
6 minute read
P. Siegfried Moog Kanz
+ Medellín, 15 de noviembre de 2014
Por P. Gabriel Izquierdo Maldonado, SJ
Advertisement
Siegfried nació en hogar de padres alemanes [el 6 de marzo de 1941 en Ubalá, Cundinamarca], buenos católicos que habían llegado a Colombia desde Baviera, Alemania, Don Ludwig y Doña Käthe a quienes los compañeros de Siegfried conocimos y quisimos como miembros de nuestras familias. Siegfried se educó en sus primeros años en Ubaté, donde sus padres manejaban su granja. Desde muy niño, a los doce años, Siegfried entró a la Escuela Apostólica, Seminario Menor de la Compañía de Jesús en El Mortiño. Allí en medio del estudio, del deporte, del trabajo y del contacto tranquilo con el mundo de Dios comenzó a conocer a Jesús y a amar a su Compañía. Tuvo en su primer año en la Apostólica un encuentro cercano con la muerte cuando en un paseo se subió con varios de sus compañeros a una volqueta que terminó en lo profundo de un abismo en el camino a la represa del Neusa. Allí fallecieron dos de sus amigos y milagrosamente él se salvó junto con su hermano Helmut y otros compañeros. Siegfried no fue nunca muy comunicativo de sus sentimientos, pero esa experiencia lo hizo vivir un primer entendimiento profundo de la vida y del sentido de su propio destino.
Es importante recordar la vida de familia en El Mortiño, donde nos conocimos como hermanos y donde el contacto con la vida de la Compañía, a través de los Padres y Hermanos, nos enseñó a conocer una manera maravillosa de vivir, de servir y de ser humanos. Desde esos años, Siegfried nos alegró con su acordeón y con su música, nos hizo siempre sonreír con su humor alemán que lo llevaba a entender los chistes con varios días de retraso, pero que lo hacía tener comentarios simpáticos con todos y nos asombró siempre con su enorme te-
nacidad y constancia que fue modelo para todos nosotros. Como realización de sus días en El Mortiño no podemos olvidar el montaje que hizo de una orquesta de seis acordeones, que él mismo dirigió.
A comienzos del año 1958 Siegfried entró al Noviciado de Santa Rosa, hizo sus votos en La Ceja el dos de febrero de 1960 y realizó sus estudios de Humanidades en el Juniorado de Santa Rosa y su año de Ciencias en Chapinero. Esos años, comienzo de la apasionante década de los setenta, nuestra espiritualidad en Santa Rosa y en Chapinero fue marcada por una profunda vivencia del sentido de nuestro sacerdocio. Lo entendíamos y lo orábamos no como un privilegio que nos separa de los otros sino como un servicio alrededor de la comunidad y de la Eucaristía. La pasión de convertirnos en pan para los otros nos llenaba la vida. Una concepción, por otro lado, muy cercana a nuestra espiritualidad como jesuitas. Siegfried desde su modo de ser discreto participó y fue formándose en la importancia del servicio a los demás y de su entrega, que se verán claramente en el resto de su vida. Una espiritualidad sólida, como una roca, como todo lo de Siegfried. En Chapinero Siegfried se transformó en maestro y de manera constante y discreta enseñó el alemán por lo menos a cuatro compañeros. Una bella manera de vivir su servicio por los otros.
