2 minute read

Un pequeño francotiradOr de dudas

Cuando el niño tome la ametralladora de las preguntas y la cargue con la munición de la metafísica (ingenua e incisiva, metafísica al fin y al cabo), el progenitor que intente salir indemne del lance deberá rechazar toda tentación de ocultamiento o infantilismo impostado. No hay atajos ni tregua para ofrecer la contestación requerida o ayudarle a buscarla.

La Cuenca del Viernes Santo anochecido, cansada y derrotada, también indaga respuestas al Padre, como un pequeño francotirador de dudas. Dios no calla, aunque tantas veces lo parezca. Silente, responde a su manera a la ciudad a la que obliga a agudizar todos los sentidos. Santo Entierro. La Cruz, escándalo de judíos y necedad para los gentiles, marcha triunfante atronando los viejos palacios. Nos asomaremos al Carmen o a Zapaterías para sobrecogernos con la gubia y llorar a Cristo Muerto, como él lloró a Lázaro. Damas y caballeros sacan solemnidad de flaqueza. Y, por San Vicente, refugiados en la historia, interrogaremos con Ella, otra vez Sola, al madero.

Advertisement

Valientes

En aquella ecografía precoz y remota, Gabriel le aseguró que el fruto de su vientre sería “grande” y el soberano de un reino sin fin. “¡Vaya un diagnóstico equivocado!”, pensaría turbada mientras caminaba hacia el sepulcro acompañada de sus tocayas: María Salomé, y María, la de Magdala. Aunque, a pesar de todas las evidencias, aún guardaba una secreta confianza en aquellas palabras. “¡No temas!”, añadió aquel ángel. ¿Cómo no temer ante el dolor abisal de la orfandad inversa, ante el violento desbarate del curso natural de los acontecimientos, ante la amenaza de los poderosos que parecían tomarse la revancha por su Magnificat? Ellas eran, aunque pocos se hubiesen percatado hasta entonces, mujeres valientes. Una antítesis de Eva. Emblemas de una femenina y milenaria manera de evitar y capear los desastres, aunque, para la ley y para tantos, ni su palabra valiera.

No se puede amar siendo cobarde. Por ello, a pesar de las advertencias y peligros habían salido de casa con los ojos inflamados para cumplir con el mandato de perfumar a los muertos. El suyo estaba siendo un duelo clandestino e intermitente como habrían de serlo, por motivos muy diferentes y más de 2.000 años después, otros de pésames telemáticos, velatorios menguados y exequias por fascículos. Cuando ya comenzaba el primer día de la semana, no vieron lo que esperaban. ¿O esperaban lo que vieron? No había cuerpo, ni piedra, ni rostro desfigurado. Pero aguardaba un muchacho que se asemejaba a aquel Gabriel y pronunciaba su misma promesa. “¡No temas!”.

P.S.: Hay historias que merecen ser contadas cada año. No hay mejor manera de venerar a unas valientes que aplicar su ejemplo. La hercúlea empresa de reconquistar el Sábado Santo para las procesiones y de fundar el primer desfile del siglo XXI parecía no ser suficiente. ¡Cariño, he agrandado a los retos! Un más difícil todavía -pluviómetros y pandemia- que no disuade, sino que espolea para enraizar el esqueje. Llegará la dosis de recuerdo para el efímero ejemplo de elegancia: contenidas partituras, cirios y matracas. Y se multiplicarán las impolutas túnicas blancas y las pequeñas cruces reconociendo el derecho a evocar de los que, hasta ahora, solo tenían permitido imaginar.

Una ovAción exultante

Sabemos que es una batalla desigual, perdida de antemano, pero aun así la libramos. Cuando alguien que queremos se marcha, nos apresuramos a rescatar fotografías, recordar cada día voces y momentos, conservar grabaciones, repetir refranes, recrear sus enseñanzas y hasta cocinar sus recetas. Es nuestra manera de arrebatarle a la muerte algunas migajas de la persona añorada, de alargar torpemente la permanencia eliminada. Jugamos a ser alquimistas de la eternidad con nuestros medios humanos, conjurando el olvido. Nos decimos, algo cursis, “vivirán mientras vivamos”.

Enternecedor esfuerzo que palidece ante el hecho más crucial desde la Creación. El Domingo de Resurrección, la muerte se ha derogado. Cuenca es la notaria que da Fe pública del milagro. La Pascua conquense enseña que los rostros no pueden permanecer por siempre tapados. Los capuces desaparecidos testimoniarán, temprano, que ya no hay imposibles. Todos confluirán para contarlo. La Madre se enterará en la plaza que palpita de esencias nazarenas. Los aplausos alabarán al Resucitado, festejarán por la Virgen del Amparo. Y una ovación exultante dirá que nos ha salvado.

This article is from: