. Estima entonces en efec-

Las Controversias del Cristianismo contra los herejes de este tiempo (1613) constituyen la obra maestra y la gloria de San Roberto Belarmino. Son una defensa completa y científica de la Iglesia Católica, de su constitución, del Papado y de su doctrina. Punto por punto se refutan las doctrinas protestantes. El éxito de esta obra fue extraordinario, con veinte ediciones en los siguientes treinta años. La verdadera clave del éxito está en la enorme erudición de Belarmino y en su afán por encontrar y mostrar la verdad. Es característica la lealtad científica, su piedad y respeto por las cosas de la Iglesia, el amor al Papado, y en especial el suave trato hacia los adversarios. San Roberto Belarmino fue canonizado por Pío XI (1930), quien le proclamó doctor de la Iglesia en 1931.
to que el Papa decaería del sumo pontificado. Se funda sobre el principio de que el hereje está ipso facto excluido de la Iglesia, y pierde pues toda autoridad. Pero este principio es discutible puesto que el Código de Derecho Canónico de 1917, que no existía entonces, afirma por el contrario que un excomulgado puede realizar actos de jurisdicción válidos y conserva su cargo en tanto que no haya sentencia pronunciada por la autoridad(11) . Volvemos a la necesaria sentencia de la autoridad. Pero como no hay nadie superior al Papa, se entiende mal quién podría pronunciarla contra él.
Por lo demás, San Roberto Belarmino expresa una opinión privada. Se proponía solamente pronunciar una opinión prudente con los datos de que disponía en su época. No es un acto del magisterio y por ello no tiene valor definitivo.
Por el contrario, otro pasaje de su obra puede muy bien aplicarse a la situación de hoy:
“Igual que es lícito resistir al Pontífice que ataca al cuerpo, igualmente es lícito resistir a quien ataca a las almas o destruye el orden civil o, sobre todo, quien intenta destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirle no haciendo lo que ordena y obstaculizando la ejecución de su voluntad. No es lícito sin embargo juzgarlo, castigarlo o deponerlo(12) . ”
Valor de los argumentos
Todos estos argumentos pecan por su incapacidad de concluir. No son convincentes(13) . Y en una materia tan grave, no está permitido concluir a la ligera. Mientras no haya prueba manifiesta,
¿Qué significa “Rezar por las intenciones del Papa”?
Cuando rezamos “por las intenciones del Papa” , lo hacemos por algo objetivo, determinado por la Iglesia y establecido desde hace mucho tiempo: - Exaltación de la Santa Iglesia; - Propagación de la Fe católica; - Extirpación de las herejías; - Conversión de los pecadores; - Paz y concordia entre los príncipes cristianos. Estas son las intenciones por las que rezamos como condición necesaria para obtener las indulgencias plenarias.
hay que seguir creyendo que el ocupante de la sede pontificia es realmente el Papa. Podríamos decir lo mismo de quienes creen que Benedicto XVI es ac-

«Hoy vemos con mucho dolor los tristes resultados de las reformas conciliares y posconciliares: “El árbol se reconoce por sus frutos” . Pero ante la crisis más grave que haya conocido jamás la Iglesia desde que fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo, nuestras oraciones, nuestra esperanza y nuestra confianza se dirigen a Dios que todo lo puede cuando todo parece perdido. No tenemos ni que ceder al desánimo ni frenar nuestro combate para contribuir, en la medida de nuestra dimensión y de nuestras fuerzas, al restablecimiento del reinado de Nuestro Señor Jesucristo en los corazones, en las almas, en las familias y en las naciones, de modo que así se restaure la civilización cristiana, puesto que El mismo nos lo ha asegurado: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18). Finalmente volvámonos hacia la Virgen María, nuestras buena madre del Cielo, y pidamos su intercesión para que nos alcance de su divino Hijo que nos conceda ver cómo se pone término a la pasión de la Iglesia.
Mons. Marcel Lefebvre
tualmente el verdadero Papa. Se basan sobre elementos que pueden ser interesantes pero permanecen insuficientes por sí mismos.
Los sedevacantistas se proponen a menudo forzar sus conclusiones con el uso enfermizo de citas en rojo, grueso, negrilla, mayúsculas y subrayados, como se ve en internet. Estos énfasis excesivos impiden que la inteligencia se ejerza correctamente y dan una falsa perspectiva sobre los textos. Así, todo lo que respalda la tesis se ve como absolutamente cierto y concluyente, y todo lo que va contra ella se califica automáticamente como sofisma o herejía.
