Monjes y Cultura

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Por ello, están llamadas a conectar con la cultura contemporánea, no ya de modo deductivo y dominante como en la Edad Media, sino inductivo, crítico e indirecto, como fermentos culturales de valores que favorecen el hallazgo por parte del hombre del anhelo espiritual. Marginales y contraculturales, pero auténticos y significativos. Sirviendo a la misión que los origina. Nada de la tradición multisecular del monacato debe ser orillado, nada debe ser sacrificado en aras de una adaptación cultural simple y llana. Pero si deberá ser reflexionado en sus contenidos y reconfigurado en sus formas y lenguajes para ser significantes para el hombre y la cultura de hoy. Esto nos debe poner en guardia ante un riesgo recurrente en los tiempos de incertidumbre, el de las interpretaciones tradicionales de la tradición. Sobre todo en este tiempo postconciliar, cuando a una ilusionada renovación parece haber seguido una merma numérica de monjes y una ausencia sensible de vocaciones, suelo abonado donde surgen necesidades de seguridad, de certezas y claridades, de vuelta a lo conocido. Se retorna a las autoridades fuertes, a las ortodoxias, a los dogmatismos, a las “disciplinas” tradicionales históricamente afirmadas. Se buscan aproximaciones a movimientos eclesiales que todavía no se han perdido para la Iglesia y conservan el predominio de lo espiritual y de la obediencia jerárquica sin fisuras. Por el contrario, la cultura monástica en su vivencialización de la fe deberá recordar que el pelagianismo (la salvación por el propio esfuerzo) y la gnosis (salvación para los iniciados y espirituales) son una serpiente nunca del todo arrojada del paraíso monástico. La vida monástica pertenece radical y nuclearmente a la Iglesia, pero su misión es para el mundo, en el que debe incoar la primacía del Absoluto en permanente búsqueda de coherencia de vida. Y por ultimo, también en el nivel de la expresión e interpretación de la experiencia la cultura monástica debe responder al nuevo momento cultural. Ya hemos señalado como en toda la cultura monástica la relación entre la experiencia espiritual y el texto escrito no era algo paralelo o competidor, sino hontanar y floración necesaria. Y hoy no puede ser de otro modo. Frente a una cultura de pensamiento débil, que se conforma con verdades “para ir tirando”, pequeñas y funcionales, que abomina de las certezas, que se proyecta en mera

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