Prestados

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Arriba, el cuarto del niño sigue palpitando. Reparo en que la luz roja del contestador automático del vestíbulo parpadea. Cuatro mensajes. Repaso la lista de números de teléfono registrados y reconozco algunos amigos, pero no obstante dejo el contestador como está, pues todavía me siento incapaz de oír condolencias. De repente me quedo helada. Retrocedo y vuelvo junto al teléfono. Repaso la lista de nuevo. Ahí está. Lunes por la tarde, a las 19.10. De nuevo a las 19.12. Mi segunda oportunidad de contestar a la llamada. La llamada que me hizo correr como una loca escaleras abajo y que sacrificó la vida de mi hijo. Han dejado un mensaje. Con mano temblorosa, pulso el play. —Hola, llamamos de Xtra-vision Phisboro —dice la voz— a propósito del DVD Los teleñecos en Navidad. Según nuestro ordenador la devolución ya se ha retrasado una semana. Agradeceríamos que fuera devuelto a la mayor brevedad posible, por favor. Tomo aire bruscamente y los ojos se me llenan de lágrimas. ¿Qué esperaba? ¿Una llamada digna de que haya perdido a mi bebé? ¿Algo tan urgente que justifique que me diera tanta prisa? ¿Acaso eso compensaría mi pérdida? Me tiembla todo el cuerpo de rabia e impresión. Respirando entrecortadamente, entro en la sala de estar y veo justo delante de mí el reproductor de DVD. Encima está el DVD que alquilé cuando cuidaba de mi ahijada. Lo cojo, lo estrujo con ambas manos, lo aprieto como si pudiera arrebatarle la vida. Luego lo lanzo con todas mis fuerzas a la otra punta de la sala, derribando la colección de fotos que tenemos encima del piano. El cristal de nuestro retrato de boda se hace pedazos. Abro la boca y grito. Grito desgañitándome, grito lo más fuerte que puedo. Es un grito profundo y grave y lleno de angustia. Vuelvo a gritar y sostengo el grito hasta quedarme sin resuello. Un grito tras otro desde la boca del estómago, desde lo más hondo de mi corazón. Suelto unos alaridos rayanos en la risa, teñidos de frustración. Grito y grito hasta que me falta el aire y se me irrita la garganta. Arriba, el cuarto del niño sigue palpitando. Pum-pum... Pum-pum... El corazón de mi hogar palpita desenfrenado como enviándome una señal. Voy hasta la escalera atravesando la alfombra y piso el primer peldaño. Me agarro a la barandilla, pues me siento débil incluso para levantar las piernas, y me obligo a subir. Las palpitaciones suenan más fuertes a cada paso que doy hasta que llego arriba y me planto frente a la puerta del cuarto. Los latidos cesan. Ahora sólo hay silencio. Paso la punta del dedo por la puerta y apoyo una mejilla deseando que todo lo ocurrido no hubiera ocurrido. Luego cojo el picaporte y abro. Me recibe una pared medio pintada de Buttercup Dream. Tonos pastel, olores dulces, una cuna con un móvil de patitos amarillos colgado encima, una caja de juguetes decorada con letras gigantescas del alfabeto, dos peleles colgados de una pequeña barra, unos patucos encima de la cómoda...


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