Mujercitas1

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Louisa May Alcott

Mujercitas

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EL EXPERIMENTO

—¡Ya es 1 de junio! ¡Mañana los King se irán a la costa y quedaré libre! ¡Tres meses de vacaciones! ¡Cómo voy a disfrutarlas! —exclamó Meg, al volver a casa, un día de calor. Jo estaba tumbada en el sofá y parecía exhausta, algo poco habitual en ella, mientras Beth le quitaba las botas llenas de polvo y Amy preparaba limonada para todas. —La tía March se ha ido hoy. ¡Alegraos por mí! —informó Jo—. Temí que me pidiera que la acompañara, porque, de haberío hecho, me hubiese sentido obligada. Plumfield es tan divertido como un cementerio, así que prefiero ahorrarme la visita. No paramos ni un momento hasta que lo tuvimos todo preparado, y a mí me daba un vuelco el corazón cada vez que me dirigía la palabra, porque en mi ansia por tenerlo todo listo lo antes posible me mostré tan dulce y encantadora que llegué a pensar que no se vería con ánimos de separarse de mí. Estuve temblando hasta que la vi subida al carruaje, y me dio un último susto de muerte cuando, ya en marcha, asomó la cabeza por la ventanilla y preguntó: «Josephine, ¿no podrías…?». No oí el final de la frase porque di media vuelta y puse pies en polvorosa. Eché a correr y no paré hasta que doblé la esquina y me sentí a salvo. —¡Pobre Jo! Entró en casa como alma que lleva el diablo —explicó Beth abracando maternalmente los pies de su hermana. —La tía March es una auténtico «zafiro», ¿verdad? —observó Amy tras probar la limonada con aire crítico. —Supongo que quieres decir «vampiro», no que sea una joya. En todo caso, no importa, hace demasiado calor para discutir cuestiones lingüísticas —murmuró Jo. —¿Qué vais a hacer durante las vacaciones? —preguntó Amy, cambiando de tema prudentemente.

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