mi planta de naranja lima

Page 73

Entonces yo tomaba trozos de cordón, sobras de hilos y aguiereaba un montón de tapitas de botellas para ir a enjaezar a Minguito. ¡Había que ver lo lindo que quedaba! El viento, golpeándolas, hacía chocar una tapita contra otra y parecía que estaba usando las espuelas de plata de Fred Thompson cuando montaba su caballo "Rayo de Luna". El mundo de la escuela también era muy bueno. Yo sabía todos los himnos nacionales de memoria. El más grande de todos, que era el verdadero; los otros himnos nacionales de la Bandera y el himno nacional de la "Libertad, libertad, abre las alas sobre nosotros". A mí, y creo que también a Tom Mix, era el que más me gustaba. Cuando iba a caballo, sin estar en guerra ni en cacerías, me pedía respetuosamente: -Vamos, guerrero Pinagé, cante el himno de la Libertad. Mi voz, bastante fina, llenaba las enormes planicies, con mucha más belleza que cuando cantaba con don Ariovaldo, trabajando los martes de ayudante de cantor. Los martes hacía la rabona en el colegio, como de costumbre, para esperar el tren que traía a mi amigo Ariovaldo. El ya bajaba las escaleras, mostrando en las manos los folletos para vender en las calles. Todavía traía dos bolsas llenas, que eran la reserva. Casi siempre vendía todo, y eso nos daba una gran alegría a los dos... En los recreos, cuando alcanzaba el tiempo, hasta jugábamos a las bolitas. Yo era lo que se llama un experto. Tenía una puntería segura y casi nunca dejaba de volver a casa con la bolsita donde zangoloteaban las bolitas, muchas veces hasta triplicadas. Lo más conmovedor era mi maestra, doña Cecilia Paim. Ya le podían contar que era el chico más diablo del mundo, que no lo creía. Como tampoco creería que nadie consiguiera decir más palabrotas que yo. Que ningún chico me igualaba en travesuras, eso no lo hubiera aceptado nunca. En la escuela yo era un ángel. Jamás me habían reprendido y me trasformé en el mimado de las maestras, por ser uno de los niños más pequeños que hasta entonces apareciera por allí. Doña Cecilia Paim conocía de lejos nuestra pobreza y, a la hora de la merienda, cuando veía que todo el mundo estaba comiendo, se emocionaba, y siempre me llamaba aparte para mandarme comprar una galleta rellena en lo del dulcero. Sentía tanto cariño por mí que me parece que yo me portaba bien solo para que no se decepcionara... De repente, la cosa sucedió. Yo venía despacio, como siempre, por la carretera Río-San Pablo cuando el coche enorme del Portugués pasó bien cerquita de mí. La bocina sonó tres veces y vi que el monstruo me miraba sonriéndose. Aquello me hizo renacer la rabia y el deseo de matarlo cuando fuese grande. Puse cara seria y en mi orgullo fingí ignorarlo. *** -Es como te digo, Minguito. Todo el santo día. Parece que espera que yo pase para venir tocando la bocina. Tres veces la toca. Ayer hasta me dijo adiós con la mano. -¿Y tú? -No le hago caso. Finjo no verlo. Ya está comenzando a tener miedo; mira, pronto cumpliré seis años y en seguida estaré hecho un nombre. -¿Crees que él quiere hacerse amigo, por miedo? -¡Seguro! Espera ahí que voy a buscar el cajoncito.

www.LeerLibrosOnline.net


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.