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Joaquín Ruiz Requena

Se va acercando de nuevo el tiempo de Cuaresma y con ello la puesta en marcha, de una manera más intensa, de los preparativos de nuestra Semana Santa. Este tiempo en el que parece que podrán salir de nuevo a la calle los pasos de Semana Santa, después de dos años en los que la pandemia por el covid nos ha impedido realizar las procesiones por las calles de nuestra ciudad.

Estos tiempos de pandemia están incidiendo con dureza en todos nosotros produciendo un impacto doloroso: hermanos de nuestras hermandades, familiares, amigos cercanos que han fallecido; juntas de hermandad y cultos que no se han podido celebrar; dificultades en diferentes ámbitos en algunas de las hermandades… y así podríamos seguir enumerando.

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El horizonte que oteamos es esperanzador, pero con claroscuros que nos hacen ser realistas y cautelosos en celebrar nuestra próxima Semana Santa.

Se nos ha presentado a todos no una época de cambio sino un cambio de época con la transformación que conlleva: nuevos desafíos, nuevos caminos que recorrer, nuevas soluciones que aportar, nuevos modos de afrontar la realidad.

Sin embargo, el misterio de Dios hecho hombre permanece. Ese Dios que se hace hombre, este Dios que camina con nosotros, este Dios que se entrega hasta dar la vida por cada uno de nosotros, permanece. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Es el Misterio Pascual lo que da origen a la Semana Santa que celebramos: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

El proceso de secularización en el que estamos inmersos es una realidad y las consecuencias derivadas de él es algo que tenemos que afrontar desde la fe, con realismo, sin dramatismos, pero sí con seriedad, dejando oír la voz de Dios en nuestro interior personalmente y como bautizados, como miembros de una hermandad, de la Iglesia.

Una de las cuestiones fundamentales que tenemos que tener claras son los cimientos sobre los que apoyamos nuestra Semana Santa, nuestras hermandades: cuáles son nuestras señas de identidad. En la Semana Santa confluyen múltiples aspectos: históricos, culturales, artísticos… pero si oscurecemos o perdemos nuestras raíces religiosas, poco a poco nos diluiremos, perdiendo nuestra razón de ser: ser una manifestación pública de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado.

El saber que nuestro pertenecer una hermandad es una manera de vivir nuestro ser cristiano es importante. Nuestro ser bautizado, nuestro ser discípulo de Cristo, el vivir nuestra fe en Dios lo hacemos a través de una hermandad insertada en la Iglesia.

La fuerte secularización de la época en la que nos ha tocado vivir se manifiesta en el individualismo, el subjetivismo–relativismo, el sentimentalismo han tomado carta de ciudadanía. Esto se ha visto acentuado por la pandemia.

Esta situación nos tiene que hacer tomar conciencia de que sólo conservando nuestras señas de identidad cristianas podremos vivir nuestra fe de una manera concreta, siendo hermanos de una hermandad y transmitir lo que hemos recibido: la fe en Cristo muerto y resucitado.

Por esto, se nos invita a mirar el futuro con esperanza sabiendo que, de la misma manera que la muerte de Cristo queda derrotada por su Resurrección, entre todos juntos podremos salir de esta situación difícil en la que nos encontramos.

Os invito a todos, a ti nazareno y a ti espectador, a ti que has nacido en esta tierra y a ti que nos visitas, a ti que has visto los desfiles procesionales desde la infancia y a ti que los ves por primera vez, a contemplar y dejarte inundar por este Misterio que se manifiesta en el conjunto de tulipas y capuces, en música y silencios, en desfiles de hermanos e imágenes, en celebraciones litúrgicas para poder dar de nuevo a nuestro mundo la alegría y la luz de la Resurrección.

Entrevista al cartelista de la Semana Santa 2022

Por Berta López

Enrique Martínez Gil es un nazareno atípico. [“Ni de fila, ni bancero, ni de acera, siempre libre” dijo de él su gran amigo – y vicepresidente de la JdC – Antonio Abarca, al presentarle en el acto en que la Pasión conquense dejó al fin atrás la larga orfandad de Cartel para conocer el que es ya la imagen de su Semana Santa 2022] Es quizá por eso que su Cartel también lo es: libre, atípico, diferente. Y, sin embargo, capaz para transmitir un estilo absolutamente reconocible, incluso siendo nuevo.

La primera vez que el ojo del nazareno mira la obra que Enrique ha concebido, siente algo parecido a cuando abre la puerta de la iglesia para que salga la procesión: el contraste entre luz y oscuridad impide ver con claridad. Pero, cuando el ojo se acostumbra, se despliega frente él una obra soberbia, original y única, plena de simbolismo bajo su apariencia de sencillez.

En la entrevista al Cartelista publicada en la edición de Cuenca Nazarena 2021 se habló de todo, menos del Cartel. Así tuvo que ser, pues la suspensión de los desfiles procesionales motivó que el Cartel tampoco se desvelara. Este año, Cartel mediante, en esta entrevista se habla de fotografía, de estilos, de recuerdos, de influencias, de vivencias y hasta de cine. Pero, sobre todo, del Cartel. Que ya era hora.

¿Cómo fueron tus inicios en la fotografía de Semana Santa? No me gusta estar viendo la procesión con los brazos cruzados. Soy una persona muy activa y muy observadora, por eso para mí la fotografía fue una liberación en mi forma de vivir la Semana Santa. También me di cuenta de que, debajo del capuz, era como hacerte hombre invisible porque podías ver cosas y captar detalles que no podrías ver de otra manera. Eso fue un primer avance en ver la Semana Santa de otra manera. Luego las críticas positivas de la gente y ganar algunos premios me fueron animando, hasta que con la llegada de Antonio (Abarca) a la comisión de Publicaciones de la JdC empecé a colaborar con Cuenca Nazarena, lo que supuso para mí un gran aliciente. Esa colaboración me ha llevado además a tener un archivo muy bueno de fotografías de los pasos ya que, aunque no me gusta hacer fotos solo de las tallas, las iba haciendo pensando en que luego Antonio podría necesitarlas. Así desde el año 2003.

Una de tus señas de identidad es, precisamente, que apenas haces fotografías a tallas y, cuando las haces, es siempre buscando un punto de vista diferente. Nunca me ha gustado hacer fotos a los pasos, sino a lo que pasa alrededor de ellos, a esa otra Semana Santa que me gusta decir. Por eso, en mi primer libro – que publiqué hace ya 14 años – mi intención inicial era que no hubiera fotografías de ningún paso. Luego, el miedo de hacer un libro de Semana Santa sin pasos y que no gustara me llevó, finalmente, a hacer la concesión de incluir alguna fotografía de tallas, dentro de que no eran la visión normal que se suele publicar. Pero mi intención era que no hubiera ninguno.

Analizado con perspectiva, lo que hiciste sin saberlo fue abrir camino, ya que en los últimos años lo que precisamente buscan mayoritariamente los fotógrafos de Semana Santa es aquello en lo que fuiste pionero: sacar la intrahistoria más allá de las sagradas imágenes. Y, por otra parte, también ha sido una forma de ‘educar’ el ojo del nazareno hacia una forma diferente de ver la Semana Santa a través de la fotografía. De ahí que cuando alguien ve una fotografía de Enrique Martínez Gil no espere una talla, sino otras cosas. Así es. Muchos compañeros me han hablado de esto, de que he sido pionero; y además se ve en los concursos. A partir de entonces, se ha ido haciendo otro tipo de fotografía. Sí que quiero decir que no es que yo haya sido un avanzado. No lo hice con más intención que fotografiar lo que a mí me gustaba. Yo buscaba la otra fotografía; en este caso, la otra Semana Santa. Y luego me di cuenta de que esa otra Semana Santa era tan importante como la que siempre sale en las fotografías, la que recoge el elemento principal. Antes, en fotografía, no aparecía nada más allá de los pasos. Si miras fotos antiguas, salvo algunos casos concretos de fotógrafos que iban específicamente a buscar fotos de nazarenos o de turbos, no hay prácticamente documentación fotográfica de todo lo que rodea a la Semana Santa. Y a mí me gusta estar en todo lo que rodea: el gesto, el sentimiento, miradas furtivas… todo eso que hasta ahora había pasado un poco desapercibido y, para mí, es de lo más importante.

Y sin embargo, llegamos al Cartel y la imagen principal es un Cristo.

Sí. Así es. Me decidí por esta imagen porque entendí que, para que fuera representativa de toda una ciudad, no podía personalizarla. Si es difícil ya conseguir que toda la ciudad se vea representada en una talla, imagínate en una persona. No te voy a negar que hice pruebas con fotografías de nazarenos antes de tener la idea definitiva del Cartel. Pero las descarté porque entendí que el Cartel tenía que ser algo diferente, más universal. Es tan importante que trasciende nuestra ciudad, por lo que pienso que la imagen de una talla consigue llegar más a los sentimientos que un detalle o la fotografía de una persona. Eso está bien para una exposición, pero un Cartel está en una escala diferente. Aquí la complicación viene cuando te planteas cómo conseguir que una talla reconocible sea representativa de toda una ciudad, sin personalizar en una hermandad.

La solución que encontraste fue despojar a la talla elegida de cualquier atributo reconocible... aunque a los nazarenos de Cuenca no les pasó desapercibido qué talla es. Efectivamente (sonríe). Salvé la disyuntiva despojando la talla de todo elemento reconocible, como en este caso la icónica Cruz de los Espejos. Buscaba que se entendiera como una imagen global de una ciudad.

El año pasado, en la entrevista para Cuenca Nazarena, hablamos del Cartel sin hablar de él, porque no pudiste presentarlo a los nazarenos a causa de la pandemia. Pero este año sí que tenemos Cartel y lo podemos diseccionar. Empezando por el principio: ¿Cómo nace la idea? Yo quería hacer un cartel para todo el mundo. Entiendo que es un cartel arriesgado, porque en la Semana Santa nunca se había hecho algo parecido, una idea tan rotunda con un diseño casi publicitario o de cartelería cinematográfica, con elementos fragmentados… En Semana Santa siempre hemos visto diseños más clásicos y parecía complicado mezclar lo antiguo con lo moderno. Era un reto y yo mismo me he sorprendido tanto del resultado como de la reacción de la gente. Todo el mundo me dice que cuanto más lo ve, más le gusta. Y veo que el Cartel cala en la gente. Así que estoy contento. Lo que más me gusta del Cartel es que cada vez que lo miras, ves cosas diferentes. Es como un juego visual.

¿Qué elementos debe tener un Cartel de Semana Santa para cumplir su función?

El Cartel, para serlo, tiene que ser algo que te agarre desde un principio, una obra llevada casi al lenguaje publicitario. Su finalidad principal es ‘vender’, por decirlo de alguna manera. Promocionar, en este caso una ciudad y su celebración más importante del año. No hay que perder esta referencia. En ese sentido, yo quería que el Cartel fuera sencillo, que tuviera una imagen muy clara y que no perdiera la perspectiva promocional de nuestra ciudad y nuestra Semana Santa. Durante el proceso, siempre partí de ideas muy sencillas con la premisa de que no quería que el Cartel fuese una fotografía con letras: pienso que eso tiene muy poco recorrido, por muy bonita que sea la fotografía y por buena que sea la composición. Quería que mi Cartel tuviera más complejidad dentro de su sencillez, darle valores añadidos que lo llevaran a entenderse de otra manera. En la misma idea tenía la solución y el problema.

¿Cómo resuelves esa dicotomía –sencillez vs. complejidad– en el Cartel?

A base de investigar y de hacer pruebas. En el proceso me ha ay udado mucho la cartelería de Cruz Novillo, los colores y tratamientos de mi amigo Miguel Ángel Moset y los planos superpuestos… Quería que tuviera esa expresión fuerte del arte abstracto, para que respirara esa abstracción que respiramos en Cuenca. Con esa combinación de elementos y partiendo de la fotografía de ese Cristo despojado de apellidos, empecé a jugar con las texturas. Quería un elemento de Cuenca así que, qué mejor que esos yesos fisurados del Casco Antiguo que le han dado esa calidad y esa calidez y que reflejan también lo que soy yo y mi trabajo de restauración en el Casco, sobre todo arreglando fachadas. Quería aplicar cosas de mi trabajo, además de que la foto fuera mía. El Cartel tenía que ser algo mío. Tenía que ser Enrique, reconocerse. Por eso, la textura de los yesos es un elemento que me pareció imprescindible y muy bonito para reflejar esos colores de Cuenca, ese amarillo oro que impregna el Cartel, y también esas texturas fisuradas y aviejadas. su obra que ha imprimido en estos meses – y, apoyado en

El último escalón fue la trama, aplicar elementos arquitectónicos. Pensé en los triángulos porque llevaban a la imagen del capuz, al discurso de una composición de capuces y a una trama que reflejara esa unión de la Semana Santa, que es débil y fuerte a la vez, una cosa de muchos pequeños actores cuya suma da como resultado un conjunto muy potente, pero que vistos cada uno por su cuenta parecen insignificantes. Tengo la sensación de que nunca se ha tratado en un Cartel esa idea de la unión y del trabajo invisible, humilde y desinteresado de mucha gente, que no se reconoce y que muchas veces es el que saca adelante la Semana Santa. Es esa suma de esfuerzos de mucha gente lo que hace que la Semana Santa sea lo que es actualmente, ese trabajo soterrado y profundo mucho más allá del día de la procesión. Eso es la Semana Santa. Y, si no existe eso, todo lo demás son fuegos de artificio. Yo quería que eso se recogiera en ese juego de triángulos.

El último paso, que refleja también lo que ha pasado con la pandemia, fue el de eliminar los triángulos: representan a la gente que se nos ha arrebatado. Consideré que esta realidad se tenía que recoger en la obra, porque el Cartel está hecho en un momento determinado. Despojar la imagen de esos triángulos era una manera de demostrar que, a pesar de la ausencia, el conjunto sigue funcionando porque los triángulos que permanecen nos arropan y explican la imagen de modo que sigue teniendo sentido. Como si no faltaran los que faltan. Pero sabemos que faltan y que se han llevado partes importantes de la talla, del fondo… Son partes que, aunque sean muy importantes, nos llevan a darnos cuenta de que la imagen sigue siendo comprensible. O, por decirlo de otra manera: que seguimos peleando porque estamos aquí.

La impresión que da el Cartel al verlo por primera vez es que ha sido sencillo de hacer. Además, tal y como tú lo explicas, da la sensación de que un paso llevó a otro y que salió a la primera, casi casi en una tarde. Sin embargo, un trabajo de síntesis como éste requiere de una profunda reflexión, casi me atrevería a decir que filosófica, sobre la Semana Santa y nuestra forma de relacionarnos con ella. ¿Cómo ha sido ese proceso?

Pues es que, en realidad, una cosa me fue llevando a la otra. Con su reflexión, claro, pero lo cierto es que fue una especie de reacción en cadena. Quizá lo que más tiempo me llevó fue tener clara la idea de lo que quería, porque además es algo que llevaba arrastrando desde que presenté una obra al concurso de Carteles de 2018. El concurso me sirvió como un ejercicio para pensar qué haría yo en verdad si tuviera que hacer un cartel. Me di cuenta de que el que presenté, incluso aunque quedó cerca de ganar, no era mi cartel, que no era lo que yo quería hacer como Cartel de Semana Santa. Una vez tuve claro qué quería hacer, qué quería contar y cómo, las ideas me han venido muy fácil: lo tenía todo tan claro, que combinar los elementos ha sido relativamente sencillo, casi inspiración divina, como digo yo.

Y una vez tuve el elemento principal, en lo que he encontrado mayor dificultad ha sido en la rotulación, en dar con la tipografía adecuada para la composición. La rotulación tenía que ser respetuosa con el mensaje del elemento principal, acompañarlo pero sin restarle protagonismo. Fue complejo encontrar un rótulo que hablara con el elemento principal y que tuviera entidad propia al mismo tiempo.

¿Cómo llegas a la rotulación final?

Me gustaría dejar claro que yo no soy diseñador gráfico. Por mi trabajo, he tenido contacto con esta disciplina, pero es ajena a mí. Así que, casi he tenido que hacer un máster en rotulación para poder dar solución a este problema. Quería que ambas partes estuvieran al mismo nivel y, para ello, hice muchas pruebas hasta quedarme con la rotulación definitiva. He ido aprendiendo a base de prueba-error. Pienso que ha quedado un conjunto homogéneo. La rotulación es importante hasta el punto de que, por ejemplo, es la que ha llevado al Cartel a tener el formato que tiene.

¿Cómo es eso?

El formato ha ido evolucionando de uno más compacto o estándar de Cartel. Primero para que hubiera la suficiente separación entre la rotulación y el elemento principal, que fuera respetuosa con él. Y luego también para buscar esa visión contrapicada de la imagen como si fuera una vidriera y el Cristo se viera de abajo hacia arriba. Todo eso me ha ido llevando a alargar el formato.

¿En qué momento decidiste poner el punto y final al Cartel?

Esta pregunta es buena. En cualquier proceso de diseño o pictórico, lo difícil no es tanto la idea inicial como saber cortar. Mi madre pintaba y recuerdo haberle dicho muchas veces que dejase ya el cuadro, que no lo tocara más, porque muchas veces más no es mejor. No hay que llegar al punto de perder la frescura. Con el Cartel, lo que no quería era que se abigarrara y perdiera la frescura con la que se pensó. En ese punto es valiosa la opinión del ajeno, que te ayuda a poner el punto y final al verlo desde fuera y desprovisto del condicionamiento del autor. Lo bueno que yo he tenido es que, al ser un periodo creativo tan largo, motivado por las circunstancias, he podido tener periodos de maduración que me han permitido autocorregirme y mejorar aquello que no me convencía. Eso sí, siempre con mucha delicadeza para que no perdiera la frescura inicial.

Cuando hablamos el año pasado para Cuenca Nazarena, me dijiste que uno de tus mayores miedos era no resistir la tentación de no tocar el Cartel. ¿Lo has modificado, con respecto al que debería haber sido para 2021?

Sí. El motivo principal del Cartel que tenía para 2021 era sensiblemente igual, ha evolucionado muy poco. Lo que sí ha evolucionado ha sido, como decía antes, la rotulación y con ella el formato. El tipo de letra que elegí para 2021 no me convencía del todo. Al no poder presentarlo el año pasado por no haber procesiones, decidí probar otras cosas con respecto a la tipografía y la rotulación. Y poco a poco fue evolucionando hasta conseguir la composición final, que pienso que es la idónea. En la tipografía he buscado el orden y las líneas del elemento principal, de manera que, por ejemplo, las ‘aes’ siguen las líneas de la trama de triángulos.

Por muchos motivos, tu Cartel es único. Cada Cartel lo es, eso es cierto, sin embargo éste tiene un matiz que no tiene ningún otro hasta la fecha: esa doble numeración, ese doble año, que refleja la Semana Santa para la que no fue y aquella para la que por fin, es. ¿Por qué ambos años en el Cartel? Porque no podía quedar un año sin Cartel. En el proceso de encontrar la rotulación, primero pensé en fusionar el año con el texto. Me di cuenta de que eso no funcionaba y, cuando se me ocurrió la idea de que aparecieran los dos años, empecé a ver de qué manera podía fundir dos años de forma simbólica. Es un elemento que tenía que entenderse y ser consecuente con el resto. Ahí pensé en ese doble plano en que el elemento del año 2021 quedara a una distancia, más pequeño, como si el tiempo lo alejara y lo difuminara, para que no fuera protagonista pero tampoco se perdiera. Una vez tuve esta idea, ya pude reorganizar la parte inferior del Cartel para que todo tuviera sentido.

En el despacho del Cartelista reina un aparente caos que solo lo es en apariencia, pues cuando esta entrevista tiene lugar apenas han pasado 12 horas desde la presentación del Cartel y su autor no ha tenido tiempo de terminar de recoger los ejemplares cuyo destino es convertirse en regalo para sus allegados.

