Arreboles en el Camino

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Arreboles en el camino

donde depositar tus afectos y experiencias, donde poder refugiarte el día que te aprieten las añoranzas y te apetezca volver a alguna parte. Él sabía de eso, le tocó sufrir la ausencia del Valle: su pueblo quedó sepultado por las lágrimas de un pantano, y siente que las sombras de su ayer deambulan inquietas por el parque natural de los Picos de Europa. La economía de Valdealcón era austera, lo justo para ir tirando, según las condiciones de aquellos tiempos: algo de cereales para el ganado en invierno, legumbres para el consumo de la casa, unas lechugas del huerto para la ensalada los días de trilla y calor, y patatas para todo el año. Los animales compartían la suerte pobre con los pobres, porque había pobreza para repartir y a todos alcanzaba. Pero ellos ponían de su parte y aportaban, con su esfuerzo, lo mejor de sus vidas: unos, su fuerza bruta en la labranza; otros, leche, lana, y carne, para el sustento de la mesa e incluso algún dinero, escaso, para las necesidades más perentorias que escapaban del cultivo doméstico. No obstante, en la comarca, pobres de solemnidad, propiamente dicho, no constan en los archivos de la memoria. Cada cual tenía para su arreglo familiar, con buen gobierno y laboriosidad. Estas y otras muchas cosas las recuerda en sus ratos de soledad y de ocio, y le da por comparar con los rumores actuales de las articulaciones y de la edad. La conclusión a la que llega es que allí estaba el paraíso terrenal con todos sus frutos y encantos. Allí todo era bueno: la convivencia, las labores, la juventud y las risas; y aquí, por el contrario, casi todo es dolor, soledad y tardes vestidas de gris. Le cuesta entender que no es el lugar el que da agilidad y soltura a los miembros, sino los años vividos en compañía de un cuerpo que se va sintiendo cansado.

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