Mons. Lefebvre mostró al contrario el ejemplo de una sabia mesura en la situación actual: “No extraigamos conclusiones matemáticas, como tal cosa, sin considerar estas circunstancias, porque entonces o bien nos unimos a la revolución en la Iglesia; participamos en la destrucción de la Iglesia si nos vamos con el progresismo. O bien abandonamos completamente a la Iglesia ¿y nos encontramos dónde? ¿Con quién? ¿Con qué? ¿Vinculados cómo a los apóstoles? […] Si no hay ya que considerar los tres últimos cónclaves, como dicen los de Estados Unidos, […] desde que no hay ya papas ¡no hay ya pues cardenales! Ya no se ve siquiera cómo hacer volver un papa legítimo. Es el desorden completo
(14) . ”
Por lo tanto el sedevacantismo no debería concluir sólo que ya no hay papa actualmente sino que, además, ya no podrá haberlo nunca puesto que no hay ya electores(15) . El retorno a la situación normal se convierte en imposible. El papado, sin embargo esencial en la Iglesia ¡habría caducado definitivamente! Los sedevacantistas dan prueba de esto todos los días porque no eligen a nadie. En estas condiciones, no se entiende cómo mantener la promesa de Nuestro Se-
¿Hay alguien al mando de la Iglesia? ñor de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”(16). Y de nada sirve argumentar que estaríamos en los últimos tiempos, pues esa promesa debe valer hasta el último momento.
Es apenas necesario hablar de la franja todavía más estrafalaria, llamada “conclavista”, que ha decidido proceder a elecciones. Hay actualmente una multitud de antipapas, cada cual más ridículo que los demás, con un puñado de fieles. En particular la extravagante secta del Palmar de Troya, que ha llegado hasta revisar y corregir las Sagradas Escrituras a su gusto.
Conclusión
En definitiva, el sedevacantismo pretende salvar el papado aniquilándolo. Cree encontrar en su tesis una solución confortable, siendo así que suscita por el contrario un problema suplementario e insoluble que lleva al estallido de la catolicidad e incluso a la pérdida de la fe.
A veces se oye que el sedevacantismo sería una opinión como cualquier otra. Sin duda lo confuso de la situación nos impide ser tan severos como si se negara que San Pío X fuese papa. Pero con lo que hemos visto, hay que afirmar que es una opinión que no es indiferente: es una opinión errónea y peligrosa. Además, destruye la cohesión de la Tradición.
Mons. Lefebvre, como hombre muy prudente, nos ha marcado la línea que sigue la cresta de la montaña, la línea que hay que seguir durante este periodo de turbaciones: “Conservad la fe, conservad esta línea, conservad la vinculación con Roma y la fidelidad a la apostolicidad, a la visibilidad de la Iglesia, que son cosas esenciales, sin perjuicio de no
Hay que dar a las cosas la importancia que tienen en la realidad. El sedevacantismo parece un fenómeno más ruidoso que importante. Además, resulta difícil encontrar suficiente unidad en este campo: hay un laberinto de opiniones y una notable atomización de grupos y personajes. Por ejemplo, para algunos, hay vacancia total de autoridad desde la muerte de Pío XII, para otros desde la Pacem in terris de Juan XXIII, o desde su muerte, y para otros desde la proclamación de la libertad religiosa en 1965. No obstante la dificultad para hacer afirmaciones universales, es posible cierta generalización a partir de algunos autores representativos. Puede decirse que el rasgo común a todas las corrientes sedevacantistas es realizar un salto de lo especulativo a lo práctico sin suficiente justificación. Y que lo propio de la corriente sedevacantista más importante es tomar como punto de partida una hipótesis discutida y discutible: el papa herético. El “sedevacantismo puro” no existe. Suele venir acompañado de varias tesis sobre la invalidez de los sacramentos del Orden y la Eucaristía según los ritos reformados por Pablo VI, que de ser verdaderas tendrían consecuencias eclesiológicas notables. Una es que por efecto de la invalidez de los sacramentos apenas quedarían obispos y sacerdotes en el mundo, porque según ellos la casi totalidad no serían más que laicos disfrazados. Este efecto de “acefalía eclesial generalizada”, no se reduciría sólo a la Sede de Pedro sino que afectaría a toda la línea jerárquica y sería un fruto de la cuasi-extinción por nulidad del sacramento del Orden. Otra consecuencia sería la cuasi-extinción de la Eucaristía, Sacramento de los sacramentos, verdadero corazón sacramental de la Iglesia, de manera que los sagrarios estrían vacíos y los fieles comulgarían con pan. Todo esto implicaría una Iglesia católica transformada en una suerte de comunión anglicana, con excepción de los grupos sedevacantistas y sus obispos, en quienes subsistiría el remanente de la Iglesia visible con los siete sacramentos válidos y la fe íntegra. Habría también un resto de sucesión apostólica, sacerdocio y eucaristías válidas en las comunidades ortodoxas orientales y vetero-católicas.