Si una mira más allá del desorden que campa por la mesa más grande, halla orden, pulcritud y concierto. Docenas de libros perfectamente alineados en sus estantes, una sala de proyecciones preparada para cuando sea preciso utilizarla, la luz justa entrando por las ventanas a través de las que se divisan los tejados de Cuenca, un plotter al que el Cartelista dice haber dado mala vida – por la cantidad de pruebas de su obra que ha imprimido en estos meses – y, apoyado en una pared, recién enmarcado en dorado y negro, el Cartel.

Tan sencillo y, sin embargo, con ese magnetismo que te hace desear seguir mirándolo y descubrir nuevos matices, detalles, significados. Podría haber estado en la mismísima Galería de los Espejos de Versalles o en la sala que la Mona Lisa ocupa en el Louvre y aún así, todas las miradas se dirigirían hacia él, todavía sin colgar en ese momento, a la espera de encontrar su sitio. En el despacho de Enrique, claro. Porque en el corazón de los nazarenos ya lo ha encontrado. Las cientos de muestras de cariño en redes sociales dan fe.

Por Berta López

Dijo monseñor Carlos Amigo, vallisoletano ilustre y religioso, en su intervención previa al Pregón de la Semana Santa de Cuenca de 2019, que no hay más Pregón que el que hizo el Señor en la Cruz. Vallisoletano ilustre y religioso es también Antonio Pelayo, Pregonero de la Semana Santa de Cuenca 2022 –aunque tal vez deberían mencionarse tres años, pues ha alargado la pandemia el honor tanto como la espera– y comparte con fray Amigo la misma opinión. Es por eso que afirma Pelayo que su Pregón “no puede más que evocar la Buena Noticia del Evangelio, pregonarla, proclamarla”.

Lo hará, eso sí, a su manera. Una manera distinta a la que hubiera sido en 2020 –cuyo Pregón, terminado para cuando se declaró la pandemia que llevó a suspender las celebraciones públicas de la Semana Santa, duerme desde entonces en un cajón del que no habrá de salir, al menos no en un escenario– salvo en una cosa: entonces, como ahora, buscará el Pregonero emocionar a quienes le escuchen. Igual que se ha emocionado él al escribir lo que habrá de proclamar el Viernes de Dolores en el Auditorio de la capital.

¿Cómo han sido estos dos años de espera?

Pues no han sido fáciles porque… (pausa) claro, las noticias iban subiendo y bajando, con un ritmo un poco imprevisible. Después de lo que vivimos en 2020, en 2021 se volvió a plantear la posibilidad de que yo viniera, cosa que por supuesto yo acepté. Luego ya vimos que no era posible y eso me produjo a mí una gran frustración. Y supongo que les produjo mucha más a los nazarenos, como es natural, porque lo que significa para esta ciudad la Semana Santa es muy difícilmente comparable con lo que sucede en otras ciudades. Fue un periodo de frustración, al mismo tiempo de esperanza, porque nunca hay que perder la esperanza de que se puedan realizar tus propios deseos. Y luego, yo creo que lo que hemos vivido también nos ha permitido a todos profundizar más en el sentido de lo que esto [la Semana Santa] significa: comprender que no es un acto pasajero, una cosa que se hace para salir a la calle y lucir la túnica, sino que es algo que tiene que penetrar más profundamente en la vida de cada persona. Y yo creo que a eso sí que han podido contribuir estos dos años de espera.

Antonio, usted pasó la mayor parte de la pandemia en Italia, lo que significa que estuvo en uno de los grandes epicentros de la pandemia en Europa. En todo este tiempo en que ha visto tanto sufrimiento, ¿seguía teniendo sentido el Pregón? ¿Tuvo tiempo de pensar en eso? Sí, sí, sí. Sin duda alguna lo seguía teniendo. Roma, durante mucho tiempo, fue un espectáculo ‘deprimente’. Veías las calles vacías, las tiendas cerradas, los bares y los restaurantes sirviendo en la calle lo poco que podían servir… Y sabías que había mucha gente que vivía aterrorizada por el miedo a ser contagiada o, a lo peor todavía, lamentando la desaparición de seres queridos a los que, en muchos casos, no han podido ni siquiera despedir. Personas que han muerto en la soledad y sus parientes no han podido ni siquiera rendirles ese cariño, ese abrazo íntimo que pueden dar a una persona que está por andar en la otra vida, ese abrazo de consuelo y de decirle ‘estamos aquí y te cuidaremos hasta el último momento’.

Pero al mismo tiempo había que saber que esto iba a pasar, que no iba a durar in eternum sino que, como estamos viendo ahora, afortunadamente es un fenómeno destinado a desaparecer, si no completamente, sí a tomar unas proporciones mucho más humanas. En el acto de presentación del Cartel de este año, cuando me dirigí a los nazarenos, cité a Tina Turner porque precisamente ella decía que en los tiempos de la adversidad, es cuando uno es capaz quizás de sacar de dentro lo mejor que tiene. Y, en concreto, la solidaridad. Hay que desearlo por lo menos. Entonces pues sí, claro que el Pregón seguía teniendo sentido.

