10 mandamientos del abogado

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Vida[editar] Sus padres fueron don Eduardo Couture y doña Aurelia Etcheverry. Tanto sus cursos primarios como secundarios los realizó en la capital uruguaya. En 1923 ingresó como estudiante a laFacultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República, en Montevideo. Producto de las modestas condiciones de su hogar, a los 15 años de edad asumió su primer trabajo en el Centro Odontológico del Uruguay, institución a la que permanecería vinculado hasta el día de su muerte. Ya como estudiante de derecho, comenzó a colaborar en el estudio jurídico del abogado Federico Escalada. El 29 de diciembre de 1927, recibió el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.

Carrera Profesional y Académica[editar] Ya abogado comenzó inmediatamente la carrera de profesor. El 16 de junio de 1931 fue designado Profesor Agregado del Aula de Procedimiento Civil, al aprobarse su tesis "El Divorcio por voluntad de la mujer. Su régimen Procesal". Designado luego Profesor Encargado de Grupo, finalmente se le nombró Catedrático Titular de dicha asignatura en 1936, cargo que desempeñó hasta el día de su muerte. Rápidamente fue adquiriendo reconocimiento como uno de los más connotados procesalistas de su época, a raíz de lo cual fue invitado a dar cursos y conferencias en numerosas universidades de América y Europa; es así como viajó a ciudades tales como París, Nueva York, Roma, Viena, Lima, Valparaíso, La Habana, São Paulo, etc. En 1955 dictó un curso de veinte lecciones en idioma inglés en la Universidad de Tulane, de Nueva Orleans, Estados Unidos. En reiteradas ocasiones fue llamado al cargo de Consejero en la Dirección de la Facultad de Derecho de Montevideo y en1953 fue elegido Decano, cargo en cual fue reelecto pocos meses antes de su muerte. Fue también miembro activo del Consejo Central Universitario, órgano rector de la Universidad de la República. Durante toda su carrera de abogado alternó el ejercicio del profesorado con el desempeño activo de la abogacía contenciosa, ante los tribunales civiles, penales e incluso militares; fue además asesor de numerosas empresas e instituciones gremiales y comerciales. Fue Presidente del Colegio de Abogados del Uruguay y miembro de los Colegios de Abogados de varias ciudades latinoamericanas.

Obra[editar] Como estudiante actuó en la dirección de una revista estudiantil. Dirigió desde 1937 la "Revista de Derecho, Jurisprudencia y Administración". Colaboró además en numerosas


revistas extranjeras y nacionales. Fue columnista del diario El País de Montevideo en donde redactaba un espacio denominado "Crónicas de Viaje". Posteriormente fusionó lo más relevante de sus crónicas en el libro "La Comarca y el Mundo", publicado en 1953. Uno de sus mayores aportes fue la redacción del Proyecto de Código de Procedimiento Civil para la República Oriental del Uruguay en virtud de la Ley n° 10.418 del 11 de marzo de 1943. Dicho proyecto fue publicado en 1945 y aceptado como ley en varios países del continente.

Reconocimientos[editar] Tanto su trabajo académico y profesional, como su obra escrita fue ampliamente reconocida a lo largo de toda su vida. En 1947 la Academia Nacional de Uruguay le nombró académico de número. En 1950 el Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay le otorgó la Medalla de Oro, máxima recompensa oficial a la cultura. Ese mismo año la República de los Estados Unidos del Brasil le confirió el grado de Comendador de la Ordem Nacional do Cruzeiro do Sul. En 1951 la República francesa le nombró Caballero de la Legión de Honor.

Decálogo del abogado[editar] Eduardo Couture es autor de numerosos libros, sobre todo en materia de derecho procesal civil, pero se destaca en su obra "Los mandamientos del abogado" 1 donde desarrolla diez "mandamientos" que debe cumplir un abogado en el ejercicio de su profesión: 1. Estudia: El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado. 2. Piensa: El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando. 3. Trabajo: La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de las causas justas. 4. Procura la justicia: Tu deber es luchar por el derecho; pero el día en que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia. 5. Se leal: Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú le invocas. 6. Tolera: Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya.


7. Ten paciencia: En el derecho, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración. 8. Ten fe: Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia. Y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia ni paz. 9. Olvida: La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota. 10. Ama tu profesión: Trata de considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti, proponerle que se haga abogado.

B


QUE NO EXISTA CONFUSION LOS MANDAMIENTOS DEL ABOGADO FUERON ESCRITOS POR EDUARDO J. COUTURE (1904-1957) (*) 1° — ESTUDIA: El derecho se trasforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado. (La Justicia de nuestra querida argentina, está plagada de Códigos, leyes, decretos, reglamentaciones, resoluciones, artículos, incisos, ordenanzas y jurisprudencia. Y partiendo de la base que las normas se transforman, nacen y mueren otras, como la vida misma. Un gran magistrado decía que los abogados, como los héroes de la independencia, frecuentemente perecen en la demanda. La abogacía se vive en un perpetuo aprendizaje ya que su estudio sólo concluye con la vida misma). (*) 2° — PIENSA: El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando. (El derecho es como un partida de ajedrez si no pensas y analizas la partida perderás la contienda. El abogado recibe la confidencia profesional como un caso de angustia humana y lo trasforma en una exposición tan lúcida como su pensamiento se lo permite. Generalmente la tarea del Juez consiste en una de las dos soluciones que los abogados desarrollan en el expediente o en su defecto hallar una tercera con lo mejor de ambas. "El abogado trasforma la vida en lógica y el juez trasforma la lógica en justicia" - dijo una gran letrada - Es por ello que el gran día para el abogado no es cuando le notifican la sentencia que le da la victoria sino que su gloria es cuando el cliente le relata lo que le ocurre y luego de escuchar decidió aceptar el caso. Ese fue el día en que después de ese relato humano el letrado con total libertad podía rechazarlo. Pero dijo si y ahí quedo labrada para el el compromiso maravilloso de pensar en el mejor resultado para su cliente. Lo grande en el pensamiento del abogado es que en esa obra de trasformación del drama humano en expediente o causa, tanto como la inteligencia, juegan la experiencia y la intuición. Algún juez, en un arrebato de sinceridad, ha dicho que la jurisprudencia la hacen los abogados. Esto es así, porque en la formación de la jurisprudencia, y con ella del derecho, el pensamiento del juez es normalmente un posterius; el príus corresponde al pensamiento del abogado). (*)3° — TRABAJA: La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la justicia. (La opinión pública juzga el trabajo del abogado y su dedicación a él, con el mismo criterio con que otorga el título a los campeones olímpicos: por la reserva de energías para decidir la lucha en el empuje final. Sin tomar en cuenta todo lo que este profesional realiza antes de llegar a la meta, ni cual ardua fue la preparación para la competencia). (*)4° — LUCHA: Tu deber es luchar por el derecho; pero el día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia. (No sólo en los viejos textos se atribuye a la abogacía una significación guerrera; el carácter naturalmente belicoso de buena parte de la humanidad; el endiosamiento de la lucha por el derecho que se hace en el libro fascinante de Ihering; todo esto y mucho más, ha hecho que a lo largo de los siglos al abogado se lo conciba como un soldado del derecho. Pero la lucha por el derecho plantea, cada día, el problema del fin y de los medios. Los asuntos no se dividen en chicos o grandes, sino en justos o injustos. Ningún abogado es tan rico como para rechazar asuntos justos porque sean chicos, ni tan pobre como para aceptar asuntos injustos porque sean


grandes. La confusión del fin y los medios podrá pasar inadvertida en algún caso profesional. Pero a lo largo de la vida entera de un abogado no puede pasar inadvertida. Nuestro mejor cliente, aquel rico y ambicioso cuya amistad es para nosotros fuente segura de provechos, cuando nos propone un caso en que no tiene razón. El abogado necesita, frente a esa situación, su absoluta independencia moral. Bien puede asegurarse que su verdadera jerarquía de abogado no la adquiere en la Facultad o el día del juramento profesional; su calidad auténtica de abogado la adquiere el día en que le pueda decir a ese cliente, con la dignidad de su investidura y con la sencillez afectuosa de su amistad, que su causa es indefendible. Hasta ese día, será sólo un aprendiz). (*)5° — SE LEAL: Sé leal para con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú le dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez, debe confiar en el que tú le invocas. (Unamuno, en El sentimiento trágico de la vida, escribía estas palabras: “Lo propio y característico de la abogacía es poner la lógica al servicio de una tesis que hay que defender, mientras que el método rigurosamente científico parte de los hechos, de los datos que la realidad nos ofrece, para llegar o no a la conclusión. La abogacía supone siempre una petición de principio y sus argumentos son todos ad probandum. El espíritu abogadesco es, en principio, dogmático, mientras que el espíritu estrictamente científico es puramente racional, es escéptico, esto es, investigativo”. De esta proposición a la de Vaz Ferreira, cuando afirma en Moral para intelectuales, que la profesión de abogado es intrínsecamente inmoral, por cuanto impone la defensa de tesis no totalmente ciertas o de hechos no totalmente conocidos, no hay más que un paso. El error es grave, porque la abogacía no es dogmática. La abogacía es un arte; y el arte no tiene dogmas. La abogacía es escéptica e investigativa. El abogado al dar el consejo, a orientar la conducta ajena, al asumir la defensa, comienza por investigar los hechos y por decidir libremente su propia conducta. Lo que sucede es que el abogado, una vez investigados los hechos y estudiado el derecho, acepta la causa y entonces se trasforma de abogado en defensor. Entonces sí, sus argumentos son ad probandum y su posición es terminante y se hace enérgico e intransigente en sus actitudes. Pero esto no ocurre por inmoralidad, sino por necesidad de la defensa. Antes de la aceptación de la causa, el abogado tiene libertad para decidir. Dice que sí y entonces su ley ya no es más la de la libertad, sino la de la lealtad. Si el defensor fuera vacilante y escéptico después de haber aceptado la defensa, ya no sería defensor. La lucha judicial es lucha de aserciones y no de vacilaciones. La duda es para antes y no para después de haber aceptado la causa. La lealtad del defensor con su cliente se hace presente en todos los instantes y no tiene más límite que aquel que depara la convicción de haberse equivocado al aceptar y en ese caso se renuncia la causa). (*) 6° — TOLERA: Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la tuya. (Ser a un mismo tiempo enérgico, como lo requiere la defensa, y cortés como lo exige la educación; práctico, como lo pide el litigio, y sutil como lo demanda la inteligencia; eficaz y respetuoso; combativo y digno; ser todo esto la abogacía lo demanda. No hay litigios ganados de antemano, por la sencilla razón por la cual Goliat incurrió en soberbia al considerarse vencedor anticipado en la histórica lucha. El litigio está hecho de verdades contingentes y no absolutas. Los hechos más claros se deforman si no se logra producir una prueba plenamente eficaz; el derecho más incontrovertible tambalea en el curso del litigio, si un inesperado e imprevisible cambio de jurisprudencia altera la solución. El Decálogo del cliente es común en los estudios de los abogados brasileños, y leámosle: “No pidas a tu abogado que haga profecía de la sentencia; no olvides que si fuera profeta, no abriría escritorio de abogado”).


(*) 7° — TEN PACIENCIA: El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración. (Paciencia, para escuchar. Cada cliente cree que su asunto es el más importante del mundo. Paciencia, para hallar una solución. Esta no siempre aparece a primera vista y es menester andar detrás de ella durante largo tiempo. Paciencia, para esperar la sentencia. Esta demora, y mientras el cliente se desalienta y desmoraliza, incumbe al abogado contener su desfallecimiento sin permitir la falta de respeto si entra en cólera. En esta misión, debe tener presente que el litigio, como la guerra, lo gana en ciertos casos quien consigue durar tan sólo un minuto más que su adversario). (*) 8° — TEN FE: Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustituto bondadoso de la justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz. Cada abogado, en su condición de hombre, puede tener la fe que su conciencia le indique. Pero en su condición de abogado, debe tener fe en el derecho.

(*) 9° _ OLVIDA: La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma de rencor, llegará un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota. (Los pleitos, dice el precepto, se defienden como propios y se pierden como ajenos. También la abogacía tiene su fair play, el cual consiste no sólo en el comportamiento leal y correcto en la lucha, sino también en el acatamiento respetuoso de las decisiones del arbitro; El abogado que sigue discutiendo después de la cosa juzgada, en nada difiere del deportista que, terminado el encuentro, pretende seguir en el campo de juego tratando de obtener, contra un enemigo inexistente, una victoria que se le ha escapado de las manos). (*) 10° _ AMA A TU PROFESION: Trata de considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para tí proponerle que se haga abogado. (El amor por sí solo transforma el trabajo en creación; la tenacidad, en heroísmo; la fe, en martirio; la concupiscencia, en noble pasión; la lucha, en holocausto; la codicia, en prudencia; la holganza, en éxtasis; la idea, en dogma; la vergüenza, en sacrificio; la vida, en poesía. La abogacía no es ciertamente un camino glorioso; está hecho, como todas las cosas humanas, de penas y de exaltaciones, de amarguras y de esperanzas, de desfallecimientos y de renovadas ilusiones). (*)Eduardo J. Couture (1904-1957)


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