La Historia Grafica del Siglo XX Vol. II

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La zarina Alejandra Fiodorovna, cuya personalidad dominaba al zar pero sucumbió ante los enigmáticos poderes de Rasputín, tenía una gran debilidad por su hijo Alejo, el continuador de la dinastía Romanov según la ley sucesoria rusa, que daba preferencia a los hombres sobre las mujeres. Alejo era heredero del imperio, a pesar de que sus hermanas, las grandes duquesas Anastasia, María, Olga y Tatíana eran mayores que él y disfrutaban de mejor salud. El zarevitch estaba siempre enfermo.

dos de sus amigas) para los puestos claves del Estado y destituyendo a los que se resistían a su poder. A nivel personal llevaba una doble vida que fue el escándalo y la comidilla de toda la corte, incluyendo los informes confidenciales de la policía, a los que la familia imperial no prestó la menor atención. Ante los zares, Rasputín aparecía como un hombre santo, justo y todopoderoso, mientras que el monje pecaba sin tasa (quizá para arrepentirse) en la gula (glotón y bebedor empedernido) y en la lujuria, manteniendo públicamente a varias amantes, que nunca duraban mucho, y haciendo desfilar por su lecho o su propio despacho a la flor y nata de la nobleza femenina y a toda aquella que solicitara un puesto para sus parientes. La que se resistía o los que intentaban denunciar al zar sus excesos solían terminar en la tumba o en el destierro helado de Siberia.

Las actividades sexuales de Rasputín llegaron a adquirir dimensiones de leyenda, y el escándalo salpicó a la propia familia imperial, que, cada vez más encerrada en sí misma (Nicolás II era un tímido incompetente con fachada autoritaria), se sustraía a la opinión pública y a las protestas del país. Tras un primer escándalo en 1911, en el que se vieron envueltos el monje y varias damas de la alta nobleza, en 1912 los periódicos de la oposición airearon unas supuestas cartas de la zarina a Rasputín en las cuales se dejaban entrever unas curiosas relaciones místico-sexuales-flagelantes entre ambos. El tema llegó a ser debatido en la III Duma (Parlamento), y el zar se vio obligado a alejar a Rasputín de palacio, después de pedirle excusas personales y decirle al monje que era una medida que tomaba «para contentar a la canalla», pero que seguía confiando en él.

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