Dijo en su intervención ante los nazarenos que este tiempo le había servido para madurar lo que quería decir. Imagino que cuando vino en enero de 2020 ya tenía una idea, si no el texto, de cómo iba a ser su Pregón entonces. Pero ¿cómo es ahora? ¿Ha cambiado en este tiempo?

Cuando yo vine en 2020, hace dos años, el Pregón ya estaba pergeñado. Prácticamente hecho. De hecho, lo acabé con varias semanas de antelación a la fecha que estaba previsto. Y ahí lo tengo: ese Pregón está ahí, no digo impreso pero está escrito en el ordenador. Pero no, no es ese el Pregón que voy a pronunciar, porque ni yo mismo estaría en la disposición de hacer, de leer, o de proclamar – porque yo creo que el pregón no hay que leerlo, hay que proclamarlo – lo que hice hace dos años: no tendría sentido. Entonces, lo estoy rehaciendo completamente. Utilizaré algunos de los elementos que me sirvieron hace dos años, pero será un Pregón nuevo.

¿Cuáles son sus líneas generales?

Más que las líneas generales, hablaría de qué se debe buscar en un Pregón. En un Pregón, primero tienes que emocionar a tu auditorio. No es una lección académica, no es un relato histórico, es un Pregón. Y el Pregón se supone que es anunciar algo y ese anuncio tiene que producir en la gente emoción. Para que ese efecto se produzca, el primer emocionado tiene que ser el que lo pregona. El pregonero no es un señor anónimo que viene y suelta un anuncio, como hacían antes los alguaciles en los pueblos. El pregonero se tiene que emocionar para poder emocionar a quien le escucha. Y ¿sobre qué está basada esa emoción? Bueno, pues tiene muchos elementos. Pueden ser los recuerdos, darse cuenta o hacer a la gente darse cuenta de cómo la Semana Santa, en este caso la de Cuenca, ha ido realmente forjando la ciudad, dándole una personalidad, un modo de vivirla distinto al de otras ciudades. Pero las líneas fundamentales no pueden ser más que evocar la Buena Noticia del Evangelio, pregonarla, proclamarla, sobre todo en ese momento en que el Señor da ese paso fundamental que es ‘me entrego libremente a la Pasión y a la Cruz’. ¿Para qué? Pues para salvarnos a la Humanidad, a nosotros. Yo creo que esa es un poco la idea general que tiene que tener. Pero no es un sermón. Yo hice también el Sermón de las Siete Palabras en Valladolid, que es otro género literario. El Pregón es un género literario especial. Y yo ya he hecho algunos y por tanto creo que tengo la clave. Que la veremos. O tal vez no (sonrisas).

¿Tendremos alguna vez ocasión de leer ese Pregón que no será, el que escribió para la Semana Santa de Cuenca de 2020?

Bueno… No sé si tiene un gran interés, porque no es una pieza tampoco de literatura religiosa. Si alguien me lo pidiera, se lo podría dar. Cuando lo hice, de hecho, pensé en mandárselo a la Junta de Cofradías. Así que si alguien tiene curiosidad, podría dárselo.

En su discurso ante los nazarenos el pasado 4 de febrero, habló de que la solución global a la pandemia es más bien de voluntad de todos y de solidaridad. ¿Qué papel deberíamos tener los católicos en esa recuperación, en tanto que católicos?

En el ante-pregón dije que estas Semana Santas que hemos tenido que vivir en los dos años anteriores y que han sido Semana Santas a puerta cerrada, sin procesiones en las calles, con ritos litúrgicos muy condicionados por la posibilidad de asistir presencialmente y por el clima psicológico en el que todo se estaba desarrollado, tenían que desembocar – y yo creo que sí lo han hecho – en otra acción o en otra presencia diversa, pero siempre revestida de este espíritu semanasantero. Y la mejor solución es la solidaridad, entendida en un sentido muy amplio.

Primero, solidaridad con los enfermos del covid y con las familias de esos enfermos, fallecieran o no; solidaridad con las personas que se encontraban en mayor dificultad, que son los ancianos, las personas a las que el Papa llama descartadas de la sociedad, que tienen problemas económicos y a veces psicológicos también… Solidaridad con toda esa gente que necesita una ayuda que, en muchos casos, es una ayuda económica o a través de medicinas, pero que en muchos otros casos es una sonrisa, un gesto amable, una visita, un hacerle saber que no está solo, que estás a su lado, que si necesita algo puede acudir a ti…

Yo creo que esa solidaridad es la mejor solución. Mucho mejor y más cristiana que enrocarse en una torre de marfil y aquí me aíslo y no quiero saber nada de nadie, sino que lo que tengo que hacer es protegerme, oír música, leer… Eso está también muy bien, son armas psicológicas para seguir vivo. Pero entre enrocarse y salir a dar una mano, evidentemente la postura más cristiana es ésta: salir a dar una mano, la solidaridad. Y eso afortunadamente ya se ha hecho. Yo creo que ése es el camino.