Nosotros hubiéramos podido adoptar otras actitudes, especialmente la de la oposición radical: “El Papa admite las ideas liberales, por tanto es herético, por consiguiente. no hay Papa” . Es el sedevacantismo. Se acabó, ya no se mira más a Roma. Los cardenales nombrados por el Papa no son cardenales, todas sus acciones son nulas” (...) Personalmente siempre he pensado que se trataba de una lógica demasiado simple. Y la realidad no es tan simple. No se puede tachar a cualquiera de herético auténtico tan fácilmente. Por eso me pareció que debía permanecer de este lado de la realidad y conservar el contacto con Roma; de considerar que en Roma había, a pesar de todo, un sucesor de Pedro. Un mal sucesor, es cierto, al que no hay que seguir, porque tiene ideas liberales y modernistas (...). Esta actitud que, personalmente, he creído que era mi deber, es de todas maneras la más prudente, la más razonable y, al mismo tiempo, la más apostólica, pues mantiene la esperanza de poder convertirle. A fuerza de oposición y manifestarle nuestra postura quizás el Papa acabe por reflexionar. A la inversa que los sedevacantistas, nosotros actuamos frente al Papa como frente al sucesor de Pedro. Nos dirigimos a él como tal y rogamos por él. La mayoría de los fieles y de los sacerdotes tradicionalistas estiman también que ésta es la solución más prudente y juiciosa: reconocer que hay un sucesor de Pedro, pero al que es necesario oponerse, a causa de los errores que difunde.
Mons. Marcel Lefebvre
seguir a los papas cuando favorecen la herejía, como hizo el papa Honorio y fue condenado. Los que hubieran seguido al papa Honorio en aquel momento se habrían descarriado, puesto que fue condenado después. Yo creo entonces que hoy nos extraviaríamos siguiendo a los papas en lo que hacen, pero sin duda serán condenados algún día por la autoridad eclesiástica(17) . ” m
(1) El sedevacantismo afirma que actualmente ya no hay papa: la sede pontificia estaría vacante y Francisco sería un usurpador. (2) Nos acordamos en particular de la reunión de Asís de 2011, con ocasión de la cual Benedicto XVI había dejado atrás a Juan Pablo II al invitar a una filósofa atea que con ello pretendía defender “la humanidad de la Ilustración en crisis ” . (3) Monseñor Bux, antiguo consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, concedió en junio de 2017 una entrevista al National Catholic Register, en la cual acusó de herejía al Papa. (4) Conferencia espiritual en Ecône, COSPEC, del 12 de junio de 1984. (5) Hacen falta cuatro condiciones para que una declaración sea llamada ex cathedra: el Papa 1º define una doctrina 2º en tanto que papa 3º sobre la fe o las costumbres 4º que debe mantenerse por toda la Iglesia (por lo tanto siempre y en todo lugar). Es pues necesario que el Papa imponga la creencia. (6) Lo cual no es herético, si bien la infalibilidad de las canonizaciones está bastante bien acreditada por la Tradición y goza de argumentos sólidos a su favor. (7) Cf. los números de febrero de 2011 y de enero de 2014 del Courrier de Rome. (8) Cf. canon 6.5º y 6º (CDC 1917). (9) Canon 751 (CDC 1983). (10) Felix Cappello S.J., De Censuris, nº 64. (11) Cf. canon 2264 (atención, sin embargo, este canon se entiende a menudo en sentido contrario). Ver también el canon 2314 que diferencia la excomunión y la privación de un cargo. Igualmente en el Traité de Droit canonique de R. Naz, t. IV, nº 1403. “La excomunión simple no priva del oficio y no convierte en inválido su ejercicio. ” (12) De romano pontífice, l.II, c. 29. (13) No hemos citado la tesis dicha de Cassiciacum que sufre todavía más de este defecto de autoridad. Por muy erudita que pueda presentarse, es una tesis puramente nueva y humana. Está igualmente lejos de ser inatacable sobre el plano filosófico y teológico. (14) Mons. Lefebvre, COSPEC, del 12 de junio de 1984. (15) No quedan ya en vida cardenales creados por predecesores de Pablo VI. El francés Etchegaray, decano del Sacro Colegio hasta su muerte en septiembre de 2019, había sido elevado a esa dignidad por Juan Pablo II en 1979. (16) Mat 16, 18. (17) Mons. Lefebvre, loc. cit.