Estudió Filosofía en Alemania, Pullach bei München, buscando las raíces de su identidad alemana. En su Magisterio en Bucaramanga (1967-1968) lo hizo muy bien. Se hizo amigo de los jóvenes y con su espíritu alemán iluminó su comunidad. Al final de los años 60 comenzó la Teología en una época maravillosa de preguntas, de búsquedas y de enorme esperanza. No solo eran las perspectivas del Concilio Vaticano II sino todo el renacer de la espiritualidad de la Compañía que era también una revelación para nosotros. En esa época conversamos y maduramos el sentido del sacerdocio ministerial como esa dedicación a la comunidad de diversos y de inclusiones. La idea de la pastoral, del dedicarnos al servicio y compromiso con los más pobres nos llenaba el corazón. El 27 de noviembre de 1971 en la Iglesia de San Ignacio de Bogotá, nos ordenamos seis jesuitas de los diecisiete que fuimos ordenados ese año. De una manera muy clara compartimos nuestro sacerdocio como servicio dentro de esa maravillosa Iglesia de San Ignacio, madre de nuestros proyectos y logros como jesuitas. De los seis que nos ordenamos allí, cinco habíamos sido amigos y compañeros desde El Mortiño. Allí nos unimos de una manera más profunda. En el sacerdocio de Siegfried, sus 43 años de construcción de comunidades fue toda una canción a la tenacidad en sus propósitos. Dedicó su vida a la pastoral con los jóvenes y como maestro dentro del Seminario de Planificación Pastoral. Hablando con los compañeros suyos de esa época señalaban que su vocación de servir fue inamovible. Nunca dudó de eso y de su seguimiento a Jesús.
Es interesante considerar cómo Siegfried en su trabajo pudo construir dos nichos importantes de metodología y de logro
apostólicos. Trabajó una década como asesor espiritual y formador de jóvenes en San Bartolomé La Merced y Cali. En esa época descubrió la catequesis como camino y como luz para los jóvenes. Siempre constructor constante trabajó con el P. Levi de México en los Encuentros con Cristo. Y desde esa concepción comenzó a trabajar con el P. Jesús Andrés Vela en la elaboración de caminos catequéticos. Se unió luego al Seminario de Planificación Pastoral, liderado por el P. Jesús, como coordinador de catequesis. En ese equipo que tantos frutos innovadores ha producido en el análisis de la realidad, en los caminos y métodos de trabajarla y en la planeación de trabajos juveniles, continuó Siegfried su formación y su servicio. El P. Jesús Andrés Vela y varios de sus compañeros con los que laboró durante casi 14 años lo recuerdan como un sacerdote dedicado a las personas que participaban del seminario. Tenía éxito con ellos pues los acompañaba cercanamente, los buscaba, los llamaba y seguía a los que notaba solos o desorientados. En su deseo de mejorar su servicio, Siegfried consiguió su Licenciatura en Teología y Catequesis en España (1987-1989). Otra dimensión sorprendente de Siegfried fue su apostolado con religiosas en España, Argentina, Colombia y otros sitios. Se dedicaba a este trabajo durante casi seis meses al año cuando no funcionaba el Seminario de Planificación. Interesante su aceptación por parte de ellas y por el entusiasmo de Siegfried para servirlas.
Los últimos ocho años de la vida de Siegfried fueron duros en el padecimiento de su enfermedad. En una ocasión comentó que se sentía entrando en una tremenda oscuridad, pero que sabía que siempre encontraba luz interior. Teresa de Jesús decía que es mejor estar en la cruz de Jesús, que meditar en ella. Eso fueron los últimos años de desgaste progresivo de Siegfried: un participar cada día más de la pasión de Cristo. Eso lo pedimos los jesuitas en nuestros ejercicios. Identificarnos con Cristo que sufre. El misterio del dolor vivido pero participado con Cristo. Por eso, los que quisimos a Siegfried y pensamos en nuestros enfermos agradecemos de corazón a quienes lo cuidaron con cariño en sus años de enfermedad. Recuerdo a Siegfried como música, como pan que de manera sencilla da vida a los demás, como una roca en su seguimiento al Señor, tan maciza como su mismo cuerpo. Como ese sacerdote sencillo, efectivo, buscador de caminos, con un enorme esfuerzo para servir a los demás. Pero lo recuerdo especialmente como un amigo en el Señor, como un amigo mío y de tantos que tocó con su bondad, con su ternura, con su sencillez persistente y su búsqueda tenaz. Como dice el Eclesiástico capítulo 6, 8 ss.: “Un amigo fiel es un refugio seguro; el que lo halla ha encontrado un tesoro. ¿Qué no daría uno por un amigo fiel? No tiene precio. Un amigo fiel es como un remedio que te salva. Los que temen al Señor lo hallarán”.
Referencia: Noticias de Provincia, N° 11, diciembre 2014, pg. 6-7.