Perfil del Pregonero

Cuando pronuncie su Pregón el 8 de abril en el Teatro Auditorio de la ciudad, Antonio Pelayo será el décimo religioso en pregonar la Semana Santa de Cuenca. Nació en Valladolid, en el año 1944. Y es veteranía, oficio y fe. Es uno de los periodistas más veteranos y más respetados de habla hispana de cuantos están en Roma, con una trayectoria de décadas cubriendo la información del Vaticano. Actualmente, es el corresponsal en Roma para Vida Nueva, así como para Antena 3 y colaborador de COPE, entre otros medios. También es asesor religioso de la Embajada Española ante la Santa Sede.

En 1976 fue nombrado corresponsal de Ya en París, donde permaneció nueve años, siendo durante dos años presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Francia. En 1986 se trasladó a Roma, siempre como co - rresponsal de Ya, y a partir de 1990 comenzó a trabajar también para Antena 3. Ha acompañado a Juan Pablo II en la mayoría de sus viajes a través del mundo, así como a Benedicto XVI y actualmente al papa Francisco. Además, ha sido secretario y presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia.

Galardonado en multitud de ocasiones, ha recibido el Premio Calabria de la Presidencia de la República italiana como mejor corresponsal extranjero; el Premio del Club Internacional de Prensa de Madrid en 2004, al Mejor trabajo periodístico español en el extranjero; el Premio Giuseppe De Carli 2017 por su amplia trayectoria periodística; o el Premio ¡Bravo! Especial 2016 de la Conferencia Episcopal Española.

Por Berta López

En su Pregón de la Semana Santa de Cuenca del año 1986, Rafael Pérez habló de la otra Gran Semana, la que viven desde el cielo con la misma puntualidad, fe y amor que en la tierra aquellos nazarenos que ya acompañan a Nuestro Señor en procesión eterna. En 2017 su hijo, Rafael Pérez Caballero, dedicó su Cartel de la Pasión de aquel año a esa otra Gran Semana.

En Cuenca, la Semana Santa del cielo tenía un Pregón y un Cartel. Desde el 4 de febrero de 2022, tiene también una marcha procesional. Tulipas del Cielo, compuesta por José Mencías a petición de la Junta de Cofradías, viene a completar la terna y es, pandemia mediante, un homenaje a todos los nazarenos que se han añadido a las filas de la procesión celestial en estos dos años… y a quienes las forman desde tiempo inmemorial.

¿Cómo fue el proceso de composición de la marcha, a encargo de la JdC?

En septiembre de 2021, el presidente de la JdC, Jorge Sánchez, me trasladó la petición de la institución para componer una marcha especial, dedicada a los nazarenos que han fallecido a lo largo de los dos años de pandemia. La idea era estrenarla en el acto de presentación del Cartel, que desde la institución se estaba organizando ya en ese momento. El encargo supuso un honor para mí y valoré mucho que me dieran la oportunidad de componer algo así. Sin embargo, aunque mi primera reacción fue aceptar la propuesta, le pedí al presidente que me diera un poco de tiempo para pensarlo.

¿Por qué?

Quería esperar a ver si el proceso creativo daba sus frutos. Componer por encargo no es tan sencillo: puedes decir que sí pero, si las ideas no surgen o no fluyen, es un problema. Por eso les pedí tiempo para pensarlo. En ese tiempo empecé el proceso creativo y a escribir la marcha, vi que las ideas que tenía podían funcionar y eso me hizo decidirme. Acepté a finales de septiembre. Cuando volvimos a reunirnos en octubre para ver el progreso de la marcha ya tenía un midi con la pieza completa. A la Comisión Ejecutiva le gustó mucho el resultado. Dediqué el mes de noviembre a definir la instrumentación y los matices, al trabajo ‘fino’ de composición, por así decirlo. A principios de diciembre y con la marcha en atril, ya pudimos ensayar con la Banda Municipal de Música de Cuenca.

Has compuesto varias marchas para la Semana Santa de Cuenca, entre ellas La Palma al Viento (con Sergio Mateo), marcha icónica de las procesiones conquenses contemporáneas y que es muy diferente a Tulipas del Cielo, tanto en lo musical como, sobre todo, en cuanto a la temática. ¿Cómo ha sido componer con una premisa tan especial y específica como la que ha dado lugar a Tulipas del Cielo?

La verdad es que es complicado, por eso le dije al presidente que tenía que pensarlo y ver cómo surgían las ideas, porque efectivamente no es lo mismo hacer una composición porque tú quieres hacerla y que te surge, que tener un objeto de la composición predeterminado que requiere pensar muy bien desde el principio qué es lo que la marcha debe transmitir. Cuando empecé a componer, me venían distintas sensaciones a la cabeza.

Lo primero, una sensación de rabia, de frustración, de ver cómo había personas, familiares, amigos, que de un día para otro se iban marchando sin que pudiéramos hacer nada. Yo siempre he dicho que lo sentía como un robo, como que nos robaban a la gente sin que pudiéramos evitarlo. Eso, mezclado con la pena de que se marchen. Sobre todo en los primeros meses de la pandemia, mi sensación es que vivimos una situación emocional que es como la pescadilla que se muerde la cola: rabia, frustración, pena, vuelta a la rabia… Y al final no hay más que hacer, es resignarse, aceptarlo y que las personas queden en el recuerdo y no se vayan del todo. Si las seguimos recordando, siempre van a estar ahí. Eso es lo que trato de plasmar en toda la marcha.