Posición de la Hermandad frente a la Roma modernista
«Nos era preciso entonces preguntarnos qué actitud tomar respecto de Roma, de la Iglesia. Había evidentemente varias actitudes posibles; en efecto, hubo quienes, queriendo mantener la tradición, tomaron actitudes distintas a la nuestra. Se podía haber roto definitivamente con Roma y considerar que en Roma ya no hay nada, se acabó: es la postura de los que se ha llamado “sedevacantistas”, que era una solución tentadora, evidentemente, y simple: si ya no hay nada en Roma, estamos libres de toda coacción y hacemos lo que queremos. Otros, al contrario, quisieron obedecer a Roma: obedecer a Roma, porque no se puede desobedecer a Roma, pero guardando todo lo que se puede guardar como tradición, permaneciendo con todo en la obediencia a Roma. Es una posición muy inconfortable, porque Roma se opone a la tradición desde el Concilio, y quiere hacer desaparecer los vestigios de la tradición. Es muy difícil querer a la vez guardar la tradición y querer obedecer a Roma. Es una situación ambigua en todo caso, se vive en la ambigüedad. Había, pues, una tercera posición que era la de desobedecer para obedecer. Desobedecer a Roma, pero no decir que Roma ya no existe; Roma sigue existiendo, se supone. Se obra como si el Papa fuese sucesor de Pedro, pero se le desobedece cuando el papa y la curia romana nos invitan a desobedecer a la tradición. No queremos desobedecer a la tradición porque no queremos desobedecer a la Iglesia. Desobedecer a XX siglos de Iglesia es separarse de la Iglesia, es hacer ruptura con la Iglesia; y nosotros no queremos hacer ruptura con la Iglesia. Entonces, queremos obedecer a XX siglos de Iglesia, y por el hecho mismo entrar en dificultades con la Roma moderna, la Roma compuesta por esos modernistas y liberales. Eso nos pone en una posición relativamente clara, porque desde el punto de vista de las ideas seguimos las ideas de siempre. No tenemos más que estudiar lo que la Iglesia ha hecho siempre, lo que ha enseñado siempre, y conformarnos con lo que Ella siempre ha enseñado. Y en la medida en que los hombres de Iglesia, que son los que deberían enseñarnos la tradición, se alejan de la tradición, nosotros nos alejamos de ellos. Nuestra regla es la fe, que pasa antes que la obediencia a los hombres que están encargados de darnos la fe. Como posición es simple: nos encontramos en oposición con los que destruyen la fe. Habrá un doble combate para nosotros: el combate contra los errores y el combate contra quienes están a favor de estos errores. Es muy difícil estar contra los errores y no estar contra los hombres que los difunden. De ahí que fuera tan fácil a quienes nos atacan decir: “Ustedes combaten a Roma; por lo tanto están contra Roma, y por ende contra el Papa, y por consiguiente contra el Concilio, y así están fuera de la Iglesia”. Son reacciones totalmente previsibles, y completamente fáciles, pero falsas. Suponen que Roma no se equivoca jamás, lo cual es falso. Ahí nos encontramos. Pero si nuestro papel es combatir los errores, y también oponernos y desobedecer a esas personas que difunden los errores, eso no impide que se podría tratar de guardar un contacto con esas personas para intentar convertirlas, para intentar hacerlas volver a la Tradición. Empresa tal vez presuntuosa, tal vez bien difícil, pero es sin embargo lo que el buen Dios nos pide. “Pero ¿acaso van a convertir ustedes a sus superiores?”. ¿Qué quieren hacerle? Es evidente que están en el error; está claro que se oponen a lo que los demás enseñaron; vemos los dos textos: el texto que se nos da hoy y el texto que se nos dio antes se oponen completamente. Entonces, ¿a quién obedecer? ¿a los de antaño o a los de hoy? No podemos obedecer a los dos, es contradictorio. [...] Ahí estamos, y ahí seguimos aún; pero guardar el contacto con Roma era una empresa bastante delicada, bastante difícil, porque al mismo tiempo que los criticamos debemos tener correspondencia con ellos, ir a verlos al menos de vez en cuando, o al menos a los representantes del Papa. Pues bien, Dios ha permitido que eso suceda, que guardemos relaciones con Roma, y que al mismo tiempo los critiquemos sin miedo». Mons. Lefebvre, Ecône, Retiro Semana Santa 1988