Mujercitas1

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Louisa May Alcott

Mujercitas

nada, pero Amy entendió lo que aquella sonrisa significaba y, tras una breve pausa, añadió muy seria: —Pensaba comentártelo, pero se me olvidó. La tía me ha regalado este anillo hoy. Me mandó llamar, me dio un beso y lo puso en mi dedo diciendo que estaba orgullosa de mí y que le gustaría tenerme siempre a su lado. Me ha dado este otro para que no se me caiga el de turquesa, que es demasiado grande para mi dedo. Me gustaría llevarlos puestos, ¿me dejas, mamá? —Son muy bonitos, pero creo que aún eres muy joven para usar esta clase de joyas, Amy —respondió la señora March mientras observaba el efecto que la hilera de piedras azul cielo y el curioso anillo de oro con dos diminutas manos entrelazadas producían en la mano pequeña y rolliza de su hija. —Intentaré no ser vanidosa —explicó Amy—. No me gusta solo porque sea bonito. Mi intención es usarlo como la chica del cuento usaba su brazalete, como recuerdo de algo. —¿De la tía March? —preguntó la madre entre risas. —No; para recordarme que no he de ser egoísta. —Amy parecía tan seria y sincera que su madre dejó de reír en el acto y escuchó con respeto su explicación—. En estos días, he pensado mucho sobre mis faltas y he concluido que el egoísmo es la peor de todas. Voy a hacer lo posible por eliminarlo. Á Beth la quiere todo el mundo y la idea de perderla resultaba tan insoportable precisamente porque no es egoísta. Sí yo enfermase, la gente no lo sentiría ni la mitad, y lo cierto es que no merezco más. Pero me gustaría tener muchos amigos que me quisieran y me echasen de menos, por lo que he decidido ser como Beth en todo lo que pueda. Y para que no se me olviden mis buenas intenciones, me gustaría llevar algo que me recordase constantemente que he de esforzarme por ser mejor. ¿Podría probar con esto? —Sí, pero me inspira más confianza el rincón del armario. Ponte el anillo, querida, y esfuérzate mucho. Creo que harás grandes progresos, pues el deseo verdadero de cambiar supone tener media batalla ganada. Ahora, debo volver junto a Beth. No te desanimes, hijita; pronto podrás volver a casa. Aquella noche, mientras Meg escribía a su padre para darle noticias sobre el viaje y la llegada de su madre, Jo subió a la habitación de Beth y encontró a la señora March sentada donde acostumbraba, Se quedó unos segundos quieta, retorciéndose el cabello con los dedos en un gesto que indicaba indecisión y preocupación. —¿Qué te ocurre, querida? —preguntó la señora March tomándole la mano para inspirarle confianza. —Mamá, hay algo que te quiero contar. —¿Es sobre Meg?

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