¿Cómo se trasladan esos sentimientos al lenguaje musical? Al principio, con melodías tristes y con mucha potencia, como si transmitieran cólera y rabia. Pasado ese punto, de repente se suaviza la melodía para evocar tranquilidad y aceptación, pero vuelven de nuevo a surgir los pensamientos de rabia y de frustración y, con ellos, vuelve la música más enérgica, más potente. La resignación y el recuerdo que quedan siempre se reflejan en la última parte de la marcha, el trío, con una melodía más calmada que transmite la tranquilidad después de asimilarlo todo, esa tranquilidad que nos falta al principio de la marcha.

¿Por qué Tulipas del Cielo?

Quería reflejar el objetivo de la marcha, ese recuerdo a quienes ya no están pero nos ven desde el cielo, ya en el título. Barajé otros nombres, pero tulipas me gustaba y además no es una palabra que se haya utilizado mucho en marchas de Semana Santa. Y del cielo, porque hace referencia a todos esos hermanos que ya nos acompañan desde allí. Es para todos ellos, así que espero que, cuando la escuchen, la disfruten.

Después de todos estos meses de trabajo, llega el estreno el 4 de febrero en el Auditorio y esa ovación de casi cuatro minutos de la comunidad nazarena que escuchaba por primera vez tu nueva marcha. ¿Qué sentiste en ese momento?

Fue una sensación (sonríe) indescriptible. Magnífica. Lo primero porque aunque la habíamos ensayado desde principios de diciembre, por razones de protocolo sanitario la Banda de Música no ha podido ensayar al completo desde que empezó la pandemia [empezó a hacerlo a mediados de febrero, unos días después de que esta entrevista tuviera lugar]. Eso quiere decir que antes del estreno no había podido escuchar la marcha con la instrumentación completa. Siempre faltaban voces. Es evidente que la marcha está pensada para una media de 70-75 músicos y con toda la instrumentación que hay en la Banda de Música de Cuenca – porque la he compuesto pensando en que la interpretara esta Banda – y claro, el hecho de que en los ensayos hubiera la mitad de músicos o menos hizo que en ninguno se pudiera escuchar la marcha con todas las voces, toda la instrumentación y el volumen adecuado de cada uno de los instrumentos.

Por eso pienso que quien más expectación tenía por saber cómo iba a sonar la marcha, tal y como estaba concebida, era yo. Y el primer sorprendido fui yo, porque aunque pensaba que había conseguido trasladar a la partitura lo que tenía en la cabeza y lo que quería que sonara, hasta el momento del estreno no lo pude comprobar. Así que la primera sensación fue para mí de alivio y de decir ‘ha sonado todo tal y como yo quería que sonara’. Eso lo primero. Y luego, vista la acogida que ha tenido, estoy muy contento. A la salida del acto hubo gente que me comentó que incluso había derramado alguna lágrima, pensando en lo que transmitía la música y lo bonita que era. Yo estaba en una nube y por fin pude pensar que el objetivo se había cumplido. No me esperaba una acogida como ésta. Tengo que agradecer, cómo no, la interpretación de mis compañeros de la Banda de Música de Cuenca y a nuestro director, Juan Carlos Aguilar, por su predisposición y su buen hacer en todo momento.

Teniendo en cuenta las circunstancias que han rodeado la composición, ¿ha sido la marcha más difícil que has compuesto?

Sí, efectivamente ha sido la más difícil. Lo primero, por la temática y por el proceso de buscar las melodías más apropiadas que transmitiesen los sentimientos que quería. Y lo segundo por las circunstancias externas. No haber podido escuchar la marcha completa hasta el último momento hizo que no pudiera corregir nada antes del estreno, en caso de que algo no hubiera funcionado como debía. Hasta el último momento ha sido estar en vilo, pensando en cómo iba a sonar. Así que sí, ha sido la más difícil. Además, ha sido la primera que he tenido por encargo y eso también le da un plus de presión. Tulipas del Cielo ha sido mi proyecto más difícil, hasta el momento.

¿Qué te gustaría que pasara con tu marcha a partir de ahora?

Yo lo que pretendo es que se oiga y que se convierta en una marcha popular, que no sea solo una marcha de concierto ni la típica marcha que se graba para un CD y solo la puedas escuchar en el coche. Ambas son cosas que me gustaría que ocurrieran, cómo no, porque siempre le dan relevancia a una marcha.

Pero no es para lo que está pensada, sino para que la gente la tararee en cualquier momento, para que los banceros la pidan porque les ayude a llevar el paso. Eso sería algo muy especial para mí. Lo mejor. Es lo que pasa por ejemplo con La Palma al Viento, que compuse con mi colega Sergio Mateo: cuando entro en alguna tasca o restaurante de Cuenca de los que tienen tradición nazarena, la ponen de fondo y veo que quienes están en la barra la tararean, sobre todo la parte del trío (tararea él mismo, para enfatizar sus palabras), me doy cuenta de que realmente la marcha ha calado, se ha hecho popular, ha gustado.

Tulipas del Cielo está pensada para eso, para que se haga popular, para que la disfrute la gente.

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