No juegues conmigo

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Las palabras de Lorena lo alteraron aún más. Se iban a meter en un gran lío si llegaban a la casa del empresario haciendo un alboroto con semejante paranoia. Los arrojarían a la cárcel por una eternidad. Ella se apartó de él para seguir su camino, pero Jacinto volvió a detenerla. —Lorena, no podemos llegar diciendo eso. La vas a asustar. Vamos a presentarnos con formalidad, le ofreceremos nuestro apoyo y amistad. Y luego, con el tiempo, averiguamos si es Anastasia o no. —¡Lo es! —la terquedad de la mujer lo exasperaba y le revolvía agrios recuerdos. Se agarró la cabeza con las dos manos en señal de frustración, pero debía seguir insistiendo, ya no tenía oportunidad para hacerse la vista gorda y permitir que se cometiera una estupidez. —Prométeme que hoy no le dirás nada sobre ese asunto. Solo la saludaremos —le dijo, utilizando un tono de voz y una postura desafiante que logró intimidarla. Lorena respiró hondo para llenarse de resignación, le costaba entender lo absurdo de su idea, pero quería llegar hasta su hija y para eso necesitaba la ayuda de su ex esposo. No le gustaba la idea de pasearse sola por la capital. —Está bien. Hoy no le diré nada, pero algún día se lo diré. Ella es Anastasia, estoy segura de eso. Jacinto asintió más calmado. Al menos había logrado un importante avance que le garantizaba, en parte, su libertad. Se comunicó con un amigo que trabajaba en una de las empresas del esposo de la misteriosa mujer, y lo ayudó a encontrar la dirección de la residencia. Horas después estacionaban el auto frente a una imponente quinta en el este de la ciudad, donde supuestamente residía la pareja. Con nerviosismo Jacinto se dirigió al portal que daba acceso a la vivienda, esperando que Lorena no armara un escándalo que ameritara la presencia de la policía. Su curiosidad aumentó al notar que los guardias que custodiaban la entrada eran militares y no oficiales privados de alguna agencia de seguridad. Se acercaron a la casilla de vigilancia y con mucha sutileza pidieron entrevistarse con Verónica Santaella, recibiendo un rotundo rechazo acompañado de cierta violencia. Los soldados los sacaron casi a patadas de la zona y les prohibieron rondar el sector, en caso contrario tomarían acciones de fuerza para alejarlos. Se marcharon, pero la intriga y el temor no los dejaba pensar ni actuar con sabiduría. Tuvieron que detenerse en una esquina para analizar la situación, ansiando que alguna idea les alumbrara el entendimiento. —¿Te das cuenta? Algo no está bien allí. Verónica Santaella tiene que ser nuestra hija —Lorena seguía insistiendo, la actitud de los militares le daba más razones para sospechar. Jacinto comenzó a sentirse ansioso, la presencia de aquellos efectivos podría significar la intervención de organismos poderosos que los aplastarían en un segundo si descubrían su intensión.


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