mi planta de naranja lima

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Totoca sí que me ayudaría, pero ¿dónde estaría a esas horas? Quedaba Gloria; debería estar en la cocina. Era la única a quien no le gustaba que me pegaran tanto podía ser que me tirara de las orejas o me pusiera en penitencia de nuevo. Pero había que intentarlo. Me arrastré hasta la puerta de la cocina, estudiando la manera de desarmar a Gloria. Estaba bordando una toalla. Me quedé sin saber qué hacer y esa vez Dios me ayudó. Me miró y vio que estaba con la cabeza baja. Resolvió no decir nada porque me encontraba en penitencia. Mis ojos se hallaban llenos de lágrimas y gimoteé. Tropecé con los ojos de Gloria, que me miraban. Su manos habían dejado de bordar. -¿Qué pasa, Zezé? -Nada, Godóia... ¿Por qué nadie me quiere? -Eres muy travieso. -Hoy ya me pegaron tres veces, Godóia. -¿Y no lo merecías? -No es eso. Es como si nadie me quisiera, y aprovechan para pegarme por cualquier cosa. Gloria comenzó a sentir conmoverse su corazón de quince años. Yo me daba cuenta. -Creo que lo mejor es que mañana me atrepellen en la Río-San Pablo y quede todo golpeado. Entonces las lágrimas bajaron en torrentes de mis ojos. -No digas tonterías, Zezé. Yo te quiero mucho. -¡No me quieres, no! Si me quisieras no dejarías que me lleve otra paliza hoy. Ya está oscureciendo y no va haber tiempo de que hagas alguna otra travesura como para que te castiguen. -Ya la hice... Soltó el bordado y se acercó a mí. Casi dio un grito al ver el charco de sangre en que estaba mi pie. -¡Dios mío! Gum, ¿qué ha sido? Estaba ganada la partida. Cuando ella me llamaba “Gum" era porque estaba salvado. Me alzó y me sentó en la silla. Rápidamente tomó una palangana de agua con sal y se arrodilló a mis pies. -Va a doler mucho, Zezé. -Ya está doliendo mucho. -Mi Dios, tienes un corte casi como de tres dedos. ¿Cómo te hiciste eso, Zezé?

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